ESPECTáCULOS
› MOLOTOV PROTAGONIZO UNA VELADA A PURO SALTO EN EL ESTADIO OBRAS
Un desmadre con picantes mexicanos
El cuarteto apeló a Dance and dense denso, pero hubo espacio para otros hits de su explosiva carrera. En una sala llena, la banda desató un carnaval de hip hop metalizado.
› Por Roque Casciero
Con Dance and dense denso, su tercer álbum, al cuarteto mexicano Molotov se le volvieron a abrir, como en sus orígenes, las puertas a la popularidad en varios países de América latina. Y, como ellos siempre se encargan de resaltar, eso les sucedió primero –antes y ahora– en la Argentina. Es notable ver un Obras repleto, con uno de esos calores agobiantes que sólo se consiguen en ese estadio, para escuchar a una banda que después de su segundo trabajo parecía condenada a un buen recuerdo del pasado. Y sobre todo si las entradas más baratas para el show cuestan 30 pesos, como en el caso del sábado pasado. Parece que al fin la invasión del rock mexicano de los ‘90 comienza a dar frutos de convocatoria, justo cuando el cambio debería desalentar a los productores con ganas de hacer bajar a las bandas de ese país. Repaso: Café Tacuba con El Teatro a pleno y un concierto deslumbrante en el Quilmes Rock Festival, la visita de los regiomontanos Kinky, las inminentes apariciones de los nuevos trabajos de Julieta Venegas y Control Machete... Pero esa avanzada tiene claramente a Molotov como punta de lanza. ¿Las razones? Su música es la más accesible –por potente y rockera– para el público argentino y en sus mexicanísimas letras en spanglish conviven la crítica política con un humor que hace equilibrio entre la agudeza y la chabacanería. Si a la ecuación se le agregan buenos videos, la paradójica exposición que genera la censura, los conciertos contundentes y lo divertidos que son los cuatro integrantes del cuarteto tanto cuando hablan como cuando tocan, da como resultado una fórmula de éxito explosiva. O sea, un cóctel Molotov.
En vivo, las sutilezas de las canciones de Dance and dense denso quedan perdidas en la pelota de graves que arman los dos bajos –verdaderos sostenes del heavy hip hop que practica el cuarteto–, relegadas apenas a lo que pueda hacer Tito Fuentes con una guitarra por momentos usada como si fuera una bandeja de DJ en pleno scratching. Sin tantos matices, lo que sobresale en la propuesta de Molotov es la potencia, el buen humor y la respuesta que consiguen sus arengas para que el público “brinque” y se arme un buen “desmadre”. “Esta canción queremos dedicársela a Menem, se llama Chinga tu madre”, fue la introducción de Micky Huidobro para uno de sus hits. Y nadie en Obras necesitó un diccionario mexicano-argentino para entenderlo, lo mismo que no hizo falta una enciclopedia para descubrir qué quieren decir esas menciones a los políticos, los policías y hasta los “peseros chilangos” (los colectiveros del DF).
Al fin y al cabo, los problemas son los mismos allá y acá. Ahora el cuarteto tiene un blanco especial para arrojar sus armas de destrucción masiva: George Bush, en quien ven encarnado el racismo (lo comparan con Hitler en un video) del siglo XXI. El presidente norteamericano tuvo el honor de que el sábado le dedicaran el hitazo Frijolero, que sonó bastante desmadrado, bastante peor que en el disco. Los momentos más intensos del show fueron con Gimme the power y su continuación, Hit me, con el muy difundido Here we kum, el baile de unas cincuenta chicas (hasta hubo una que, Super Bowl style, mostró los pechos) sobre el escenario en Rastamandita y, al final, con Puto, una canción a la que ya a nadie se le ocurre atribuirle homofobia. El vértigo de Molotov a veces va en desmedro de sus canciones, pero siempre es garantía de una sonrisa, mucha transpiración y los pies cansados de tanto saltar. Arriba y abajo del escenario.