Dom 11.07.2004

ESPECTáCULOS  › LAS “NUEVAS” COMEDIAS COSTUMBRISTAS DE MEDIODIA EN TELEFE Y CANAL 7

El karma de la familia dominguera

Panadería Los Felipe y Los de la esquina reciclan el clásico de los encuentros dominicales para aggiornarse a la inseguridad y la crisis o proponer un retrato de excéntricos al borde del colapso. Todo ello con el conocido trasfondo de gritos y chistes gruesos.

› Por Julián Gorodischer

Los Miñón están al día: la suya, en Panadería Los Felipe, es la familia ensamblada, con los míos y los tuyos para refundar el almuerzo dominical. Ellos, a tono con las noticias, relanzan su pyme panadera, transferida del padre al hijo díscolo que defiende el management antes que la cocina. Vuelve ese tufillo rancio de las mesas largas o redondas con un griterío imposible que apunta, aquí, a la problemática social: cómo pagar el crédito, cómo reabrir después de una clausura. Pero si el pasado del género costumbrista barrial hacía la defensa de lo berreta (recordar el vivo de Los Benvenutto, que exaltaba la pifiada), aquí se privilegian las preocupaciones de la diaria: la casa-comisaría les asigna el miedo a la inseguridad y organiza un afuera temible. “Ya le robaron al del video”, dirán, protegidos en un clan que sospecha de cualquiera. “Es un chorro”, chusmean sobre el marido de la dentista, que acaba de ingresar y está trajeado. Los de la esquina, en cambio, nunca intentan parecerse a la realidad: el rejunte de freaks frecuenta conflictos imposibles, más en la línea de un Cha cha cha que de un almuerzo de domingo, y hasta coquetea con el absurdo asignando a Víctor Laplace (el Bebe) el rol de pibe canchero.
Conservador hasta la médula, Panadería Los Felipe (domingos a las 13.30 por Telefé) recrea todos los mitos de una clase media revisitada: cuidan el negocio, no incorporan mujeres a un trabajo de hombres (de por qué se rechaza a María Fiorentino) y sospechan del que no es del barrio. También sienten terror del usurero y se enojan con el hijo por haber pedido un crédito. Esta es la defensa de lo de antes en formato engañoso de panadería-café, de esas que –como los pizza cafés– llenan los boliches de dicroicas, mesitas y estanterías con diarios. Pero, en realidad, dejan a Los Benvenutto (el almuerzo dominical más famoso de los ’90, con Guillermo Francella) en el progresismo, por desprejuiciados y hasta amigos de “la loca” que hacía el mismo Gianola. En 2004, los Miñón se encierran en la casa-comisaría, enojados con la nena que vuelve tarde y con un sueño individual limitado al retiro y la cría de caracolitos en el Tigre.
“Vos y yo solos” le propone la Picchio (Betty) a su marido. Para el clan ensamblado de los Miñón, con segundo matrimonio del patriarca, míos y tuyos en convivencia armónica, el negocio relanzado es el sino de los tiempos, ese punto en el que la familia pretende identificar: ser reflejo de muchos, una media, eso que garantiza mucha gente mirando. La casa-comisaría los encuentra siempre deambulando de un lugar a otro, destruyendo estanterías en un culto al accidente doméstico que haría reír (también en Los de la esquina) con eje en el galán joven, Felipe (Fabián Gianola), que duda entre irse al centro o quedarse, entre una carrera y el oficio heredado. La actitud emprendedora, como corresponde al conflicto de los ’50 revisitado, es en verdad un chanterío: su defensa del management es un ardid para trabajar menos. El patriarca (Hugo Arana) siempre tiene razón.
Por contraste, Los de la esquina (domingos a las 14, por Canal 7) son un extrañísimo catálogo de freaks que sorprende como un fresco surrealista. El Bebe tiene más de 50 y es como un pichón alelado y erotómano que acosa en el baño a la cuñada y se escapa a vivir a la iglesia porque le dijeron que es mufa. La vecina –como en un viaje lisérgico– recibe una descarga eléctrica y se vuelve bobita, con la lengua afuera, pero lejos de preocupar hace reír, como si la familia se excitara ante el daño mental. Este clan es un rejunte de criaturas crueles que invade, bajo disfraz costumbrista, el mediodía familiar. Los de la esquina son, en verdad, monstruos dignos de una trasnoche Clase B, que expulsan al Bebe guiados por cábalas y se agrupan en la puerta del baño a espiar el affaire sexual de la cuñada. “No se escucha”, reclama la vecina boba.
La casa-hospital de Los de la esquina se desentiende de obsesiones mundanas como la inseguridad, y abre las puertas a cualquiera, pero castiga al intruso con un sinfín de accidentes (descargas, tropezones, quemaduras) que saturan la escena con vendas, yesos y curitas. El negocio, frente a tanta lastimadura, queda abandonado en una soledad que se define con un “aquí no entra nadie” (de Américo, Rodolfo Ranni). Los de la esquina viven en una soledad absoluta, sin réditos de ningún tipo, en una casa chorizo que no ofrece expectativas de avance. Apenas los salva cada tanto un billete de lotería. En la casa venida a menos, los varoncitos se resisten a tener sexo con sus chicas y prefieren jugar al truco. Y el tío gracioso se divierte cargando al travesti, que también tiene un lugar en la familia.
Si los Miñón confían todavía en la institución familiar, apuestan a su reproducción a través del oficio y entregan sus fichas a la iniciativa del hijo mayor (Gianola), los de la esquina tiraron la toalla hace rato. La casa de los Miñón es prolija, bien pintada, afectiva y cerradísima frente a los peligros del afuera. La casa de la esquina es el peligro mismo, en revisión algo menos optimista de la dicha familiera. Consuelo (Georgina Barbarossa) se quema o la Nelly (Paula El Jaber) queda boba por la descarga del secador de pelo. Frente a la tranquilidad de la familia de Telefé, donde se renueva el refrán del tipo clásico (“Juntos pero no pegoteados”) y se apuesta al almuerzo recomponedor de un orden de las cosas, Los de la esquina narra a sus freaks con un deleite inusual en la bobería; los pone en riesgo y los hace naufragar por fuera de un espacio-tiempo mínimamente real, perdidos en un comedor oscuro y horrible, a cargo de un almacén quebrado, pero al menos con cierta tendencia a la ironía. “Coman –dice el patriarca, después del maratón de torturas– y siéntanse como en su casa.”

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