ESPECTáCULOS
› LOS DISCAPACITADOS EN TV, UN TEMA ALGO ESPINOSO
El mito de la curación ideal
Las ficciones les dan lugar a diferentes discapacidades, pero el debate no termina allí: el tema se maneja con reglas propias, algo caprichosas.
› Por Julián Gorodischer
Ana nació postrada en una silla de ruedas, pero tal vez volverá a caminar. Valentina está gordísima, pero no muestra la celulitis. La pensionista renguea, pero un amigo trabaja en su cura. La ciega de Abre tus ojos terminó viendo. Reversibles o simulados: gordos como ositos de peluche o ciegos de ojos celestes grandísimos, rengos que se enderezan, pero no tullidos, amputados o deformes. Siempre mostrables: la discapacidad según la tele tiene sus reglas, un manual de estilo que los prevé con dramas de todo tipo pero, ante todo, televisables. Allí donde reinaban los carilindos y los esbeltos, se infiltran los “fenómenos”, con límites, pero muy distintos al galán y a la heroína de los de antes. Se los ve en Padre Coraje (Ana), Mi gorda bella (Valentina), Abre tus ojos y Los pensionados. ¿Qué significan? “Frente a un montón de exaltaciones que no se pueden lograr –explica el psicoanalista Germán García–, surgen contrafiguras con función liberadora. Provocan alivio e inquietud: no te tocó a vos, pero te podría tocar”.
El discapacitado de la tele tiene retorno, vive un estado de excepción que progresivamente irá hacia un desenlace favorable: la vuelta a la normalidad. Si Abre tus ojos comenzó con una ciega (Romina Yan) en rol protagónico, es porque tematizó desde el vamos el regreso a la visión (recuperada a fines de febrero). La tira preparó desde el capítulo uno su momento emotivo: la vuelta al mundo de los seres “comunes”, el fin de la tragedia. Los pensionados se anima a que una de sus chicas sufra una renguera (Sabrina Carballo), pero pone a trabajar a un joven médico-prodigio en la solución del caso. La cura será la prueba de amor. “No sé si la tele discrimina –dice Esteban Peñín, el protagonista ciego de Planeta invisible, en MuchMusic–, pero limita el espacio. Mucha gente con una discapacidad querría estar en los medios y no puede. Y en las novelas, por lo general, el ciego recupera la visión, vuelve a la normalidad, sale del lugar de lo imperfecto. Lo que no es estético queda mal.”
El ciego de MuchMusic (guionado por Gastón Duprat y Mariano Cohn) fue la contracara de la heroína redimida. Un tipo que salía a percibir el mundo inaugurando una forma novedosa de cronista: el auditivo. Peñín reconstruyó el universo de la esquina como si fuera de otra dimensión, extrañando el ladrido y el bocinazo, nombrando sensaciones para conseguir lo impensado: acercar al lugar del otro. La TV abierta vio el filón y lo llevó a Argentinos, somos como somos para sacar un registro de conducir y probar la coima. Otra vez: el ciego en su limitación, impedido para manejar, habilitado para una vida común sólo por corrupción. “Planeta Invisible –recuerda Peñín– fue de los primeros ciclos conducidos por un discapacitado, y rompió un mito: ayudó a que no nos vieran como inútiles. No se detenía en lo que no se podía hacer sino en las posibilidades”.
Gordos de gomaespuma, estirados o risueños: ni noticias de un rollo, estrías, várices. El gordo de la tele prolifera, pero en envase de plástico, pintado como un osito cariñoso, ocultando el cuerpo real. En el extremo, Mi gorda bella, interpretada por una ex modelo, exhibe a Valentina tapada hasta el cuello, con trajes de lana en pleno verano, anticipando la vuelta a ser flaca que vendrá en el final. La novela de gordas y feas no puede consigo misma: impone un borrón y cuenta nueva antes de que llegue el romance, impide el acceso a la gorda real (Silvia Burgos, ex aspirante a Popstars, presentada a 75 castings sin resultado), y alimenta una fantasía futurista: el trasplante de cuerpo que llegará con el abrupto cambio de look. “Mi gorda... es una chica muy simpática –dice Natalia Streignard, su protagonista–, hace reír a la gente, es muy humana, una gorda muy querida, una niña de buenos sentimientos, muy transparente. Valentina es una niña, aunque acaba de cumplir 17 años; no conoce el mundo exterior, ni la maldad. Una niña de corazón, pues conserva intacta su inocencia”. Gordas y feas de la tele como Valentina o la pionera Betty equilibran con honestidad la deformidad del modelo Vidriera. Valentina es levemente boba, pero buenísima. Betty era un genio. La gorda exige un mérito mayor al carilindo; la gorda siempre es compensatoria.
Adriana Lorenzón, guionista de Los Roldán, ideó “fenómenos” de todo tipo, pero se lanza ahora a la que, tal vez, sea la más extrema de las formas televisivas de la discapacidad: la fealdad. En su tira, muchos se apartan del modelo tradicional de belleza, como Hilda: enjuta, encorvada, marimacho y estrella bailantera. O como Uriarte, gordo, pelado y baboso con el travesti. El “alternativo” trastrueca las fronteras de la normalidad. “El enfoque es ser lo más realista posible dentro del esquema que manejamos. Que la gente los reconozca porque tienen a alguno así en su familia. Hay un deseo de contar personajes y no estereotipos o modelos impuestos desde afuera”. En tanto la TV produce imágenes frustrantes (bellos, ricos), los discapacitados son una forma de compensación: se contraponen a parámetros altísimos del “deber ser”. La heroína paralítica, la protagonista obesa o la ciega ponen en boca del otro un comentario repetido: no estoy tan mal. “Los ideales femeninos de belleza –agrega García– son utilizados para la creación de exigencias insoportables, alimenticias, de gimnasia, de vestimenta... Mostrar al discapacitado tiene una función en la Argentina: poner la falta del lado del otro.”