ESPECTáCULOS
Una voz para la tierra profunda
El folklore de Suna Rocha cautivó al público en el ciclo Los viernes música que organizan Página/12 y la Dirección de Música de la Ciudad.
Por Karina Micheletto
Con Maldición de Malinche, Suna Rocha recupera una historia de traición, sometimiento y conquista. Malinche fue la amante aborigen de Hernán Cortés que tradujo al español los planes defensivos de los aztecas, permitiéndole apoderarse de Tenochtitlán en 1521. Así se llama el último disco de la cantante cordobesa, y con ese tema hasta ahora escasamente difundido de Gabino Palomares comenzó su recital del viernes pasado en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Rocha se presentó dentro del ciclo gratuito Los viernes música que tradicionalmente organiza Página/12, esta vez junto a la Dirección de Música de la Ciudad. Allí mostró los temas de su último disco y un amplio abanico de ritmos y autores, especialmente, como es su costumbre, Atahualpa Yupanqui. El ciclo Los viernes música propone un seleccionado de mujeres de la música popular que comenzó la semana pasada con la presentación de Lidia Borda, continúa el próximo viernes con la actuación de María Volonté, y finaliza el 24 de septiembre con Roxana Carbajal.
Acompañada por Mario Avendaño en guitarra, Pablo Giner en teclados y Alberto Mesino en batería, Suna Rocha recreó varios temas del repertorio de Atahualpa Yupanqui, algunos de los cuales le quedan mejor que otros, con todo lo complicado de encarar los clásicos enormes que llevan el sello del autor de Guitarra dímelo tú. Enfundada en un colorido vestido y luciendo una rosa en la oreja, la cantante de Tulumba (en el extremo norte de Córdoba) acompañó algunas de sus zambas y chacareras con expresivos movimientos, aunque, quizás por cuestiones de espacio, no llegó a largarse a bailar como suele hacer en sus espectáculos. Igual que la gente que fue a verla, en un clima general familiar en el que hasta circulaba alguna ronda de mate. A muchos se les iba el cuerpo con chacareras truncas y rapiditas como La mandinga, del Chango Rodríguez, pero ninguno se animó al baile en los pasillos, y se sabe que en estos temas siempre es cuestión de un primero que se anime.
Uno tras otro Rocha se encargó de explicar didácticamente la historia de cada tema, desde la de la Eulogia Tapia que salía a carnavalear en La pomeña hasta dónde queda el Cerro Colorado y los otros pueblos que nombra la Chacarera de las piedras, o bajo qué árbol descansan los restos de Yupanqui y de Santiago Ayala, mezcladas con alguna que otra anécdota personal: “En Cerro Colorado mi familia pasó los años nuevos durante mucho tiempo, porque era el único lugar con río cerca de mi casa”, contó. “Ojalá alguien haga algo por preservar esas hermosas pinturas rupestres que están desgastándose a la buena de Dios”.
En la elección del repertorio Rocha mostró una línea bien definida en las letras. Así pasaron la Chacarera del tiempo (“Quién podrá parar al tiempo, quién podrá parar al aire, quién podrá parar al pueblo, sólo por querer ser alguien”, dice) o La pobrecita, la zamba de Yupanqui dedicada a Tucumán. Y también el bello tema de Víctor Jara El cigarrito, esta vez pasado a ritmo de vidala, o la chacarera de Carlos Di Fulvio ¿Se acuerda Doña Maclovia?, que enuncia: “Chacarera, chacarera, toditos somos iguales, para unos los beneficios y para muchos los males”, y que la cantante dedicó “a la mujer anónima, que no aparece en las tapas de las revistas”.
Sobre el final llegó el momento de las coplas populares, cada vez más populares entre los repertorios de las cantantes de folklore. Suna Rocha pidió encender las luces, bajó del escenario y avanzó por los pasillos pidiendo palmas. Entonces pudo cantarle en la cara a un señor que la miraba como perdido: “El amor del hombre pobre es como el de gallo enano, en saltar y no alcanzar se la pasa todo el año”. Y también: “El hombre que a los cuarenta se ha largado a solterear, es mañero, caprichoso, muy difícil de ensillar”. La mujer que fue con paso rápido a saludar a Rocha volvió a su butaca asintiendo divertida, como si supiera de lo que hablaba la antigua copla norteña.