Sáb 05.06.2004

ESPECTáCULOS  › PAGINA/12 PRESENTA, A PARTIR DE MAÑANA, DOS DISCOS DE DANIEL VIGLIETTI

El canto popular con fundamento

Trópicos y Trabajo de hormiga representan momentos fundamentales del músico uruguayo: el primero fue grabado en Cuba, en 1972; el segundo registra el regreso del exilio, en 1984, en un show en el Luna.

› Por Fernando D´addario

Entre los discos Trópicos y Trabajo de hormiga, que Página/12 presentará con su edición a partir de mañana, median doce años y unos cuantos kilómetros. El primero fue grabado en 1972, en Cuba; Trabajo... registra un concierto ya legendario, brindado en 1984 en el Luna Park de Buenos Aires. Ambos están atravesados por un recorrido sinuoso y a veces difícil de comprender, que excede la rigidez espacio-temporal: la historia. Marcan un antes y un después de esos fuegos que marcaron a una generación de latinoamericanos. Daniel Viglietti –en tanto cantautor y militante– aparece entonces como un testigo lúcido de esa historia, que hoy puede ser escuchada y leída con orgullo, bronca y/o nostalgia. Nunca con indiferencia.
La música y la poesía de Viglie-tti pueden entenderse hoy como uno de los signos artísticos que eligieron “los años ’70” para expresarse. Describen aquella época, desde la particularidad del “cantautor uruguayo” (en este caso entendido genéricamente). Esto es, activismo austero, la palabra precisa y contundente, virtuosismo ascético. En ese breve pasaje entre Viglietti y el público, las canciones adoptaron sin embargo una nueva significación: se volvieron urgentes, épicas y entrañables, como si fueran revestidas mágicamente por el espíritu de los ’70. El tiempo también hizo lo suyo, y según pasaron los años, esas melodías frugales y fuertemente ligadas a una coyuntura actuaron como propiciadoras de ese “hombre nuevo” que finalmente no llegó.
Estos discos sirven de termómetro. Trópicos registra la ebullición previa al desastre; Trabajo de hormiga refleja el agridulce regreso del exilio, con su extraña mezcla de sentimiento de derrota y de optimismo frente a la inminente reinstauración democrática. Trópicos es algo así como un manual del canto libre latinoamericanista: en 1972, Viglietti se encontró en Cuba con varios de los entonces jóvenes exponentes de la Nueva Trova Cubana (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González), se cruzó con el notable arreglador Leo Brouwer y el Grupo de Experimentación Sonora del Icaic. Eso era el futuro. Con semejante contexto, el disco no podía dejar de ser una síntesis de aspiraciones colectivas. No hay temas firmados en exclusividad por Viglietti; las canciones, escritas por Chico Buarque, Edu Lobo, Noel Nicola, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, parecían querer expresar algo más grande que la meritoria obra de un simple cantautor comprometido.
Algunas versiones son antológicas: Construcción, de Chico, traducida al castellano potencia la emoción del original y sirve como ejemplo de las injusticias que pronto habrían de desaparecer. Yo vivo en un tiempo de guerra, con música de Edu Lobo, está basado en un poema de Bertolt Brecht. Un alegato que no se deja atacar por la sutileza y marca el tono de otros tiempos: “Yo sé que es preciso vencer / yo sé que es preciso luchar / yo sé que es preciso morir / yo sé que es preciso matar / Es un tiempo de guerra / es un tiempo sin sol”. La poesía de Silvio se personaliza en Existen (todo el mundo tiene su Moncada): “Menos mal que existen / los que no tienen nada que perder / ni siquiera la historia”. Y en Un hombre se levanta (antesala de un tupamaro) persigue el mismo ideal revolucionario: “Un hombre simplemente / sale a mirar el día / y se deja quemar / con ese resplandor / y decide salir / a perseguir el sol”.
Las voces de Noel Nicola, Pablo Milanés (de quien Viglietti versiona Pobre del cantor: “Pobre del cantor de nuestros días / que no arriesgue su cuerda / por no arriesgar su vida”) y Sara González abrigan muchas de estas canciones. Viglietti solía definir su arte como “música desnuda”, y ese despojamiento esencial entra aquí en diálogo con el concepto experimental de Brouwer y los suyos.
Pasaron doce años hasta la grabación de Trabajo de hormiga. Un lapso en el que –como es sabido– Viglietti y tantos otros músicos populares pagaron con el exilio y la censura su compromiso explícito con elsocialismo. El regreso a Buenos Aires marcó el reencuentro con parte de su público: los uruguayos que habían cruzado el charco por cosas de la vida (los exiliados políticos estaban en su mayoría en Europa) y los argentinos que sentían su música como la expresión de un tiempo que no había pasado en vano. Esta vez sólo con su guitarra (lo que no es poca cosa), Viglietti pasaría revista a su propia filosofía de la historia.
En un Luna Park inflamado, el uruguayo sangraba su Canción nueva (“Cuánto me cuesta esta nueva canción / de la derrota crear primavera”); canciones a secas, algunas nuevas, otras rejuvenecidas para la ocasión, transitaban por esa voz grave y ese cuerpo desgarbado. Nuevas urgencias renovaban su prédica: Declaración de amor a Nicaragua fue recibida con la misma ovación que sus palabras previas: “En Nicaragua la poesía tomó el poder. Porque tenemos que sentir las fronteras de Nicaragua como las fronteras de cada uno de nosotros”. Alguien del público agregó, con el tono de las grandes luchas : “Nicaragua vencerá”.
El exilio volvió a aparecer, una y otra vez, en ese terreno imparcial pero no impersonal, que separaba el escenario de la platea. Así surgió la historia de Las hormiguitas, una canción que nació en Suecia, siguió su recorrido cerca del río Danubio, “y ahora tengo la alegría de cantarla a tan pocos metros del Río de la Plata”, como explicó Viglietti. La Milonga de andar lejos no requería, en cambio, mayores explicaciones. Era así nomás, sencillita y demoledora.
Otra voz canta fue dedicada a las Madres de Plaza de Mayo, y el Luna coincidió en el grito: “Madres de la Plaza/ el pueblo las abraza”. La voz del uruguayo quería seguir mirando el futuro: “No son sólo memoria / son vida abierta / continua y ancha / son camino que empieza”. Y el disco no se podía ir sin A desalambrar, la canción inevitable, de barricada, aparentemente perimida, pero portadora de una nobleza que, todavía hoy, pone la piel de gallina.

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