ESPECTáCULOS
“Hacer que crezca la torta en lugar de pelear por repartírsela”
El sello BAU, dedicado al jazz argentino, es uno de los datos de peso en el desarrollo actual del género. Fernando Tarrés, el creador, habla de ese proceso y del concierto en el que hoy actuará, junto a otros dos grupos que graban allí, como parte del festival organizado por la Ciudad.
Por Diego Fischerman
La historia del jazz y la del disco están unidas hasta el punto de que la primera seguramente no existiría sin la segunda. Desde el Libery Stable Blues grabado en 1918, el jazz se escribe en discos que, salvo en el caso de las gigantes del mercado, Columbia y RCA Victor –que desarrollaron catálogos de jazz, con fuerza, hasta la década de 1970– fueron registrados y comercializados por pequeños sellos, en su mayoría especializados en el género. Los más notorios (y los que más crecieron, llegando a asociarse a compañías grandes) fueron Blue Note y Verve y, más cerca en el tiempo, ECM. Hoy, de nuevo como al comienzo, el jazz está en manos de sellos chicos, artesanales y consagrados al género casi como una religión. Y el despegue del jazz argentino –en cantidad y calidad de propuestas, en la aparición de músicos jóvenes, en el protagonismo creciente de las composiciones propias por sobre los standards–, tiene mucho que ver, precisamente, uno de esos sellos.
BAU (sigla de Buenos Aires Underground) es una invención del guitarrista y compositor Fernando Tarrés pero, sobre todo, es una especie de marca de fábrica que identifica al jazz local menos atado al costumbrismo y a nombres imprescindibles de la escena actual, como el del pianista Ernesto Jodos, los saxofonistas Rodrigo Domínguez y Luis Nacht o el contrabajista Mariano Otero. “La fragmentación del ambiente del jazz porteño –de por sí tan pequeño– me parecía un absurdo, un lujo que un artista no debía darse en esta ciudad”, comenta a Página/12 Tarrés, quien hoy a las 21, en el Teatro Alvear (Corrientes 1659) será, junto a su quinteto –que integran Jodos, Domínguez, Jerónimo Carmona, Carto Brandán–, uno de los que actúe en Música desde el borde. El concierto, del que también participarán los grupos de Otero y Nacht (en ambos actúa, además, una de las grandes últimas revelaciones, el pianista Francisco Lo Vuolo) forma parte del ciclo Discos vivos y del Festival Buenos Aires Jazz y otras músicas, que se está desarrollando hasta el próximo 23, ambos organizados por la Secretaría de Cultura de la Ciudad.
“Yo pensaba que si músicos como Drew Gress, John Zorn, Erik Friedlander, Myra Melford o Kurt Rosenwinkel podían superar diferencias estilísticas y juntarse en Estados Unidos, donde esta música fue inventada, cómo nosotros no íbamos a hacerlo aquí, donde somos realmente marginales. Debería ser casi un reflejo de supervivencia. Después me di cuenta de que parte de ese autoaislamiento tenía razones sociales y que atrás de todo hay una historia, pero la voluntad de unir los puntitos sueltos para ver qué figura podíamos delinear al unirlos me motivó muchísimo. Y empecé a proponer acciones con los músicos con los que sentía mayor afinidad estética”, cuenta Tarrés. “Así nació BAU, con la idea de subrayar algo que de todos modos ya ocurría, aunque muchos no lo vieran.” Sobre el concierto de esta noche reflexiona: “El título del concierto plantea con claridad el punto de partida en el que nos paramos. Tal cual ocurre en esta música maravillosa que es el jazz, se sabe de dónde se sale pero nunca hasta dónde se llega. Ese juego entre equilibrio y caída libre, entre adrenalina y aburrimiento, en otras palabras: el borde. Al mismo tiempo hay otro borde del que hablamos, el geográfico. Lo que querríamos lograr es dejar que el jazz inunde la música argentina o que nuestra manera argentina de existir se cuele (si es involuntariamente, mejor aún) en el jazz. Si ocurre con éxito estaríamos haciendo el tan mentado Jazz Argentino. Aunque nadie puede dar fe de que eso exista. No todavía al menos. Pero, de todas maneras, hay algo que a mí me hace sentir muy feliz y es ver cómo, por primera vez en nuestro medio, las diferentes generaciones de músicos empiezan a interactuar como parte de una misma escena. Esa continuidad es, quizá, lo más saludable que nos está pasando. En el concierto de hoy, por ejemplo, desfilarán por el mismo escenario Ernesto Jodos y Francisco Lo Vuolo, Enrique Norris y Rodrigo Domínguez en los vientos, Juan PabloArredondo y yo, duplas de instrumentos con una generación de diferencia. Eso es algo para celebrar”.
Tarrés llega al concierto de hoy, en realidad, en un doble papel: el de productor discográfico y el de músico. Y sobre la programación opina: “Luis Nacht y Mariano Otero son dos amigos muy queridos con los que compartimos una manera de ver ciertos aspectos de la música. Y, además, las tres bandas comparten músicos, lo que está lejos de ser una simple coincidencia. Los tres estamos a punto de grabar discos y tenemos cantidad de material nuevo, así fue que nos pareció lógico proponer juntos estas músicas desde el borde. Espero que la gente, además de disfrutar del concierto y de nuestras propuestas, vea que esto es tan sólo un emergente. Que hay mucho más, que esta música es ilimitada en sus posibilidades, y que se anime a bucear, a salir a los clubes y ver lo que se está gestando, que es realmente valioso”.
BAU nació en el momento en que el guitarrista, que había estado durante diez años estudiando y trabajando en Nueva York, volvió a la Argentina, “lleno de ganas e inquietudes. Y dudas, claro, ya que siendo cordobés, además, yo no conocía este medio en lo más mínimo. Mi primera lectura del panorama musical porteño fue la de una escena con mucho talento y sorprendente cantidad de información, pero sin una sensación de pertenencia a algo grupal o generacional. Cada uno en lo suyo, con gran vocación y compromiso, pero cada quien en su parcela. Hoy, dos años más tarde, el proceso ha servido un montón y sigue su curso. Mientras tanto, los desafíos van cambiando. Lo que al comienzo era un hallazgo hoy podría ser un error. Estar atento y no dormirse resulta fundamental, ya que ahora viene la parte difícil: hacer que esto dure”.
Tarrés es optimista pero no se engolosina: “Como todo proceso cultural, la continuidad en el tiempo es la única manera de que la cosa madure y se fortalezca, tanto como para pasar por encima de los errores que nosotros mismos pudiéramos cometer desde el planeamiento. El proceso parece inquebrantable y determinado a avanzar. Los más jóvenes llegan con una solvencia técnica, una claridad conceptual y una última dosis de irreverencia que no puede menos que sorprender. Aun así, la cosa recién empieza y está en todos nosotros, como artistas, el aprender a actuar con amplitud, con tolerancia y a evitar la voracidad comercial. Es una torta muy chica y lo más inteligente es hacer que crezca, en vez de pelearse por cómo repartirla”.