ESPECTáCULOS
› “PATORUZITO”, BASADO EN LA CLASICA HISTORIETA DE DANTE QUINTERNO
Regreso al criollismo tradicionalista
› Por Horacio Bernades
Hablar de “tanque animado” suena a todas luces excesivo frente a un producto tan pobre, tan subdesarrollado como Patoruzito. Pero lo cierto es que el proyecto de llevar a la pantalla al indiecito creado a fines de los años 20 por Dante Quinterno le insumió al consorcio integrado por Telefé y Patagonik Film Group varios años de preparación y un costo estimado en tres millones de pesos. Lo cual es un cifra importante para los estándares locales. Que no sea fácil advertir en pantalla el resultado de tanto tiempo, esfuerzo y dinero –más allá de una atropellada hecatombe inicial y una espectacular secuencia final, con deshielo y gigantesco ídolo de piedra incluidos– lleva a preguntar por qué al cine industrial argentino le cuesta tanto lograr para sus productos una factura que, aunque más no sea, luzca mínimamente profesional.
Dirigida por José Luis Massa (hombre de confianza de Telefé, que lo puso al frente de Chiquititas y Un papá genial), Patoruzito gira alrededor del momento en que el indiecito es nombrado cacique de los tehuelches. Para hacer efectivo el nombramiento efectuado por uno de los ancianos de la tribu, el descendiente del mítico Patoruzek deberá –como una versión criolla y pequeñita de Hércules– afrontar una serie de pruebas, al cabo de las cuales tendrá que hacerse de un medallón mágico que descansa en el Valle Perdido, tierra sagrada de la tribu. Siguiendo el esquema de los tradicionales relatos de aventuras, el nudo de Patoruzito consiste en ese periplo del tehuelchito, acompañado por el fiel Pamperito y el muy poco fiel Isidorito, más preocupado por llenar el estómago que por recuperar ningún talismán sagrado. No podía faltar el villano, o más bien los villanos, extraña alianza integrada por Ferguson, presunto arqueólogo yanqui, y por Cachicó y sus amigos, que vienen a ser como los punks de la tribu. O los cipayos de turno, según cómo se lo mire.
Uno más malo que los otros (y guardando una sorpresa, vinculada con el extraño pasado egipcio de la estirpe de los Patoruzek), el antiimperialismo de bolsillo de la película escrita por Axel Nacher y adaptada por Omar Quiroga –que se hace transparente en la escena en que la Chacha echa al forastero de “nuestra tierra”– podría parecer raro, pero es muy coherente con el criollismo tradicionalista de la historieta creada por Quinterno. Uniéndose para que no los devoren los de ajuera, los tehuelches depondrán sus diferencias internas y combatirán a Ferguson, dándole un ejemplo al resto de la Argentina, en un siglo XXI en el que, en una suerte de historia paralela, los indios son amos y señores de la Patagonia. Esta fábula chauvinista se ve materializada en una película bastante menos eficaz que Manuelita, su evidente modelo previo, tanto en términos de humor como narrativos.
Básicamente una agotadora sucesión de tiempos fuertes musicalizados sobre todo por Los Nocheros (pero también La Mosca y, sí, León Gieco), daría la impresión de que la película dirigida por Massa inventa el clip criollazo animado, género sin sucesores a la vista. Poniendo toda la carne en el asador en la escena introductoria y la de cierre, el resto del dibujo y la animación son absolutamente primarios, con unos fondos tan inmóviles como lo eran en la historieta. Pero, eso sí, en una gama de rojos, naranjas y azafranes que hacen pensar que la película no transcurre en la Patagonia sino en Marte.