Mar 06.07.2004

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A PATRICIA PALMER, QUE ESTRENA UNA OBRA DE STORNI

“Los chicos deberían poder elegir”

La actriz y directora se apresta a estrenar, en el Taller del Angel, la obra El dios de los pájaros, una comedia para niños de Alfonsina Storni. El elenco está integrado por catorce actores y actrices, entre ellos la bisnieta de Alfonsina, cuya obra Palmer investiga desde hace años.

› Por Hilda Cabrera

¿Existen “monstruos sociales”? La actriz Patricia Palmer cree que sí y que abortan libertades, como la de elegir libremente, una práctica acotada incluso en sociedades no autoritarias. “Elegir, como acceder al conocimiento, es una acción y un derecho que se puede coartar desde los lugares más inocentes, como el de un espectáculo para chicos.” Relaciona esta reflexión con un estreno en su Teatro Taller del Angel, de Mario Bravo 1239. El título es El dios de los pájaros, una comedia para niños de la poeta Alfonsina Storni que Palmer dirige y evalúa de “naïf para los parámetros que se manejan hoy en los entretenimientos para chicos”. Admira profundamente a Storni: “Investigué su obra. Fue mi tesis en el Conservatorio de Arte Dramático”, puntualiza en diálogo con Página/12. Las indecisiones pasaron por encontrar la pieza adecuada: “Alfonsina tiene obras con fuerte significado social, como Negro, blanco, negro, sobre la discriminación, y El degolladero de estatuas, un título duro con fondo contestatario”.
En El dios... –que lleva música de Carlos Martínez y se presenta los domingos a las 16.30 (en vacaciones de invierno todos los días a la misma hora)– participa un elenco de catorce intérpretes, entre ellos María Storni, bisnieta de la poeta. “Alfonsina tuvo un solo hijo, Alejandro, ahora de 92 años, que vino al teatro”, comenta Palmer. El espectáculo se desarrolla como una leyenda sobre la existencia de un dios “que se lleva a los chicos que hieren o matan a las aves. Lo hace para aleccionarlos sobre lo valioso que es respetar la vida de los otros y poder vivir en libertad”, resume la actriz.
Autora de comedias musicales (¿Dónde estarás Cleopatra? y Un amor de aquellos, de 1997), Palmer se inició en el teatro –actuando, entre otras obras, en La rosa tatuada, dirigida por Agustín Alezzo, y La señorita Julia, con puesta de Máximo Salas–, alternando la escena con la televisión: Dulce Ana, Alta comedia, Señoras sin señores, y, entre otros trabajos, en los más recientes de Durmiendo con mi jefe y Los pensionados. En 1997 se desempeñó como directora artística de Canal 9. Sostuvo entonces que la pantalla era para los actores y no para los conductores de programas de chismes. En teatro dirigió piezas como Retazos y Pintura fresca (de Beatriz Mosquera), y Cuerpos, donde también actuó.
A la puesta de El dios de los pájaros suma su participación en otro proyecto que se concretará en el Teatro Nacional Cervantes. El título de la obra es Rudolf, de Patricia Suárez. Está ambientada en los años ‘50, en Alemania, y alude “a un nazi que se escondió en la Argentina, pero abarca muchos otros temas: cosas que no se cuentan”, señala Palmer. Se relacionan con la traición y el remordimiento, la mentira, la soledad, la carencia de amor y el hambre. Asuntos que, a su entender, ayudan a comprender las contradicciones humanas: “En circunstancias límite, las escalas de valores se ordenan de acuerdo a la persona. Pienso en los inmigrantes y en la necesidad de no pasar hambre. Mi padre era un catalán anarquista que padeció la guerra y fue perseguido. Quizás esto mío de querer tener techo propio me viene de él”. Relaciona ese afán con su intensa labor en la TV: “Estoy agradecida. Trabajando en televisión se puede tener una casa, un teatro, y mucha llegada a la gente. No se puede comparar con el teatro”.
A pesar de las ventajas de la TV, Palmer opina que en algún punto intoxica. Por eso nunca dejó de dar clases de actuación, incluso cuando protagonizaba Dulce Ana, en 1995, novela que “tuvo 30 puntos de rating”. Hoy prefiere continuar sus estudios de dramaturgia y puesta en escena, encarar una obra propia y alguna otra de un autor cercano a la estética del absurdo, que “tiene una mirada humorística sobre la vulnerabilidad y las pequeñeces del ser humano, permitiendo que se digiera lo peor”. Conecta esta apreciación con su faceta escéptica: “Descubro en la gente y en los hechos un sinsentido que me vuelve escéptica, pero me divierte. Me pregunto qué busco. A los veinte años creía que podía cambiar el mundo. Hoy no sé siquiera cómo modificar el mío. Cuando se habla de cambios recuerdo lo que decía García Lorca: el mundo está dividido por el hambre. Y es así, el hambre sigue existiendo y la posibilidad de elegir parece cada vez más lejana”.

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