ESPECTáCULOS
› DANIEL BARENBOIM LLEGÓ A BUENOS AIRES PARA DAR DOS CONCIERTOS
“El muro es de los que prohíben a Wagner”
Hoy y mañana tocará, en el Colón, El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Daniel Barenboim, pianista excepcional y uno de los directores de orquesta más importantes de la actualidad, es, también, el creador de una orquesta juvenil árabe-israelí y cree que el problema de Medio Oriente es un problema de la humanidad.
› Por Diego Fischerman
Alguien pregunta acerca de la dificultad para pasar del papel de pianista al de director de orquesta. “Para mí no es difícil, lo hago todo el tiempo”, contesta Daniel Barenboim. Y el otro insiste comentando el caso de Lalo Schiffrin: “El también fue alumno de su padre y dice que le cuesta muchísimo”. “Se ve que mi padre me enseñó mejor a mí”, zanja la cuestión el pianista. Con más amabilidad y buen humor que los que la estulticia de algunas preguntas de los asistentes merecía, Daniel Barenboim conversó durante más de una hora en una conferencia de prensa brindada apenas unas horas después de su arribo a Buenos Aires. Hoy tocará, en el Colón, el Primer libro de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Mañana interpretará el segundo. Ambos conciertos formarán parte del abono del Mozarteum Argentino. “Un loco como yo viajando desde Europa para tocar estas obras y otros tantos locos yendo a escucharlo”, según la definición que el propio músico eligió para hablar de uno de los acontecimientos culturales más importantes de 2004.
Entre las reflexiones musicales desgranadas por Barenboim, algunas se refirieron al piano y los pianistas (“hablar de dos manos es absurdo: o es una sola línea, en que las dos manos se unen, como tratan de lograr los estudios de Liszt, o son diez, donde cada dedo tiene un papel independiente que cumplir”) y otras a Bach y a la obra que tocará en esta ciudad. “En el siglo XIX se interpretaba la música como si toda hubiera sido compuesta en esa época; como si no hubiera más estilo que el del presente. Después vino la reacción, lógica, y se empezó a buscar la historia y a tratar de reproducir los estilos propios de cada período y cada estética. Eso estuvo muy bien y aportó muchísimo. Pero esta es la primera época en que se considera moderno mirar hacia el pasado. Y eso lleva a que la cultura no avance. Las interpretaciones son siempre actuales y tampoco veo que tenga mucha gracia tocar un piano para que parezca un clave. Para eso están los claves. El piano es un instrumento esencialmente colorístico justamente porque es neutro. Uno apoya un libro o un cenicero sobre la tecla y suena. Por eso hay tantas posibilidades para el intérprete. Todo es color y a veces uno escucha interpretaciones en que el sonido es totalmente nuevo, impensado. En que el intérprete logró otorgarle al sonido de ese instrumento algo absolutamente personal y único.”
En 1995 fueron cinco de las nueve sinfonías de Beethoven, además de un concierto de piano en el que incluyó una sonata de ese mismo autor junto a las Piezas Op. 11 de Schönberg y la Sonata Op. 5 de Brahms; en 2002, en el medio de la crisis económica argentina y habiendo reducido sus honorarios a menos de la mitad, Barenboim convirtió lo que iban a ser dos conciertos con sonatas para piano de Beethoven en la integral de las 32 que escribió para ese instrumento, durante una semana inolvidable. Antes, en 1989, habían sido las Variaciones Goldberg, de Bach. Esta vez la elección vuelve a recaer en músicas cargadas de peso simbólico. Algunos –Schumann entre ellos– consideraron El clave bien temperado como La Biblia de la música occidental. Barenboim, un intérprete que se siente particularmente cómodo en el repertorio trascendentalista (Bruckner, Wagner y, por supuesto, Beethoven y Bach), encuentra en esta summa del saber barroco y del culto al contrapunto un pretexto inmejorable para su propia visión de la música. Una visión compartida por otros humanistas –Menuhin, Stern, Casals–, según la cual, simplemente, la música es una suerte de lenguaje que, justamente por su abstracción, permite expresar lo más profundo de la condición humana. Y, sobre todo, que hace mejores a las personas.
“Nunca dejo de decir que nací en Buenos Aires porque eso fue importante para mí y porque es algo de lo que me siento orgulloso”, dice Daniel Barenboim. “Mis padres vivieron aquí hasta que tuvieron cuarenta años. Mi familia es argentina. Ese no es sólo un accidente geográfico.” La pertenencia porteña, que delatan algunos giros idiomáticos y un acento que persiste a través del paneuropeísmo tuvo, hace nueve años, el colofón deun disco junto al bandoneonista Rodolfo Mederos y el contrabajista Héctor Console. El dirigió frecuentemente en Berlín, además, los arreglos sinfónicos de tangos realizados por José Carli. También, además de sus versiones del repertorio romántico, es un defensor a ultranza de la música compuesta a partir del siglo XX. Ha estrenado y grabado en disco composiciones de Berio, Takemitsu, Boulez, Corigliano y Carter entre otros. “Algunos dicen que tocar música contemporánea es una pérdida de tiempo”, comenta. “Yo no lo sé pero, en todo caso, es poco tiempo y vale la pena. Entre otras cosas porque hacer y escuchar música actual enseña mucho sobre el pasado.”
Pero su tema preferencial, sobre todo a partir del trabajo conjunto realizado con el intelectual palestino Edward Said –fallecido a comienzos de este año–, con quien, entre otras cosas, escribió el libro Paralelos y paradojas, es el de la situación en Medio Oriente. “Ya no es preocupante sólo para los que viven allí. Es preocupante para el mundo. Y ya no son las doce menos cinco. Son las doce menos un minuto”, resume. “Mi preocupación no es por la paz; no se trata de una cuestión abstracta. Es por el futuro de la humanidad. Nadie puede estar al margen. No es sólo un problema que toca la sensibilidad. No es sólo el dolor frente a la terrible calidad de vida y a la falta de respeto a los mínimos derechos humanos de los palestinos, sino, también, el futuro del pueblo judío. No hay soluciones para unos sin que haya soluciones para los otros. Hay varios problemas que deben ser pensados. El 50 por ciento de la población de los territorios ocupados por Israel es palestino. El 80 por ciento de la población árabe es menor de treinta años. Y eso quiere decir que la única arma para salir de esta situación es la educación. Tanto Israel como los árabes deberían, en principio, comprender que el camino violento no les permitirá solucionar nada. Sin democracia en los países árabes todo es más difícil. Y sin reconocimiento, por parte de Israel, de que ese Estado se asienta en un territorio que antes no estaba vacío, tampoco. El problema, además, alcanza a Europa. Si Europa no llega con su cultura y su sentido de la humanidad a Medio Oriente, Medio Oriente va a llegar a Europa, como ya lo está haciendo, con el terrorismo y la violencia. Ya lo estamos viendo, con el antisemitismo en Francia y con el antimusulmanismo en todos lados.”
Barenboim opina, además, que “el mayor problema de Israel, en realidad, no es externo sino interno. El conflicto más complejo es el que hay entre los religiosos y los seculares. Y eso es más agudo que en otros países, porque el hecho de ser judío es un poco tradición, un poco religión... Los religiosos tratan de que la definición de lo judío pase por ellos. Y en Israel hay muchos que no son religiosos. Entonces, ¿en qué son judíos? El judío siempre, durante veinte siglos, ha sido definido por los no judíos, a veces con extrema crueldad, como en el caso de la Inquisición española o en el del nazismo. Pero fueron siempre los otros los que dijeron qué era ser judío. La prueba es que hubo muchísimos héroes de la Primera Guerra Mundial que eran alemanes judíos y nunca se hubieran imaginado que Hitler los iba a tocar. Se sentían absolutamente alemanes. Israel tiene la obligación de definir estas cuestiones. Porque cuando aparecen las situaciones difíciles, se vuelve a la mentalidad del ghetto. El muro que acaba de construirse recuerda al ghetto de Varsovia. El muro es de los que prohíben a Wagner. El mismo elemento, la misma célula en la mente que no les deja resolver el conflicto con los árabes es la que hace que no puedan admitir que esa música, que provoca asociaciones tan terribles en algunos, a otros no les produce nada. Que los primeros se queden en sus casas y que no oigan a Wagner, pero nadie debería tener el derecho de impedir que otros puedan oírlo. La democracia israelí es ejemplar pero parcial. Hay, por ejemplo, verdadera independencia entre los poderes. Pero hay, también, demasiadas cosas de las que no se puede hablar”.
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