Mar 17.08.2004

ESPECTáCULOS  › TRES OPCIONES EN LA CARTELERA PORTEÑA SOBRE UN NUEVO LENGUAJE

Butoh, danza japonesa de posguerra

La rosa de Hiroshima, La huella de la espuma y Justo bajo la tormenta son tres puestas de danza butoh que reflejan, con registros dispares, el atractivo de este lenguaje escénico surgido después de la Segunda Guerra, que combina tradición y vanguardia, y que cada vez gana más adeptos.

Por Analía Melgar

Desde hace más de diez años, la cantidad de coreógrafos, bailarines e interesados en esta danza japonesa moderna no cesa de crecer en Buenos Aires. Actualmente, tres espectáculos de artistas nacionales de danza butoh están en cartel y muestran la diversidad que esta forma de movimiento permite. Gustavo Collini Sartor presenta La rosa de Hiroshima, los sábados, en el Centro Cultural Konex (Córdoba 1235), con entrada a la gorra. Rhea Volij repone una obra ya estrenada en el 2002, La huella de la espuma, los jueves, en Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Por su parte, Quio Binetti participa de un ciclo de experimentaciones escénicas y seminarios e inicia a su compañía de bailarines Siquiera en Justo bajo la tormenta, los domingos, en la sala de No Avestruz (Humboldt 1857). El trabajo de Binetti se integra en la misma función con una representación teatral de la compañía Filumena, dirigida por Florencia Cima. La movida butoh no termina en estos tres títulos: crece con cursos abiertos para todo público que ofrecen los principales estudios de danza. El butoh resulta enigmático y despierta curiosidad en su equilibrada combinación de Oriente y Occidente, pasado ancestral y presente rotundo.
Hija del hongo de Hiroshima, del 6 de agosto de 1945, “la danza que no es tradicional” –eso es lo que significa el término butoh– es una invención moderna, del Japón de la última posguerra. El registro de los horrores de la mutilación y la deformación impactó sobre un grupo de bailarines japoneses. La omnipotencia del hombre se rindió frente a la evidencia de su fragilidad y la acción individual borró su firma para devenir contemplación anónima. La danza butoh se sostiene sobre estas premisas y define al cuerpo como parte integrante del espacio cósmico, atravesado por sensaciones y estados. No existe una definición cerrada para “danza butoh”, aunque algunas características exteriores permiten identificarla: movimientos lentos, desplazamientos escasos, concentración expresiva en el rostro y las manos, contraste entre la música y la coreografía, vestimenta suelta, pies descalzos, desnudez, piel frecuentemente pintada de blanco como un modo de quitar las señas singulares. Asimismo, se destaca una negación del concepto tradicional de belleza. La figura del intérprete butoh se despreocupa por la juventud, la estilización, la tonicidad o la depilación, y sus posturas distan de ser “elegantes”. En un acercamiento más abstracto, la base espiritual del butoh aspira a dejar fluir la interioridad del bailarín, vacío de comportamientos mecanizados y de movimientos codificados, desnudo de su ser social y personal. El butoh requiere un público capaz de adaptarse a las variaciones, dispuesto al desconcierto.
Gustavo Collini Sartor interpreta La rosa de Hiroshima, junto a Patricia Aschieri. Collini es uno de los primeros en difundir aquí su experiencia en Italia y en Japón con Kazuo Ohno y Yoshito Ohno (ver recuadro). En Europa, estudió también teatro con Grotowski y, de regreso, fusionó el butoh con el tango. En 1998, hizo una actuación en el Teatro Colón durante el festejo del Centenario de la Inmigración Japonesa. Su obra se esfuerza por transportar un pedazo de Japón a una sala porteña: maquillaje, vestuario y escenografía remiten a esa región. Si bien no consigue ojos rasgados, una metamorfosis sucede en su cuerpo que se convierte en sede de los sucesos de la bomba atómica: maldad, crueldad, desesperación, espanto. Hacia el final, Collini se envuelve en una seda roja y compone con su compañera diseños que recuerdan al poema de Vinicius de Moraes que da título al espectáculo: “No se olviden / La rosa, la rosa / La rosa de Hiroshima / Una rosa heredada, una rosa radiactiva / Estúpida e inválida, una rosa corroída”. Si el butoh nació en medio del caos Hiroshima Nagasaki, esta obra lo revive y descubre las llagas y contradicciones de la vida que vuelve a asomar desde la putrefacción. En segundo lugar, Rhea Volij, directora de las compañías Trampaalojo y La brizna, exhibe un trabajo diametralmente opuesto, buscando la sutileza. En La huella de la espuma se desafía a encarnar lo inasible, el límite de la desaparición y la nada. Su formación en expresión corporal y en butoh (cinco años en Francia con la maestra Sumako Koseki) le permite sumergirse en un ambiente mágico. Algo de una brisa tibia y una calma atardecida transmite su cuerpo vestido con los colores de la arena y los rastros de las burbujas de yodo. Volij se apoya en una estructura simple de tres partes, un juego de luces y una silla, para estar allí, sobre el escenario, diciendo silencio y contagiando estados.
En tercer lugar, Quio Binetti, joven coreógrafa formada con Rhea Volij, invita a mimetizarse con el piso cubierto de hojas de otoño, en Justo bajo la tormenta. Allí, con el sonido del tránsito urbano, cuatro mujeres y un hombre integran ciclos de caídas y recuperaciones, nacimiento y muerte. Rompen la secuencia con gritos estremecedores que golpean a los observadores. La sorpresa no acaba allí sino que recomienza al son del bolero Quizás, quizás, quizás, cantado por Nat King Cole, difícil de incorporar a la totalidad de la obra.

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