Lun 29.03.2004

ESPECTáCULOS

“No soy melancólico, pero la memoria me interesa”

A punto de cumplir 50 años con la profesión, Rubens Correa recuerda cómo se formó en el teatro independiente y explica por qué su montaje de la obra Qué supimos conseguir vuelve a mirar la historia argentina.

› Por Cecilia Hopkins

Integrado por ocho piezas breves de distintos autores, Qué supimos conseguir se propone enfocar, desde la narración de sucesos particulares, diferentes tramos del pasado nacional. Las perspectivas elegidas son muy variadas: en algunas piezas prevalece lo risueño, en tanto otras tienden al dramatismo o se orientan hacia la expresión de lo melodramático y lo folletinesco. La historia argentina, la posibilidad de “analizar el tiempo como una variable provocadora e ineludible” fue, precisamente, el tema elegido por Ricardo Halac a la hora de coordinar el taller de dramaturgia de Argentores, donde surgieron estos textos. La producción total fue de 16 piezas, que fueron estrenadas en semimontado hacia fines del año pasado, bajo la conducción de Rubens Correa.
Después de la experiencia surgió el proyecto de configurar un espectáculo que asociara algunos de aquellos textos, a partir de un marco común, bajo la dirección del mismo Correa. El montaje resultante –que puede verse todos los jueves en el Teatro del Pueblo– reúne las piezas respetando un criterio cronológico. Cubren así un período que comienza en las guerras de la independencia –Febo asoma, de Martín Sabio, recrea los pormenores de la Batalla de San Lorenzo, en tren de desbaratar mitos– y termina en 1943, con La lunala de la bandera (sic) de Alberto Rojas Apel, que aborda con ironía el tema de la manipulación del sentimiento patriótico. Entre medio, otros textos retratan la situación de la mujer en diversos ámbitos: en los conventos (Detrás de la reja, de Stella Camilletti), como cautivas “recuperadas” por la civilización blanca (Después de la pampa, de Clara Carrera) y como víctimas del negocio de la trata de blancas (Permanganato 1929, de Nicole Misrahi). Las demás obras guardan una relación peculiar con el tema de la inmigración y la Década Infame: El caballero español, de Adela Sorrentino, Acuarela, de Rosa Lipshitz y De puntín al corazón, de Eduardo Grilli. El elenco está integrado por Norberto Gonzalo, Andrea Juliá, David Llewellyn, Stella Matute, Julián Vilar y Ana Yovino.
Nacido en Olavarría, Rubens Correa se inició como actor en el grupo independiente Nuevo Teatro, bajo la dirección de Pedro Asquini y Alejandra Boero, aunque debutó como actor de radioteatro en la ciudad de Azul. A punto de cumplir 50 años con la profesión, Correa reconoce haberse formado en todos los oficios del teatro en la actividad independiente: “Fue una mística y, a la vez, el movimiento teatral más importante que tuvo el país, un espacio de discusión y de producción de talentos”, define el director en una entrevista con Página/12. Apunta también que el trabajo generado por los independientes “modificó el teatro comercial, porque para competir con aquellos grupos, los empresarios comenzaron a poner en escena otros autores y a esmerarse más en sus productos”, concluye. “Llegamos a ser más de 50 los integrantes del grupo, con dos salas (Planeta y Apolo, hoy Lorange) y tres elencos simultáneos”, recuerda. Fue a partir de 1970, una vez que Nuevo Teatro dejó de existir, cuando Correa se dedicó de lleno a la dirección: el Grupo 11 al Sur, que se había radicado en Nueva York, lo mandó llamar y, a partir de una estadía de algunos meses en Manhattan, inició con sus integrantes una gira de 4 años que lo llevó a más de 20 países, incluyendo Europa del este, con el espectáculo Buenos Aires Hoy.
Volvió a Buenos Aires en 1975. Una decisión de la que no se arrepiente, a pesar de las persecuciones que lo obligaron a cambiar de apellido para seguir actuando. Ya en 1980, Correa obtuvo éxito con Los siete locos, versión escénica de la novela de Roberto Arlt, estrenada en el desaparecido Picadero, el mismo año en que fue quemada la sala. “En una época en la que había estado de sitio, poner en escena a un grupo de más de 50 personas era como hacer una manifestación.”
–Décadas atrás, ¿hacer teatro independiente significaba una postura política?
–En principio cada teatro tenía una identidad estética e ideológica e incluso había algunos grupos vinculados con partidos políticos, como el socialista o el comunista. Pero había otros que estaban en la vereda opuesta y estaban a favor del “arte por el arte”. Nuevo teatro, si bien era de izquierda, siempre fue independiente. Estar en el teatro independiente implicaba, también, una postura que, ahora, a la distancia, me parece muy dogmática: no se permitía a los integrantes hacer teatro comercial. Y esta posición se agravó más todavía frente a la televisión, que para nosotros era el enemigo público. Héctor Alterio, que era nuestro mejor actor, fue requerido por Jorge Lavelli cuando vino a dirigir Divinas palabras para que hiciera el rol protagónico con María Casares y dijimos que no, incluido el propio Alterio. En el Teatro del Pueblo, en alguna época, como en el grupo Fray Mocho, no estaban de acuerdo con la profesionalización de los actores e inclusive sus nombres no figuraban en el programa, porque la obra era el resultado de una labor de conjunto.
–Usted continúa produciendo en el teatro independiente...
–Sí, pero las diferencias que tiene este teatro independiente con aquél son muchas, porque aquéllos eran grupos estables, con actividad permanente y hoy existen pocos actores y directores que continúan trabajando juntos, después de estrenar varios espectáculos.
–¿Por qué cree que hay tan pocos grupos estables?
–Estamos en una época muy individualista. Una lástima, porque el teatro crece en grupo; así se puede capitalizar experiencia para el espectáculo siguiente. Los actores de los grupos que se arman circunstancialmente siempre están empezando de cero. Tener un proyecto artístico e ideológico es muy importante para hacer un trabajo en profundidad.
–Usted está sorprendido de que un día jueves se llene el Teatro del Pueblo. ¿Cuál es el atractivo mayor de Qué supimos...?
–Nunca es fácil analizar el éxito, pero pienso que la obra deja traslucir una mirada irreverente del pasado que nos viene bien y es, a la vez, un espectáculo atípico porque aborda géneros muy diferentes. No soy melancólico, no me gusta quedarme en el pasado, pero el tema de la memoria me interesa, lo traté en muchos espectáculos. No se puede entender el presente sin analizar el pasado. En Qué supimos... los personajes salen a escena como si lo hicieran desde un desván de la memoria y así van armándose las situaciones. Tal vez guste la idea de atender a un reconocimiento de nuestros errores, a reírnos de nuestro patrioterismo, de nuestra tendencia a la sobrevaloración y a la fanfarronería.

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