Jue 01.04.2004

ESPECTáCULOS  › “MI VIDA SIN MI”, DE LA DIRECTORA CATALANA ISABEL COIXET

Un melodrama sin música ni lágrimas

Con producción de Pedro Almodóvar, la directora Isabel Coixet convocó a la excelente actriz canadiense Sarah Polley y construyó con ella la historia de una mujer joven en el umbral de la muerte.

› Por Luciano Monteagudo

La propia directora de la película, la catalana Isabel Coixet, lo ha contado muy bien en algunas entrevistas con la prensa. El origen de su película está en un cuento de la escritora estadounidense Nancy Kincaid titulado Pretending the Bed is a Raft (“Jugando a que la cama es una balsa”), en el que una chica muy joven, casada, con hijos, descubre súbitamente que tiene una enfermedad terminal, que le quedan apenas unos meses de vida y que, por supuesto, no deja de gritarle su drama al mundo, como una diatriba.
Pero... “¿Y si no se lo dijera a nadie?”, dice Coixet que se preguntó a sí misma. Allí encontró un punto de partida original para su película: en vez de pedir ayuda y reclamar la autocompasión de su familia y de sus amigos, la protagonista toma la decisión de que los últimos días de su vida sean los más intensos, los mejores. Y confecciona una minuciosa, meditada lista acerca de las diez cosas que debe hacer antes de morir, entre ellas decirle a sus hijas diariamente cuánto las quiere, grabarles casetes para sus futuros cumpleaños, encontrarle una nueva esposa a su marido y, mientras tanto, hacer el amor con un desconocido, para ver de qué se trata. “Así sería una película sobre la vida, más que sobre la muerte”, pensó Coixet.
Para lograr ese propósito, la directora –que contó con el respaldo de la productora El Deseo, de Pedro Almodóvar– se aseguró una actriz discreta y misteriosa como pocas, la canadiense Sarah Polley, que viene trabajando con los dos realizadores estrella del cine de su país, Atom Egoyan y David Cronenberg. Con ese aire frágil, etéreo, al mismo tiempo sencillo e insondable, Polley se apropia de Ann con las mejores armas y le da una envergadura y una profundidad a su personaje que la convierten –se diría que aún más de lo que parece pedir el guión– en el centro de la película, en su excluyente razón de ser. Todo lo que tiene que ver con Ann respira verdad y sentimientos auténticos, y no es poco considerando las dificultades que le plantea una situación límite como la que tiene frente a sí.
Otro hallazgo del casting es Amanda Plummer como su amiga y compañera de trabajo, en una lavandería industrial. La actriz de Pulp Fiction (¿se acuerdan de la escena inicial, cuando una apacible cafetería se convierte en un infierno?) tiene un rostro fuerte y curtido y transmite muy bien la experiencia y la serena sabiduría de quienes han pasado por circunstancias difíciles en su vida. Esas sombras se equilibran muy bien con la luminosidad y la juventud que emana Polley en la pantalla y ofrece un polo de interés adicional en el film.
Por afuera de estos dos personajes, sin embargo, Mi vida sin mí no propone otros de un valor equivalente. La peluquera que compone la actriz portuguesa María de Medeiros, admiradora incondicional del grupo Milli Vanilli, siempre parece un poco fuera de registro, y el marido por un lado y por el otro el amante que se consigue Ann (que sin darse cuenta le da unlugar más importante del que ella imaginaba en un principio) son figuras siempre un poco estereotipadas, sin demasiado relieve.
Esos, sin embargo, no serían problemas mayores si no fuera porque el film de Coixet sufre de una grave indefinición de tono. ¿Para qué plantear una situación melodramática digna de una película de Douglas Sirk si luego se quieren evitar las lágrimas a toda costa? Es verdad que la directora nunca intenta forzar las emociones del espectador, y que su tratamiento formal es muy despojado, pero al mismo tiempo ese rigor y esa sobriedad se dan de bruces con una historia que es digna del más escandaloso tearjerker. En este sentido, era mucho más coherente la película francesa La fuerza del corazón, de Solveig Anspach, que también hacía de su protagonista enferma una heroína, pero que nunca se pensaba como un melodrama sino como una épica íntima, de cámara.

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