ESPECTáCULOS
› “EL SECRETO”, DEL ITALIANO GABRIELE SALVATORES
Otro adiós a la inocencia
Dos de las principales novedades cinematográficas de hoy tratan, de maneras muy distintas, un tema de absoluta actualidad en el país: el de los secuestros extorsivos. La película del director de Mediterráneo lo aborda como un drama que permite ver las dos caras de Italia, mientras que Durval discos se interna con humor en la locura de la ciudad de San Pablo.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Juegos prohibidos (1952), de René Clement, hasta Cuenta conmigo (1986), de Rob Reiner, sobre el relato de Stephen King, el cine siempre ha vuelto una y otra vez sobre el tema de la inocencia perdida, sobre ese momento de la infancia en el cual algunos de los miedos más profundos llegan a materializarse: el misterio de la muerte, el terror a lo desconocido, el descubrimiento de la crueldad del mundo adulto, una crueldad que muchas veces los niños reproducen a su propia escala. En esta línea se inscribe El secreto, la película más reciente del director italiano Gabriele Salvatores, que en 1991 se llevó el Oscar de Hollywood al mejor film extranjero por Mediterráneo, un film quizá sobrevalorado, pero al que había que reconocerle su habilidad para hacer del paisaje y la naturaleza una fuerza dramática poderosa. Esa misma impronta se reconoce ahora en el comienzo de El secreto, cuando un grupo de chicos y chicas campesinos atraviesan a toda carrera un refulgente campo de trigo, abriéndose camino a través de espigas más altas que ellos, en un mar amarillo que parece devorarlos bajo un sol abrasador.
Son habitantes de un pueblo perdido en un rincón de Sicilia, amigos que comparten la soledad y la pobreza de ese mundo olvidado, donde no hay signos de la llegada de la modernidad. Entre ellos se imponen esos juegos en donde la ingenuidad se mezcla con la malicia, incluso con la impiedad. Pero Michele parece distinto, como si tuviera otra sensibilidad, forjada en las noches en que a escondidas, bajo las sábanas, iluminado por una linterna cómplice, imagina febrilmente historias fantásticas que vuelca en un cuaderno. Y será Michele, justamente, quien deba enfrentarse a un misterio que parece salido de sus propios relatos.
Basado en una novela de Niccoló Ammaniti, que en Italia llegó a vender 180.000 copias, El secreto –selección oficial en competencia de la Berlinale 2003– va construyendo primero la atmósfera que desembocará en el descubrimiento de Michele: una casa abandonada en medio del campo, el silencio sólo quebrado por las chicharras del verano, un extraña cueva camuflada por unas chapas y pasto seco. Allí, en ese pavoroso agujero en la tierra, al que se asoma con tanto horror como curiosidad, Michele cree descubrir a su doble: un niño de su misma edad, pero rubio, que está encerrado como un animal, sin agua ni comida.
No conviene develar muchos más detalles de la trama, pero basta con señalar que ese niño salvaje con el que tropieza Michele está allí a causa de un secuestro extorsivo. En este contexto, los adultos que aparecen en Io non ho paura (No tengo miedo es el título original del film) se van asemejando cada vez más a ogros, particularmente el personaje que interpreta Diego Abatantuono, una figura muy frecuente en el cine italiano de los últimos veinte años y que con su estatura enorme, su voz tronante y su aspecto mafioso se impone por sobre sus cómplices locales. No parece un dato casual que este personaje provenga de Milán (la ciudad natal deldirector Salvatores, por caso) y que las dos Italias –la próspera del norte y la postergada del sur– vuelvan a aparecer, como siempre en el cine peninsular, como las dos caras antagónicas de una misma moneda. Esas dos Italias también parecen estar representadas en las figuras especulares de los dos chicos, confrontados a una realidad que los supera.
Esos contrastes también tienen su correlato formal en el film de Salvatores: el mundo adulto es oscuro, cerrado, vicioso, mientras que el de los chicos es siempre luminoso, abierto, lúdico. El director italiano aprovecha en todas sus posibilidades expresivas el formato ancho en Panavisión, se revuelca él también con la cámara por los campos sembrados y apela a la memoria cinéfila del espectador, cuando le hace recorrer a Michele un camino tenebroso poblado de animales nocturnos, que remiten a los que custodiaban a los dos niños de La noche del cazador, la legendaria película de Charles Laughton. Si no fuera porque a veces peca de efectista, con una banda de sonido por momentos exagerada, y por un final quizá demasiado enfático, que especula con la tragedia y la alegoría, El secreto podría haber llegado a ser uno de los films más valiosos del cine italiano reciente.