ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A LA CHILENA JAVIERA PARRA
Más que un apellido
Además de artista de rock, es una suerte de activista cultural. Desde ese lugar, habla de su música y de la actual situación de su país, en relación con la Argentina. “La hostilidad parte de un sentimiento subdesarrollado”, dice.
› Por Esteban Pintos
Javiera Parra porta un apellido ilustre, el de su abuela Violeta. Un apellido de peso, tanto en Chile como en la historia de la música popular latinoamericana. Desde ese lugar que inevitablemente representa un privilegio, pero también significa presión, edificó una sólida carrera en el rock chileno desde que formó su banda Javiera & Los Imposibles en 1991. Más de una década y cinco discos después, la banda forma parte del pelotón de punta del rock latino y goza de buena salud artística: su último disco, El poder del mar, apareció en su país de origen a fines de 2003 y será editado en Argentina el próximo 22 de junio. Para Javiera, el hecho es altamente simbólico: “En Argentina los grupos chilenos nunca lograron sostenerse y ser conocidos más allá de cualquier campaña de difusión o de una canción en la radio”, dice.
No todas son rosas. Desde la aparición de la biografía “no autorizada” de Los Tres –los mismos que homenajeó Café Tacuba en Valle Callampa–, escrita por Enrique Symns con toda clase de pelos y señales sobre el detrás de la escena, amoríos clandestinos y excesos de la gran banda chilena de los noventa, Javiera está en el centro de una escena polémica. En el libro ella es vista como “culpable” de la disolución del cuarteto que lideró Alvaro Henriquez, su pareja de aquel momento. Y más: se cuenta que tuvo amoríos con otros integrantes de la banda y que eso determinó el final de Los Tres. Ella prefirió el silencio, aunque se la intuye poco complacida en el rol Yoko Ono de esta historia. Ahora, a partir de la inminente aparición de El poder del mar en Argentina, Javiera habló con Página/12 del nuevo disco, de la singular experiencia que significó el anterior disco de versiones AM –de alguna manera emparentable con el desprejuicio de Otras canciones, de Attaque 77– y de la actual situación sociopolítica de su país, vista desde su rol de activista cultural.
–AM sorprendió por la variedad de autores y canciones, casi todas ellas ajenas al “rock”. ¿Cómo resultó el proceso de selección para ese disco?
–Fue bien egoísta... En la decisión, de acuerdo con nuestro gusto como banda. Primero elegimos las baladas italianas, pero por gusto personal. Y luego otros artistas, como Roberto Carlos, que me parece un genio en los arreglos, o Camilo Sesto y sus grabaciones con orquesta. Finalmente quedó de todo: algunas que eran un asco y otras que ya eran muy buenas. Aunque parezca al revés, resultó más complicado abordar las muy buenas porque exigían respeto y distancia. En Chile tenemos desde chicos el influjo propio de un gran evento –para bien y para mal– como es el Festival de Viña del Mar, en donde todo cabe y que asumimos con cierto placer culpable. Aquí no existe una cultura rock como en la Argentina, con sus límites y prejuicios. Por eso pudimos hacer un disco así: fuimos transversales al unir gente de edades y gustos muy distintos.
–¿Cómo resultó luego la grabación de El poder del mar?
–Fue un proceso parecido en cuanto a sonoridad y producción. Nuestro criterio es el descriterio: tolerante, experimental, donde cada uno puede proponer. Que sea colectivo es más entretenido. La mutación de una idea de uno de nosotros es lo que hace unir al grupo. No me interesa el purismo.
–Por la cuestión energética y algunos otros temas de disidencia política, no es un buen momento en la relación de Argentina y Chile. ¿Qué se ve desde el otro lado de la cordillera?
–Aquí la hostilidad parte de un sentimiento subdesarrollado y feo, del que yo quiero abstraerme. A nivel político, si hay hostilidad es algo que tiene que ver con la relación con Bolivia, el tema de la salida al mar y el apoyo del gobierno argentino a ese reclamo. Me parece aberrante estar peleado con los bolivianos, porque no me gusta el rol del exitoso que aplasta al más débil. Pero para mí, el resquemor no existe. La actual arrogancia chilena viene de cierta inseguridad, de haber estado apocados durante muchos años. Es lo mismo que una persona fea e insegura pase a sentirse linda y muy inteligente. Es una distorsión. Siento que aquí los medios –sobre todo la televisión– están enalteciendo una actitud que confunde: que para ser exitoso hay que ser avasallador. Es un malentendido y tiene que ver con una actitud gringa, capitalista. Es alentar la ley del más fuerte, pero aplicada a nosotros, vecinos. El crecimiento desmedido de Chile en muchos ámbitos no se refleja en la mentalidad. Ahí se percibe un importante subdesarrollo mental.