Mié 31.03.2004

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A LA ESCRITORA ALMUDENA GRANDES, QUE PRESENTA “CASTILLOS DE CARTON”

“Esta novela ha sido un ejercicio de nostalgia”

El nuevo trabajo de Almudena Grandes se concentra en un regreso a la juventud de los protagonistas, en un viaje a los años de “la movida”, desde la perspectiva de un fracaso.

› Por Silvina Friera

La nostalgia, que hace aflorar los recuerdos, modula un racconto de frustraciones, jirones de imágenes o impulsos rapsódicos. En ese ámbito de modulación, la escritora Almudena Grandes concibió una novela intensa y amarga en su brevedad, Castillos de cartón, publicada por la editorial Tusquets, en donde una mujer y dos hombres, los tres estudiantes de Bellas Artes, comparten una experiencia radical sin límites: la pleamar del deseo amoroso, sexual y artístico les permite construir una vida paradisíaca excepcional, casi perfecta, que ellos mismos se encargarán de boicotear y degradar. Quizás ese modo de vivir una pasión triangular, excesiva y desbordante, era el único admisible para esos jóvenes, inmersos en la movida madrileña de los ‘80. Fueron felices, pero lo perdieron todo. Ella, María José Sánchez García (Jose), trabaja como tasadora de arte en una casa de subastas, después de haber abdicado de su intención de pintar el lado oscuro de la vida. Un llamado telefónico la sacude de ese simulacro previsible en el que se ha transformado su vida. Su ex amante y compañero de andanzas, Jaime González, un frustrado mago del pincel que sólo podía copiar obras de los grandes maestros, pero sin alcanzar nunca un estilo propio, le anuncia que el famoso y exitoso artista Marcos Molina Schulz se ha suicidado. Por el impacto que le genera esta noticia trágica, Jose regresa, en un repliegue intrauterino, a esos años en donde rezumaba la alegría con la que ellos se iniciaban en el sexo, el amor y el arte.
Invitada por el Centro Cultural de España, Almudena presentará Castillos de cartón mañana, jueves 1º, a las 18.30, en la sede de esta institución (Florida 943). La autora, que nació en Madrid en 1960, empezó a ocupar un espacio propio dentro de la literatura española con Las edades de Lulú, novela ganadora del premio La Sonrisa Vertical. Antes de iniciar la entrevista con Página/12, Almudena es “víctima” de un furcio cultural que comete esta cronista, que retira la mejilla cuando la escritora, entusiasmada, se dispone a concluir su saludo con un segundo beso. Risueña, pícara y chispeante, acepta las disculpas, se ríe con ganas y aclara: “Es que los españoles, por hábito, besamos dos veces. Imagínate si tuvieras que saludar a varios eslavos juntos, que acostumbran a dar tres besos”. Según la autora de Te llamaré viernes, Malena es un nombre de tango y Los aires difíciles, hay dos formas de escribir relatos o novelas. En unas ocasiones, la historia va por delante y tú por detrás, con la lengua afuera, creyendo que no controlas nada. Pero es mentira, porque ahí controlas más. Hay otras novelas en las que tú vas por delante tirando de la historia –explica la escritora–. Tengo una cierta edad y experiencia para entusiasmarme con moderación. Busco un tipo de historias que tiren de mí”.
Pero no sólo la ficción de sus novelas y cuentos, como Modelos de mujer, la tironea. “En los dos últimos años la sociedad civil española se ha movilizado de una forma que no recuerdo haber visto jamás. Me han ofrecido la posibilidad de entrar en la política directamente, pero a mí no me interesa. No tengo ninguna clase de ambición por el poder político –subraya Almudena–. Estuve muy movilizada e intenté por todos los medios colaborar para que terminara la mayoría absoluta del Partido Popular y su gobierno, pero más bien con la sensación de que cuando eso sucediera yo volvería a mi casa.”
–Pese a la movilización de la ciudadanía, la impresión es que el triunfo del presidente José Luis Rodríguez Zapatero es la consecuencia inmediata de los atentados en Atocha.
–Eso es lo que ha querido instalar el Partido Popular (PP), que había llegado a tal punto de aislamiento y de empecinamiento que se había quedado solo. Todos sabíamos que el PP necesitaba la mayoría absoluta para gobernar porque nadie iba a apoyar a un partido desprestigiado por su forma de hacer política, por su totalitarismo efectivo, porque se dedicó a chantajearnos con la amenaza del terrorismo y usó al terrorismo como un arma electoral. En una población que estaba muy cabreada, enfadada y rabiosa, la gestión informativa que se hizo de los atentados incentivó la participación. En España, el partido que está en el gobierno depende estrechamente de la participación que haya en las elecciones. Por encima del 75 por ciento, gobierna la izquierda; por debajo de ese porcentaje, lo hace la derecha. Lo único que iba a ser eficaz para movilizar el voto de izquierda era el comportamiento del propio PP y específicamente de Aznar, el gran causante de la victoria del PSOE. Sin atentados, de todos modos, igual hubiera ganado Rodríguez Zapatero.
–Castillos de cartón transcurre durante la movida madrileña de los ‘80. Después de esa agitación cultural, llegó la derrota y el pesimismo en España, un país que, en su opinión, fue paulatinamente envejeciendo. ¿Es optimista respecto del futuro?
–No sólo fue envejeciendo sino que se fosilizó. En esta especie de marasmo de sentimientos, que tienen que posarse y solidificarse, porque muchos aún estamos con el ánimo en carne viva, la impresión que se tiene es que la victoria del 2004 se parece a la del Partido Socialista en el ’82. Esta afirmación dispara el interrogante de hasta qué punto el gobierno del PP ha retrotraído a mi país. La victoria de los socialistas en el ’82 fue tremendamente importante porque en el ’75 se había muerto un dictador, que había gobernado durante 40 años, y siete años después la izquierda triunfaba. En los últimos cuatro años, España se parecía más al país de mi infancia que al de mi juventud.
–¿La novela fue un modo de recuperar esa juventud “perdida”?
–Absolutamente. Castillos de cartón fue un ejercicio consciente de nostalgia, porque escribir esta novela me permitió mirar hacia la luz de lo que habían sido los años ’80. Fue una tentación irresistible, pero también imprescindible para convencerme de que España y Madrid habían sido distintas. La situación ha cambiado radicalmente. España debe volver a ser un país tranquilo, un sitio que no sea un problema para sus habitantes. Porque el gobierno del PP fomentó la idea de que España era un problema, de que la convivencia era imposible; lo que incrementó los extremos de irascibilidad y de intolerancia en la población. Lo que tiene que garantizar el gobierno de Rodríguez Zapatero, en primer lugar, es el retorno a la convivencia pacífica.
–Decía que la novela era un ejercicio deliberado de nostalgia. ¿Qué aspectos de los ’80 buscó rescatar?
–Hay dos símbolos en el libro. Uno es la canción de la que sale el título de la novela, Para ti, de un grupo que se llamaba Paraíso, que fue como el himno de la movida madrileña. Luego hay otro detalle muy tonto, pero que a mí me gusta mucho contarlo porque es significativo. Los protagonistas van a bares con las paredes pintadas de negro. Los que vivimos en los ’80, sabemos que un bar negro es mucho más acogedor que un bar blanco, en contra de lo que parece. Lo que sostiene a la trama es el espíritu de aquella época, que aunque se la llame “años de la movida”, se la podría definir como los “años sin miedos”, sin culpas. Aquéllos fueron los años de la libertad radical, que es la única libertad verdadera, una libertad tan radical que nadie necesitaba recordarte que tu libertad terminaba donde empezaba la suya. Era una cosa que ni se contemplaba. La inocencia profunda definió a esa época, en la que todo era joven: la ciudad, el país y los protagonistas.
–¿El triángulo amoroso entre Jose, Marcos y Jaime refracta esa libertad radical y, al mismo tiempo, la inocencia de los ’80?
–Los personajes de mi libro logran algo tan perverso como una relación amorosa triangular porque son inocentes. Lo que sostiene esa relación es su inocencia y no su perversidad. En el momento en que pierden la inocencia se destruye la historia. Ellos viven como si estuviesen en una burbuja, que por un lado les aísla de la realidad y por otro les protege.
–Hay un sabor amargo que deja la lectura de esta novela, porque los personajes fracasan, porque termina en tragedia.
–Sí, es una novela triste, creo que es el libro más triste que escribí. En la novela hay dos ejes: uno es el sexo y el amor y el otro es el del arte. Esos ejes se van compensando; el que es más débil en uno de los ejes, es más fuerte en el otro. Al final, es verdad, la historia fracasa. Para la novela elegí dos versos de (Federico) García Lorca, de un poema que se llama Pequeño poema infinito, en donde afirma que el dos no ha sido nunca un número porque es una angustia y su sombra. En definitiva, es un poema sobre la imposibilidad del amor. Asumiendo que una historia de amor es una cosa milagrosa, azarosa y realmente difícil que se produzca, que se mantenga y se prolongue en el tiempo, en una historia de tres las dificultades se multiplican.
–¿Las diferencias artísticas rompen esa relación triangular?
–Ellos tienen una historia que funciona bien mientras no tienen que hablar en primera persona del singular. Pero en los dos ejes de la historia se producen desequilibrios que les obligan a hablar en primera persona y cuando dicen “yo”, cuando aparecen los intereses individuales, todo se desmorona. Esta historia entre tres artistas mediocres habría podido durar. Pero con un artista genial y dos mediocres era muy difícil. Ese es, además, el sentido del título, Castillos de cartón, una novela sobre el precio que se paga por la gloria, que es trágico, y sobre una tragedia infinitamente más trágica, que es la de la gente que no tiene ni siquiera la opción de pagar un precio por la gloria, porque está excluida desde el principio de esa posibilidad.
–¿Es más fácil escribir una novela breve como Castillos de cartón?
–Es mi novela más corta y, sin embargo, es mi narración más excesiva, porque originalmente iba a ser un cuento. He aprendido con este tipo de formatos cortos que al condensar la narración los errores son mortales. En una novela de 600 páginas se pueden cometer pequeños errores y no ocurre nada.
–¿Qué dilemas plantea la escritura de una novela de mayor extensión?
–Es difícil aguantar el ritmo, mantener el control y la fe. En definitiva, escribir es un acto de fe. Las crisis literarias son siempre crisis de fe. Un músico puede tardar toda su vida en hacer una sinfonía, pero en el momento en que va terminando pedacitos, eso ya es ejecutable. Un poeta puede estar toda la vida escribiendo un libro de poemas, pero cada poema es algo que se puede comunicar. Un pintor trabaja con la materia y sus progresos son visibles, se pueden compartir. Un novelista es alguien que está solo durante mucho tiempo con algo que no existe. Los progresos de un novelista no se comparten, porque una novela que no tiene final no existe. Para ser novelista es fundamental aprender a gestionar la soledad. La soledad es la grandeza y la miseria de este oficio, es la que hace y destruye novelistas.

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