ESPECTáCULOS
› ALICIA BERDAXAGAR HABLA DE SU PAPEL EN “LAS DE BARRANCO”
“A mí me apasionan las búsquedas”
Su historial abarca cincuenta años y ciento cuarenta obras diferentes, pero para la actriz, que encarna a María Barranco en la puesta de Oscar Barney Finn, cada momento de investigación previo al estreno significa un nuevo desafío, y un placer renovado.
› Por Hilda Cabrera
El impulso primordial de María Barranco es salir de la precaria situación económica que amenaza hundir definitivamente a su familia. Viuda del capitán Barranco, condecorado por su participación en varias batallas, necesita mantener el status de una aburguesada señora de clase media criolla. No lo consigue por sí misma, pero tiene tres hijas casaderas, Carmen, Pepa y Manuela, una de ellas especialmente atractiva. María se constituye en eje de Las de Barranco, tal vez la pieza más lograda de Gregorio de Laferrère (1867-1913). Escrita en 1908, y estrenada ese año por la compañía de Orfilia Rico, se presenta ahora en nueva versión y puesta de Oscar Barney Finn, en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815). La acción transcurre en Buenos Aires pero en 1910, coincidiendo con el Centenario de la Revolución de Mayo y el clima de festejo oficial. Se había cumplido un año de la violenta represión del 1º de mayo de 1909 y era presidente Roque Sáenz Peña. María Barranco no es la Bernarda Alba de Federico García Lorca, pero como ésta se conduce de modo autoritario con sus hijas. ¿Qué podía hacer una viuda sin dinero pero con deseos de “aparentar” en tiempos de Laferrère (autor de Locos de verano, Los invisibles, Jettatore y Bajo la garra, entre otras obras)?
En este nuevo montaje en el Cervantes, la actriz Alicia Berdaxagar, intérprete de María, dice no juzgar a sus personajes. En todo caso los defiende. Advierte además que no era propio de estas mujeres salir a trabajar de costureras o lavanderas, y mucho menos atreverse a una fábrica. La alternativa era alquilar las habitaciones de la casa familiar. Y es ahí donde irrumpen los hombres: el escritor Linares, el estudiante de medicina Morales, el comerciante Rocamora, el dentista Barroso y Castro, el cobrador de alquileres. “María espera que los candidatos de las hijas aporten”, puntualiza Berdaxagar, en diálogo con Página/12. La actriz se pregunta hasta dónde aquella situación se reitera hoy: “¿Qué pasaría en un caso semejante con esa gente de clase media que compró su casa en cuotas y no la puede pagar?”.
–Quizás en esta época importa menos la apariencia...
–No diría eso. Uno observa casos en los que se quiere mantener a toda costa una imagen de bienestar.
–¿Recuerda otras composiciones de María Barranco?
–Un compañero actor me comentó en estos días el trabajo de Pierina Dealessi (actriz italiana que formó su propia compañía en la Argentina y falleció en 1983). Yo sólo vi a Eva Franco. Es una suerte no conocer todo porque así no se arrastran fantasmas. Sucede a veces con los reemplazos. En 1969 me tocó ocupar el lugar de Norma Aleandro en ¿A qué jugamos?, de Carlos Gorostiza. Fue una situación muy difícil, porque Norma es una actriz que me fascina. No sé cómo hice para borrar de mi cabeza su trabajo, porque no es cuestión de “copiar”. Eso sería demasiado triste. En el elenco estaban Juan Carlos Gené, Carlos Carella, Marilina Ross... Fue una linda época para mí.
–¿Tiempos de bohemia?
–Era costumbre reunirse a la salida del teatro. El dibujo que tengo en este camarín del Cervantes es fotocopia del que hizo en una cena el actor Ernesto Bianco (fallecido en 1977). Es su autorretrato, uno de los muchos que dibujó cuando presentábamos Hombre y superhombre, de Bernard Shaw. Después de las funciones íbamos a comer a Pippo, donde sobre las mesas se colocaban grandes pliegos de papel blanco en lugar de manteles. Ernesto los utilizaba como papel de dibujo. El hacía retratos y Fernando Labat (también actor) cantaba.
–¿Qué personajes de los que interpretó la apasionaron más?
–Lo apasionante es para mí el momento de la búsqueda durante los ensayos, cuando uno toma y desecha, y después el contacto con el público. El papel de Margarita (la esposa del físico danés Niels Bohr, en Copenhague) exigía “saber escuchar”. Sarah, en La Bernhardt, era muy demandante. Entre todos mis trabajos sólo me sentí desubicada en uno, en la Doña Elvira de una puesta de Omar Grasso sobre el Don Juan. Estaba demasiado envarada. No puedo quejarme: fue uno entre ciento cuarenta. Fueron muchos años de teatro, casi cincuenta, contando desde mi protagónico en Yerma, en 1955.
–¿No hubo interrupciones?
–Solamente no trabajé en 1990 ni en 1994. Primero, porque las autoridades del Teatro San Martín decidieron que no existiría más el Elenco Estable que integré durante muchos años, y después porque quise viajar por Europa.
–¿Cómo sabe exactamente el número de obras en que actuó?
–En una oportunidad, hablando con Kive Staiff durante uno de los períodos en que fue director del Teatro San Martín, me dio la impresión de que él creía que yo no había hecho nada fuera de ese teatro. Con mucha paciencia, empecé a contabilizar las obras y los personajes, y a partir de ese momento no me olvidé de sumar. Kive me había hablado en un buen tono, pero me sonó paternalista. El mío fue un acto de rebeldía.
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