Jue 16.09.2004

ESPECTáCULOS  › NUEVO TITULO PARA EL CICLO DE BUENOS AIRES LIRICA

Una ópera ambigua y genial

Hoy se estrena Agrippina, de Händel. La dirección musical es de Juan Manuel Quintana y la régie de Claudio Gallardou.

› Por Diego Fischerman

El libreto de la segunda y última ópera que Händel compuso durante su estadía en Italia fue uno de los mejores con los que contó jamás. En gran parte por el ritmo de la acción pero, sobre todo, por la complejidad de los personajes y la ambigüedad casi permanente entre lo dramático y la comedia, Agri- ppina se destaca como una de las obras de teatro musical más logradas de su época. “El plan inicial era otro, pero cuando la escuché tomé la decisión inmediatamente; y es que, además, la música es magnífica”, dice Juan Manuel Quintana, uno de los intérpretes de música antigua más importantes de la actualidad y responsable de la dirección de la puesta de esta ópera que se verá a partir de hoy a las 20 en el Teatro Avenida (Av. de Mayo 1222), como parte de la temporada de Buenos Aires Lírica.
Violagambista –sus versiones de piezas de Marin Marais y de las Sonatas de Johann Sebastian Bach, para el sello francés Harmonia Mundi, son referencias obligadas en la materia– y director –trabaja habitualmente como asistente de Marc Minkowski, con quien grabó y representó en París, recientemente, el Giulio Cesare de Händel–, Quintana afirma que, en el caso de esta ópera, le interesaba particularmente que la régie estuviera en manos de un director de teatro. El nombre elegido fue el de Claudio Gallardou, uno de los fundadores de la Banda de la Risa y régisseur de la recordada versión de la ópera La ocasión hace al ladrón, de Rossini, en el Teatro Colón. Con funciones, además de la del estreno, este sábado 18, el viernes 24 y el domingo 26 (única que, en lugar de a las 20, será a las 18), la puesta contará con escenografía y vestuario de Renata Schussheim. La orquesta es la Barroca del Plata, conformada por instrumentos de la época de Händel o reproducciones fieles, pero, sobre todo, especializada en las prácticas interpretativas del siglo XVIII, y el elenco incluye a varios de los mejores cantantes argentinos de este repertorio: Carla Filipcic Holm en el papel de Agrippina, Laura Antonaz como Poppea, amante del emperador Claudio, Rosa Domínguez como Nerón, el hijo de Agrippina, el contratenor Franco Fagioli –ganador del Concurso Neue Stimmen 2003 de Alemania– como Ottone, Hernán Iturralde en el papel de Claudio, Alejandro Meerapfel en el de Pallante, Pablo Travaglino como Narciso y Sergio Carlevaris como Lesbo.
Con un libreto escrito por el cardenal Vincenzo Grimani, en una época en la que las óperas estaban prohibidas en Roma por ordenanza papal, Agrippina se estrenó durante el carnaval veneciano de 1709. “No pienso esta obra desde el punto de vista del mundo de la ópera en particular sino desde el musical y desde las ganas de darla a conocer, simplemente, por su belleza”, dice Quintana. Y es que a pesar de los casi tres siglos transcurridos desde su composición, éste será su estreno sudamericano. “Es una obra única, inclasificable, tanto dentro de la producción de Händel, que no volvió a componer una obra de este tipo, tan cercana, en un punto, al teatro del Renacimiento, como dentro del barroco en su conjunto”, completa el director. Quintana, inicialmente autodidacta hasta que, a los 19 años se fue a estudiar a Ginebra, es, a los 32 años, una de las figuras más valoradas en la escena de la música antigua europea. Sin embargo, no concede demasiado a modas ni necesidades de marketing. Hace casi cuatro años que no edita discos como solista –una enormidad para el mercado internacional– y la razón es tan sencilla como incomprensible para los popes de la industria: “No tengo ganas”. A punto de viajar para participar de una puesta de L’Incoronazione di Po- ppea, de Claudio Monteverdi, dirigida por René Jacobs (que fue quien la condujo en el Colón), y de una grabación de sonatas de Händel junto a músicos europeos, Quintana está “feliz de estar en casa”. La diferencia entre trabajar en Buenos Aires y en otras partes del mundo tiene que ver, para él, ni más ni menos que con esa sensación de jugar de local. “Hay códigos compartidos; no sólo el idioma: el humor, las historias. En cuanto a las diferencias técnicas, en el caso de los cantantes no las hay porque todos los que cantan en esta puesta lo hacen habitualmente en Europa. Y si desde el punto de vista de la producción puede haber una distancia entre lo que se puede hacer en este caso y una puesta en el Châtelet de París, se compensa con creces con la energía, la profundidad del trabajo y el espíritu de equipo que podemos lograr aquí.”

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