ESPECTáCULOS
› LUIS LUQUE, DIRECTOR DE “KAMIKAZE”
“Dirigir es un oficio más artesanal que el del actor”
En el teatro Payró, Luis Luque reincide en la dirección, esta vez con Kamikaze, una pieza de Luis Sáez que aborda una temática de excluidos que se hacen trampa y se lastiman entre ellos. La acción de la obra transcurre en un club de un nombre que lo dice todo: Sportivo Doberman.
› Por Hilda Cabrera
Desarrollar un lenguaje fuerte en escena con tres perdedores, que son además prototipos de argentinos que demuestran “una carencia total de escrúpulos para lograr sus objetivos”, era una tarea pendiente para el actor Luis Luque, que ahora finalmente logró concretar dirigiendo Kamikaze, la contundente pieza de Luis Sáez que acaba de estrenarse en el teatro Payró, de San Martín 766. Ese terreno de impunidad fascinó a Luque, volcándolo nuevamente a la dirección, función que desempeñó antes en Cesárea (en uno de los ciclos de Teatro por la Identidad), Metejón y Azul profundo.
“Mi oficio es el de actor, pero el más artesanal es éste, porque me ocupo de todo, no delego y hago lo posible para que todo sea perfecto: los actores, la música, la escenografía. Necesito que los actores estén divinos y disfruten de sus personajes. Yo laburo desde el amor.” Con una importante experiencia en cine (se lo vio en Cuarteles de invierno, de 1984, y El dueño del sol, de 1994, entre muchas otras películas a las que ahora se sumará O veneno da madrugada, de Ruy Guerra, versión de La mala hora, de Gabriel García Márquez) y en televisión (últimamente en la miniserie Epitafio y la tira El deseo), Luque subraya la condición de excluidos de la prostituta Maga (o Magalí), de Garmendia, presidente de un club de fútbol de menor cuantía, y de Morel, en el texto de Sáez, un ex combatiente de la guerra de Malvinas convertido en entrenador de adolescentes, a los que engaña y vende prometiéndoles triunfar en Italia. “La exclusión empuja a estos personajes a pelear por la supervivencia en un clima social donde se destruyó el sentido ético”, apunta Luque, entrevistado por Página/12. No hay duda de esa degradación implícita en la “fundación” de un club, el Sportivo Doberman, donde Morel pretende armar un equipo de jóvenes-niños reclutados en la calle a la manera de una jauría de “perros feroces”. Iniciado en el teatro independiente, Luque participó, entre otros espectáculos, en versiones de Madre Coraje y Los siete locos, y en protagónicos como el de Frida Kahlo, la pasión, donde compuso al pintor y muralista mexicano Diego Rivera.
Una de las particularidades de su puesta de Kamikaze es el tratamiento que hace de algunos símbolos patrios, los que –según Luque– se utilizan sin profundizar en sus significados. En su puesta, en la que actúan Deborah Warren, Maxi Ghione y Norberto Trujillo, introduce variaciones de la emblemática Aurora. En su concepción, el texto de Sáez (autor de El suicidador, Camellos, Sólo cuando muera, Monos con navaja y Aróstegui) ha sido el disparador de una toma de conciencia escénica sobre la exclusión en general: “Sería caradura de mi parte centrar la degradación en Morel, un ex combatiente. Ese es un tema muy delicado, y no conozco a fondo la guerra de Malvinas como para llevarla al teatro”, aclara.
–¿Influye en ese reparo la mezcla de ideologías que circulan sobre la cuestión Malvinas?
–Sobra la gente que habla de cosas que no sabe. Yo prefiero no estar entre ellos. Tomo al personaje de Morel como uno de los símbolos más trágicos de la exclusión, y punto.
–¿Qué opina de la impunidad expuesta en Kamikaze?
–Esa impunidad convierte a Morel y a Garmendia en sobrevivientes de una época que desembocó en una gran marginación social. Me refiero a la época menemista, cuando la mayoría prefirió no pensar y meterse en un mundo de fantasía. Quiero creer que en estos últimos años la sociedad ha venido madurando. Dentro del teatro, esta obra revela esa falla con un humor bufonesco que hace digerible hasta las escenas más siniestras. Algunos espectadores me han dicho que sienten vergüenza de reírse en esos momentos. Para balancear tanta muestra de cinismo, decidí que Kamikaze fuera un espectáculo visualmente bello. Colaboró, y mucho, el escenógrafo y vestuarista Alberto Bellati.
–Otra cuestión que señala Sáez en esta obra es el engaño. Se promete a un grupo de adolescentes que triunfarán como futbolistas en Italia, cuando lo que se pretende de ellos es otra cosa...
–Esa es la columna vertebral de esta historia a la que intenté darle forma de rompecabezas. La puesta tiene una estructura de policial, porque el propósito es que el público no sepa totalmente quién es quién. Esa manera fracturada de contar me seduce. ¿Acaso los argentinos no estamos hechos de pedazos de historias y de comportamientos diferentes, y hasta opuestos? Aquí utilicé videos, porque me interesaba destacar esa identidad nuestra de seres imperfectos que confían en discursos rotos en lugar de trabajar hacia adentro, tanto en lo personal como social. Kamikaze nos permite a través de la risa generar una toma de conciencia de aquello que no queremos ver en nuestra sociedad.
–¿Por qué dice que como director no quiere delegar?
–Porque me corresponde a mí saber por dónde va a transitar la obra. Intento darle un color, y estudio a full los climas. Los colores aparecen en los “brotes” de los personajes, que a su vez tienen los suyos y son los que los definen: matices de azules, verdes y rojos. El blanco y el negro los contiene, el color violeta “corta los brotes” y el amarillo es una fantasía sobre la probable existencia de un pájaro (el canario Harry, que es el nombre del inglesito al que Morel le clavó la bayoneta en Malvinas. Fue su primer muerto). Para este montaje busqué apoyarme en la plástica, lo cinematográfico y musical. Mi baterista en la banda La Dama es mi asistente de dirección. Con la banda participamos también en los ciclos de Teatro por la Identidad. Este año voy a estar en una obra y en un sector del ciclo que se va a llamar Espacio Libre, donde uno puede ofrecer su trabajo sin atarse a códigos. Vamos a presentar un fragmento de La balada de la cárcel de Reading, uno de los textos que escribió Oscar Wilde en ese presidio. Lo va a leer Maxi Ghione. (El otro texto escrito en la prisión a la que fue confinado el escritor irlandés que hizo pública su homosexualidad, y a quien se condenó a dos años de trabajos forzados por “inmoralidad de las costumbres”, fue el dramático De Profundis.)
–O sea, una expresión teatral que va más allá del caso puntual de la sustracción y apropiación de niños de padres apresados y desaparecidos durante la última dictadura militar...
–Una de las cosas que pongo en claro en mi trabajo para el ciclo de Abuelas de Plaza de Mayo es mi intención de encarar las temáticas de la libertad y la identidad en forma universal. Estoy de acuerdo en que hay que recuperar la memoria y hablar de los chicos sustraídos durante la represión militar, pero también de expresar el concepto de libertad en su sentido más amplio. Es una opción que tenemos todos de ser personas, de pararnos frente a los otros con una vida y una trayectoria que nos ha exigido estudios y esfuerzos. Si dejamos que nos saquen eso perderíamos identidad. Cualquiera con un poco más de poder podría llevarnos por delante. Pasa en nuestra sociedad. ¿Acaso no vemos a gente intelectualmente idiota, inepta y amoral ocupando lugares de poder? Lo penoso es que a veces nosotros entramos en la misma bolsa, solamente por trabajar en los lugares que ocupan esos mediáticos a los que no les interesa la verdad sino a cuánto asciende el rating de sus programas.