ESPECTáCULOS › “MI NOVIA POLLY”, CON BEN STILLER Y JENNIFER ANISTON
Cine como en la televisión
Por H. B.
En los papeles, Mi novia Polly prometía. A ese campeón de la inadecuación que es Ben Stiller le toca hacer de Reuben Feffer, obsesivo especialista en seguros cuya vida programadísima se va al tacho, al encontrar a su esposa (Debra Messing, de la serie Will & Grace) sacudiendo las patas de rana con el instructor de buceo, en la paradisíaca isla del Caribe donde fueron a pasar su luna de miel. Su “salvación” es Polly (Jennifer Aniston, la Rachel de Friends), una camarera capaz de servir vino tinto en el vaso del blanco, tener de mascota un hurón y escaparle a los compromisos hasta el punto de ser incapaz de acordar una simple cita a cenar. Por cualquier cosa, por allí anda Philip Seymour Hoffman, rey de los secundarios (el onanista de Felicidad, el Lester Bangs de Casi famosos, el colchonero mafioso de Embriagado de amor) haciendo de actor berreta en pleno derrumbe.
El problema de Mi novia Polly es John Hamburg, director y guionista (escribió los de La familia de mi novia y Zoolander), cuyos problemas de timing, desarrollo de situaciones y remate adecuado para los gags terminan por hacer que todo se vaya al tacho. Lo de Stiller termina siendo una desvaída fotocopia de sus personajes en Loco por Mary y La familia de mi novia, en la que no falta el consabido gag en el baño (esta vez sus problemas no son con el cierre sino con la falta de papel higiénico) y un contracturado show de salsa, eficaz pero aislado. Ya se sabe que Aniston está para apoyar las situaciones cómicas, pero poco más que eso. Para peor, a su personaje no termina de aprovechársele todo su potencial destructivo. Otro tanto sucede con el egomaníaco actor de cuarta de Seymour Hoffman, que vive de una gloria lejanísima e improbable como actor infantil y es capaz de hacer de Judas en una producción teatral de décima de Jesucristo Superstar... pero le roba las canciones solistas al que hace de Jesús.
El problema es que con dos o tres sketches no se hace una película. Sobre todo cuando a algunos potencialmente buenos (como la situación con el hurón en el baño) se los remata mal, dejando una frustrante sensación de gag interruptus.