Dom 15.08.2004

ESPECTáCULOS  › LAS ACTRICES JULIETA DIAZ Y JULIA CALVO HABLAN DE LA OBRA “EMMA BOVARY”

“Emma es un personaje desesperado”

La célebre creación de Gustave Flaubert sigue provocando discusiones. El estreno de la pieza teatral dirigida por Ana María Bovo genera un ida y vuelta con Julieta Díaz y Julia Calvo, integrantes del elenco.

› Por Hilda Cabrera

Un legado que se le atribuye al escritor francés Gustave Flaubert es el bovarysmo y su ruptura tajante, pero no por eso menos romántica, entre persona y sociedad, entre el mundo de la fantasía y el real. Otros se refieren a la búsqueda de la palabra exacta, al estilo indirecto y a la condición demediada del escritor, “héroe y mártir” de su oficio. La lista es infinita si se toman en cuenta las conclusiones de los estudiosos que lo consideran maestro de la “generación perdida” de autores ingleses, irlandeses y estadounidenses, o los fervores que despertó en destacados ensayistas y escritores del siglo XX. No extraña entonces la expectativa que ha generado el estreno de Emma Bovary, con dramaturgia y dirección de Ana María Bovo. Esta actriz y narradora oral (Fiesta en el jardín y otros cuentos, Maní con chocolate y Hasta que me llames, entre otros unipersonales) recupera al personaje central de Madame Bovary con técnicas propias.
Emma... –que se ofrece viernes y sábados a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación, de Corrientes 1543– tiene como antecedente otro espectáculo de Bovo presentado en una biblioteca de Buenos Aires. En esta nueva entrega, son las integrantes de un coro operístico quienes, con cierta ligereza y humor, descubren las vivencias de Emma mientras en el escenario del teatro en que se encuentran se desarrolla otra historia de pasión y desgracia. Se trata de una función de la ópera Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Allí el coro imagina a Emma en uno de los palcos, transfigurada por lo que sucede en escena. Las mujeres observan y opinan, en tanto abandonan gradualmente sus papeles de relatoras para trasmutarse en personajes de la novela. En diálogo con Página/12, dos de las integrantes del elenco, Julieta Díaz (“atravesada”, según dice, por el papel de Emma) y Julia Calvo (la directora de ese coro) aclaran algunos puntos de la propuesta de Bovo.
–En esta dramaturgia se destaca la actitud del enamorado Edgar respecto de Lucía. Emma necesita creer que, al igual que Edgar, el seductor Rodolfo derramó lágrimas por ella...
Julieta Díaz: –Compara esa despedida con la suya (apenas una misiva entregada a un criado) y sostiene que Rodolfo lloró. Soy la única entre mis compañeras que apoya en eso a Emma. Su único consuelo era imaginar que hubo dolor en el amante que la abandonó. Nosotras sabemos que era un donjuán y “no sabía distinguir en palabras-iguales sentimientos diferentes”.
Julia Calvo: –Mi personaje en el coro es Julia, porque la directora quiso que mantuviéramos nuestros nombres verdaderos. A diferencia de las otras no me influye tanto lo que les pasa a los protagonistas de la novela. Hago de directora del coro y debo cuidar que estas mujeres no se desbanden, ganadas como están por una historia que las apasiona. Ahí aparece mi rol de “opinadora” y de nexo entre aquello que creemos está recibiendo el público y lo que nosotras vamos contando. Muchas veces interacciono con los personajes masculinos, con León, con Rodolfo Boulanger, con el boticario y algunos testigos, como el chofer que conduce el carruaje que utilizan Emma y su amante León en sus correrías amorosas.
–¿Qué descubre cumpliendo ese papel?
J. D.: –Los porqués del deseo que tienen esas mujeres de narrar esta historia y la desdicha que le provoca a Emma la separación de Lucía y Edgar. Mi personaje conduce de alguna manera la obra hacia un final donde las voces de los protagonistas de la novela se alzan con mayor potencia que las de las relatoras.
–¿Qué opinan del cruce con otras historias de amantes desgraciados, como las de Pablo y Virginia, Abelardo y Eloísa?
J. C.: –Pienso en esos relatos tan trágicos y me pregunto por qué tanto sufrimiento. Son historias fuertes, donde los matices van quedando atrás y el dolor parece inevitable, como en un drama de Shakespeare o en las lecturas de juventud de Emma. Ella se siente vulnerada ante el sufrimiento de Lucía. El dolor parece un estigma.
–¿Ese “estigma” se debe a la presión del entorno, a los prejuicios sobre cómo debe comportarse una mujer?
J. C.: –Podemos hacer un paralelo con mujeres reales de aquella época, con la escritora George Sand por ejemplo, que era una apasionada a la que no le importaba ponerse pantalones y provocar. Pero no todas estaban dispuestas a eso de ¡a ver qué me dicen! En otras, “la procesión iba por dentro” y terminaba matándolas.
–¿Critican al personaje Emma?
J. C.: –Hemos tenido fuertes discusiones en las que unas estaban en contra y otras la defendían. Dentro del elenco hay diferencias de edad y de formación, y eso se reflejaba en los debates.
J. D.: –Discutíamos a veces durante media hora, robando tiempo al ensayo.
J. C.: –Preguntábamos por ejemplo ¿qué harías en su lugar?, y las respuestas eran todas distintas. La influencia de la época era tomada, creo, como mucho más importante por las mayores.
J. D.: –Yo estoy entre las más jóvenes y cuando empecé a leer la novela me desanimé. Toda la primera historia con Carlos, el marido, me aburría. Después, cuando Emma empieza a buscarse a sí misma con tanto egoísmo, detestando a los suyos, la aborrecí. Me molestaba muchísimo que rechazara a la hija, que dijera que era fea y que su marido Carlos, el médico, era un torpe. Me parecía una mediocre. Cambié de parecer ante esa búsqueda suya del amor. Flaubert salva al personaje al contar su agonía.
J. C.: –A mí también me molestó ese desinterés por la hija, el fastidio por el marido, pero no llegué a aborrecerla. Emma es un personaje desesperado.
J. D.: –Emma no pudo con el amante, ni fue una buena madre ni una buena esposa. Lo único que pudo hacer fue suicidarse y terminar como una heroína.
–¿Por qué no aceptar la debilidad?
J. D.: –Es llamativo que la debilidad la instale en un lugar tan salvaje, en un deseo de amor tan devorador. Quizá su provocación era una máscara de su debilidad.
J. C.: –En algún momento ella confiesa que le hubiera gustado que su marido le dijera basta. Cuando, ahora, algún conocido me pregunta qué estoy haciendo en teatro y le respondo que trabajo en una obra sobre Madame Bovary, enseguida me cuentan la historia. Me dicen que es “una mina que se casó en el campo con un médico rural y quería ser princesa y vivir en un palacio, pero como no podía tener todo eso se mató”. ¡Es asombroso! Trato de modificar esa imagen y de explicar que no es así, que hay matices...
–¿Existe ese amor pleno o es literatura?
J. D.: –El deseo de enamorarse es una búsqueda de todos los tiempos. Algunos lo asocian a lo femenino porque culturalmente se relaciona a la mujer con esa intención de plenitud, pero pertenece a todos y en toda época.
J. C.: –Para mí es esencial. Ese deseo no significa que uno en la búsqueda deje de sentir agobio y soledad, que hoy son muy profundos. Algunos logran canalizar ese deseo de amor en otras pasiones. No sé si es por la época en que vivimos, pero aunque no se alcance el amor pleno, uno igualmente proyecta y espera. Hace su propio ejercicio de esperanza.

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