Lun 30.08.2004

ESPECTáCULOS

Gombrowicz, un voyeur en escena

El director y actor Gonzalo Martínez explica cómo plasmó teatralmente La pornografía, un montaje de La seducción, del escritor polaco.

› Por Cecilia Hopkins

En 1939, el polaco Witold Gombrowicz llegó a Buenos Aires para dictar unas conferencias y permanecer algún tiempo, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial retrasó su partida. Y aunque nunca fue aceptado en el círculo literario oficial, el escritor se quedó hasta 1963: “¿Cuáles eran mis oportunidades para entenderme con una Argentina intelectual al mismo tiempo esteticista y filosofadora? –se preguntaba años después en su diario–. Lo que me fascinaba en ese país eran los bajos fondos, pues allí se me recibía por la alta sociedad: yo estaba embrujado por la noche de Retiro, ellos por la Ciudad Luz”. Al borde de la miseria y la enfermedad, Gombrowicz fue escribiendo en Buenos Aires parte de una obra que, pocos años antes de morir, fue ampliamente reconocida. Entre otras novelas del autor de Ferdidurke, fue La seducción la elegida por el director y actor Gonzalo Martínez para realizar su versión teatral. Estrenada hace dos meses en el Centro Cultural Ricardo Rojas con el nombre de La pornografía (así fue traducida al francés), ahora se puede ver –los viernes a las 21– en el Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Su elenco está integrado por Romina Paula, Alexis Cesán, Darío Levín, Claudio Mattos y Lautaro Vilo. La escenografía es de Ariel Vaccaro; el vestuario, de Cecilia Zuvialde y el diseño de iluminación, de Ricardo Sica.
En la obra, un hombre que ronda los 30 llega a una casa de campo, enviado por sus tías, quienes le han pedido que descubra su verdadera condición. Durante esa visita, el protagonista se relaciona con dos hombres maduros y dos jóvenes, en tanto circulan temas ligados a la iniciación sexual, la homosexualidad, la necesidad de establecer definiciones a cierta altura de la vida. En una entrevista con Página/12, Martínez se reconoce “deslumbrado por la teatralidad delirante de los textos de Gombrowicz, por un absurdo que tiene unos pilares filosóficos e ideológicos que recuerdan la obra de Beckett”. Esa fascinación llevó a leer al autor siguiendo sus recorridos por la ciudad. Para el director, “Gombrowicz construye, al modo de Artaud, una obra de sí mismo. Su enorme formación y lucidez lo llevaban a generar contradicciones permanentes, y con ellas debe haberse divertido muchísimo”. En su traducción teatral, ya desde las primeras escenas, Martínez tuvo en cuenta el peso que los personajes otorgan a la mirada: “Se trabajó con los actores con la idea de construir al otro a través de la mirada –confirma el director–; es que este autor se adelantó a Sartre en 10 años”. Otro tema medular lo constituye la atracción que los personajes maduros experimentan por los jóvenes. Para Martínez, Gombrowicz pretendía preservar una zona de inmadurez por propia elección: “Me da la sensación de que jugaba con esa idea, que se divertía viendo la vida desde ese lugar”, afirma, y de paso vincula al autor con Pirandello: “Gombrowicz habla de antiforma porque el hombre lucha por ser una unidad, a pesar de que está mucho más cercano al ser múltiple, así como está más cercano a lo informe”.
El voyeurismo, la obscenidad del acto de espiar al otro se articula en la obra como un juego deliberadamente disparatado. “El juego de la seducción tiene un procedimiento ligado a lo pornográfico –detalla Martínez–, porque se produce mediante un recorte, un encuadre, tomando la parte por el todo: lo obsceno es la máquina que recorta lo que hay que ver.” Así entonces, el recorte que se realiza denota tanta artificialidad que el conjunto se vuelve hiperrealista. “Traté que el espectáculo tradujera las sensaciones que me produjo la lectura de la novela”, afirma el director, aunque sabe que otros textos del polaco han dejado también su marca. Como en el caso de Testamento, en el que Gombrowicz retoma el tópico del contraste generacional: “Para él, la idea de poner la revolución en manos de la juventud no era más que un argumento burgués –analiza Martínez– porque, en la idea de revolución, lo generacional no entra en juego: es la mirada de los maduros la que hace de los jóvenes una fuerza de cambio”.

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