Jue 03.06.2004

ESPECTáCULOS  › EL MEXICANO ALFONSO CUARON INTRODUCE UN NUEVO CLIMA EN LA SERIE DEL NIÑO MAGO

Harry empieza a ponerse un poco oscurito

Harry Potter y el prisionero de Azkaban significa un quiebre notorio con respecto a las anteriores adaptaciones de la popular saga de J. K. Rowling. Por su parte, Good Bye Lenin! propone una fábula farsesca sobre la vieja Alemania oriental, que se niega a morir y no sólo en el cine.

› Por Martín Pérez

De casa al colegio y del colegio a casa. Pero con un año entre ida y vuelta. Así es como transcurren las historias de Harry Potter. O al menos las tres historias que han sido llevadas al cine. Con sus diferencias, claro está. Pero cada uno de los capítulos comienza en casa de los insoportables tíos del joven aprendiz de mago, luego es el turno de los preparativos antes de ir al especial colegio de Hogwarts, más tarde llega el ya clásico viaje en tren mágico –o siguiendo su recorrido desde un auto volador, como sucedió en La cámara secreta– y el resto de la película recorre un mágico año lectivo habitado por paseos nocturnos por los pasillos del colegio, lecciones llenas de simpáticas anécdotas grupales y partidos de ese particular cricket en escoba voladora llamado Quidditch.
Como bien recuerda Richard Corliss, crítico de la revista Time, parece haber pasado una eternidad desde aquel fin de año en que todo el mundo cinematográfico se preguntaba quién triunfaría en la pulseada por ser la película fantástica del año, si la primera entrega de El Señor de los Anillos o la adaptación de la primera novela de la saga de J. K. Rowling. Apenas dos años y medio más tarde, nadie se atrevería a plantear semejante dilema: la magistral adaptación de la obra de Tolkien a cargo de Peter Jackson eclipsó totalmente la saga que inició demasiado literalmente Chris Mi pobre angelito Columbus. Pero siempre es posible aprender de los errores previos, aun cuando semejante lucidez no suele ser habitual dentro del mundo de las superproducciones. Más cuando los supuestos “errores” dan ganancias mundiales cercanas a los dos mil millones de dólares por película. Así y todo, cuando todos parecían haberse resignado al destino de consorte de su éxito literario del Potter cinematográfico, viene el mexicano Alfonso Cuarón y se despacha con una película oscura que es la antítesis de ese inocuo libro ilustrado que fue la película que inauguró la saga.
Con el sexo de Y tu mamá también como el antecedente más evidente a la hora de lidiar con los primeros pasos adolescentes del trío protagónico de la saga del buen Harry, pero la maestría en los cuentos de hadas lograda con La princesita para calmar a los inquietos inversores, Cuarón ha realizado una verdadera proeza con Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Metió la cabeza en las fauces del lobo y salió con su orgullo intacto, entregando una película que dignifica su oficio y la obra original. Lo mismo que hizo Jackson con El Señor de los Anillos, si se quiere. Y parece haber muchas lecciones bien aprendidas de semejante éxito ajeno a la hora de atreverse a presentar, por ejemplo, criaturas tenebrosas como los Dementores, que recuerdan demasiado a los Nazgul de la saga dirigida por Jackson. Mucho más sórdida que sus cálidas predecesoras, recordando que la magia es un asunto delicado y lleno de peligros, con este tercer film la saga parece haber crecido tal como lo hacen sus protagonistas novela tras novela. Si Rowling se ha ido tomando cada vez más libertades –y más páginas– entrega tras entrega, esta apuesta por Cuarón habla de un saludable atrevimiento a la hora de llevar cada una de las novelas al cine. Por eso cada una de las sucesivas entregas fue perdiendo minutos en pantalla: porque lo que parece ir triunfando es el cine por sobre la literalidad.
Con la ventaja de basarse en una trama original que, según los especialistas en la obra de Rowling, es mucho más sólida que sus antecesoras, Cuarón deja de lado los uniformes para hacer mucho más evidente el estirón adolescente de sus héroes. De hecho, esta aventura comienza con un Potter rebelde, que ya no le teme a sus tíos. Y también presenta actores que ya no son tan niños, en particular Daniel Radcliffe (que encarna a Harry Potter), cuyo estirón también hace más evidentes sus limitaciones actorales. Pero allí está un verdadero regimiento de estrellas británicas para apoyar la historia, desde el ya habitual Alan Rickman como el tenebroso profesor Snape, al tan humano David Tawlis encarnando al flamante profesor Lupin. También se puede ver por ahí a Julie Christie haciendo de tabernera, e incluso a Emma Thompson, recordando su época de comediante a la hora de encarnar a una hipposa maestra de Adivinaciones.
Evitando cuidadosamente el Quidditch y siendo generosa a la hora de regalar monstruos –desde el Hipogrifo hasta el monstruoso libro de los Monstruos–, El prisionero de Azkaban revela secretos del pasado de su protagonista y guarda en la manga un villano mayor, encarnado por un siempre terrorífico e impecable Gary Oldman. Pero nada es lo que parece en el mundo de la magia y Cuarón demuestra saber llevar muy bien las riendas de una trama llena de vueltas de tuerca, que confunden pero también explican muy bien todo. Y desatan toda clase de preguntas de ésas que sólo se podrán explicar en los capítulos aún por venir. O que no tienen respuesta, como aquella pregunta de Hermione que al verse a sí misma en un momento cumbre de la trama sólo alcanza a murmurar: “¿Así es como realmente se ve mi pelo desde atrás?”.

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