ESPECTáCULOS
› ANTE 18 MIL PERSONAS, MASSIVE ATTACK PUSO LA NOTA MAS ALTA DEL BUE FESTIVAL
Cuando la música se convierte en hipnosis
La noche arrancó fría, pero el grupo encabezado por Robert “3-D” Del Naja y Grant “Daddy G” Marshall fue ganando en intensidad hasta conquistar al público con una sólida mixtura de electrónica y carnadura rockera. El festival tuvo otros momentos contundentes con Rinôcérôse y Andy Fletcher.
› Por Eduardo Fabregat
Nada hacía prever semejante final. En una noche tan fría y húmeda como para desanimar al más valiente, Massive Attack liquidaba su hora veinte de show con una carnadura indisimulablemente rockera, convirtiendo a Future Proof en un tanque que arrasaba sin piedad con las 18 mil personas presentes: entre el clima narcótico con el que comenzó ese último bis y el ataque alucinado del cierre, luces blancas hiriendo la noche y la voz de Robert “3-D” Del Naja convertida directamente en ruido y sonido manipulado, quedó encerrada la mejor síntesis de la noche. La noche en que uno de los grupos más relevantes procedentes de la escena inglesa de los ’90 saldó su deuda argentina, la noche en que Buenos Aires cayó bajo un ataque masivo de música hipnótica que hizo olvidar el clima.
Y el clima no fue un tema menor. El grupo liderado por Del Naja y Grant “Daddy G” Marshall debió lidiar con el contexto menos apropiado para su música, una música hecha de matices, sutilezas y paisajes sonoros: entre el frío otoñal y el escenario al aire libre, los primeros quince minutos se consumieron en una cierta apatía de arriba y abajo, una sensación de que hubiera estado mucho mejor escuchar ese inicio de Angel y Risingson –nada menos que los tracks de apertura del formidable Mezzanine de 1998– en un lugar cerrado, donde el sonido jugara a favor y no tan en contra como suele jugar en los lugares abiertos. El mismo entorno del BUE Festival del Club Ciudad de Buenos Aires parecía jugar en contra, con ese insistente y molesto tam tam tecno saliendo de una carpa cercana (¿no podía producirse un poco de silencio en ese lugar mientras actuaba nada menos que el número central del festival?) y una porción de público habituada más al devenir discotequero que a la ceremonia de recital. Pero de pronto 3-D le dedicó una canción a cierto ex futbolista en desgracia con un inconfundible “Aguante Diego”, y Karmacoma, el himno de Protection, hizo cambiar los vientos. Y al momento siguiente, la cantante Dorothy “Dot” Allison se las ingenió para sacar adelante la bellísima Teardrop (originalmente cantada por Elizabeth Fraser), y poco después estaba el prócer jamaiquino Horace Andy en el escenario, para poner su voz de encantador de serpientes al servicio de Hymn of the big wheel, y la banda terminó de calentar los motores y se acabó la discusión.
Para su show sudamericano, Massive Attack dejó en casa la pantalla que acompaña las presentaciones de su reciente 100th window, y en la que se leen, entre otras cosas, lindezas como el gasto en armas de Estados Unidos e Inglaterra (en tiempo real: “desde que empezó este concierto, ya se gastaron...”). Pero esa decisión económica trajo la ventaja de que todo se concentrara en la música, y en ese sentido hubo sorpresas: además de 3-D y Daddy G, cuando Massive Attack superó los iniciales problemas demostró que puede sonar como una banda hecha y derecha, apoyándose en los teclados de Kerry Hopwood, la sólida base del bajista Winston Blisett y el baterista Andrew Small, y en el guitarrista Angelo Bruschini, que podrá estar tocando en el grupo señalado como “fundador del trip hop” y en un festival llamado Buenos Aires Urbano Electrónico, pero sabe muy bien cómo poner un nervio que suele faltarle a algunas propuestas provenientes del dance. Entonces, la versión de Antistar (también del último disco) fue pura hipnosis, pero inmediatamente después Safe from harm combinó esa delicadeza sonora con un final a todo gas, potente y energizante, apropiado cierre antes de los bises.
A esa altura, todos los temores del comienzo se habían diluido. Las voces de Del Naja y Marshall, acostumbradas al susurro y la letanía, se imponían en un sonido general sensiblemente mejorado. A medida que lo que bajaba desde el escenario comenzaba a surtir su efecto, la tendencia de algunos personajes a enfrascarse en largas conversaciones por celular (¿habrá algo más inexplicable que un pibe hablando por teléfono mientras suena Karmacoma?) comenzaba a amainar. Los mismos músicos parecían más convencidos de lo suyo, olvidados del frío, la humedad y el escenario gigantesco. Y aún faltaba la gran andanada final, esa serie de bises que, como una convocatoria a las brujas de Bristol, arrancó exactamente a la medianoche.
Antes, 3-D anunció que “tenía algo para decir”. Y aunque no hubiera estado de más convocar a un traductor, en su párrafo de cerradísimo inglés británico pudo entenderse que “en el pasado, Inglaterra ocupó ilegalmente las Falklands, y hoy el gobierno de Tony Blair está haciendo lo mismo, ocupando ilegalmente Irak junto con Estados Unidos”. Comprendido o no, el discurso disparó la obligatoria ovación, pero también una monumental versión de Inertia creeps, y el ingreso de Shara Nelson –que no estaba en los papeles de nadie– para dar clases de canto gratuitas en Unfinished sympathy, otro de los grandes momentos del debut Blue Lines. Entonces, como para unir las dos puntas del historial, llegó Future Proof, la paranoica canción que abre 100th window, y que desató esa imagen final, esa explosión de luz blanca y sonido demoledor que puso el moño. Antes y después, el BUE ofreció de todo para el amante de la electrónica. Pero en esa hora veinte, Massive Attack abrió una ventana al más allá. Y el efecto quedó flotando en el aire.