Mié 27.10.2004

ESPECTáCULOS  › FERNANDEZ, MINICHILLO Y MALOSETTI, TRES NOMBRES FUNDAMENTALES DE LA ESCENA EN LA ARGENTINA

“El jazz pertenece al pueblo, no es elitista”

Los músicos disfrutan como chicos, analizan idas y venidas del género y traslucen un enorme amor por la música.

› Por Karina Micheletto

Como amigos que hace tiempo que no están juntos, los tres tienen muchas cosas que contarse. Roberto Fats Fernández, Norberto Minichillo y Walter Malosetti son, cada uno en lo suyo –trompeta, batería y guitarra, respectivamente–, referentes y creadores de escuelas dentro del jazz argentino. Los tres, también, incorporaron al lenguaje del jazz una visión propia que se nutre de los ritmos con los que crecieron. Por eso, en varios discos que grabaron como solistas o en agrupaciones como El Terceto, de Minichillo, se escucha jazz pero también aires de tango, candombe o chacarera. Página/12 les propuso reunirse para contar a través de ellos parte de esa historia que personificaron y siguen personificando.
Cuando llega el momento de las fotos parecen tres chicos que aprovechan un descuido de los padres para juntarse a hacer monerías. Se entusiasman con una pose y otra para la cámara, actúan cada papel. Bailan y se cargan con los “pasitos de club” que recuerdan haber seguido de jóvenes. El encargado de la música es Fats Fernández, que cierra los ojos y toca la trompeta con el mismo sentimiento que si estuviese frente a un teatro repleto. De fondo, el riachuelo de Vuelta de Rocha, cargado de barcos y grúas, aparece como un fondo adecuado para la escena. La charla se desarrolla en el bar Roma, a pocos metros de allí, que a esta altura es como la oficina de Fats, orgulloso ciudadano de La Boca.
Cada uno con carrera propia, tuvieron más de una oportunidad de cruzarse. Minichillo formó parte del quinteto de Fats, y juntos integraron el tango, la chacarera y Chico Buarque al jazz argentino. También fue profesor de la famosa escuela que Malosetti dirigió durante años. Enseguida y sin que medien preguntas surgen las anécdotas. “Me acuerdo cuando lo iba a escuchar al Fats con Los Georgians”, arranca Minichillo. “Después tuve la suerte de tocar en La Cueva y ahí veía a todos los músicos de jazz importantes de la época, Roberto, Jorge Navarro, Gustavo Bergali, Rodolfo Alchurron... tantos... Yo aprendí mucho ahí.” Fats se suma al recuerdo: “Toda esa época de los ’60 que tocamos juntos fue muy hermosa, pasaron un montón de músicos, nos juntábamos a tocar y disfrutábamos mucho, nos íbamos de La Cueva haciendo pasitos de comparsa... La pasábamos muy bien”.
Malosetti llega tarde por una razón relacionada con un visado a Estados Unidos y no se aguanta para contarle a Minichillo la novedad: acaba de grabar la zamba La pobrecita, en un disco en el que participan guitarristas de diferentes géneros como Lito Epumer o Ernesto Snajer haciendo temas de Yupanqui. El no formó parte del staff de La Cueva: “Yo no estaba en la onda del centro, vivía en Palomar. Ahí mi lugar era la confitería Astoria. Viernes, sábado y domingo estaba ahí, no faltaba nunca”, cuenta. Sí, en cambio, recuerda otro boliche mítico, Jamaica. “Llegué en el ’58. Era otra época, el puerto funcionaba a tope, y ahí había unas chicas que atendían. Las tipas eran requetecultas, hablaban cuatro idiomas, dominaban cualquier tema. Me acuerdo que fui como cuatro días y no me daba cuenta de que eran de la casa, decía: ‘¿Cómo, vienen siempre las mismas?’. Ahí tuvimos la suerte de tocar con todos, o por lo menos estar al lado de ellos, desde el pianista clásico Frederic Bulgar, que fue el maestro de Martha Argerich y venía después del Colón, hasta Ella Fitzgerald o (el trompetista) Roy Eldrdige, y todos los capos argentinos, Horacio Malvicino, tantos...”
–Aquellos escenarios eran muy distintos a los de hoy. ¿Cómo ven el panorama actual?
Norberto Minichillo: –Yo veo jóvenes muy talentosos, pianistas como Andrés Beeuwsaert o Manuel Ochoa, bateristas como Sergio Verdinelli, bajistas como Gerónimo Carmona, chicos jóvenes que son muy buenos. Verdinelli dejó de tocar con Fito Páez cuando se dio cuenta de que perdía creatividad. Mirá qué tipo joven e inteligente, no cualquiera deja a Fito Páez. Lo que no hay es ese amor de La Cueva. Nosotros éramos muchachos de barrio, amigos de corazón, no había estrellato.
Fats Fernández: –Todas las épocas son distintas, cada una con sus posibilidades. Yo no digo que lo de antes era mejor: era mucho mejor (se ríe). Lo digo medio en broma pero también medio en serio. Tuvimos la gran suerte de vivir con los músicos que marcaron historia en el jazz. Pudimos conocer a Louis Armstrong, Roy Eldridge, Dizzy Gillespie. No conocimos a Miles Davis o John Coltrane en persona, pero sí a través de sus discos tan pronto como los grababan. Eso nos permitió desarrollarnos más en la raíz del asunto. Yo no estudié jamás en una universidad de nada, pero escuchando a estos tipos me desarrollé como músico.
–¿No se supone que tendría que ser al revés, que ahora hay más posibilidades tecnológicas y todo está más cerca?
F. F.: –Se preocupan por escuchar diez discos por día, pero no por descubrirlos. Nosotros agarrábamos un disco de Clifford Brown o de Eddie Condon y ya no quedaba la cara de ese long play, era escuchar y volver a escuchar cada pasaje horas y horas. Hoy no hay tiempo para eso. Yo escucho con gran respeto todas las nuevas manifestaciones musicales que puedo, de acá y de afuera. Y me cuesta mucho encontrar un mensaje nuevo. Hoy en día los saxofones tocan todos iguales. Nómbreme un solo saxofón actual que haya tenido la trascendencia del Gato Barbieri, por ejemplo. No hay. Yo los escucho tocar y los respeto como ejecutantes de instrumento, porque realmente lo hacen de goma. Tan de goma que no se escucha lo que dicen. Cuando se impone mucho la disciplina musical y no se manejan otros valores en la música, ahí viene el error.
–A los músicos de jazz argentinos se los suele acusar de elitistas.
N. M.: –Por culpa de los tipos que manejaron el negocio del jazz en la Argentina, no de los músicos.
Walter Malosetti: –El jazz es una música negra, del pueblo. Es la música más popular y más rica del mundo. ¿Cómo alguien que toca esa música va a ser elitista?
F. F.: –Yo creo que el músico la pasa bien y mal de acuerdo con los momentos que vive. A veces sufre mucho, porque la comprensión no es de todos. Es mentira que uno toca sólo para sí mismo, sería un egoísmo. Uno toca lo que siente. A algunos les llega, a otros no. Y el músico es más feliz cuando llega a muchos, no cuando lo entienden unos pocos.
–¿Se sienten reconocidos en la Argentina?
N. M.: –Yo más de lo que merezco. Porque yo no soñaba ni creo tener el talento para estar en los escenarios en lo que estuve. Lo que sí tengo es garra, y un corazón grande.
F. F.: –Yo estoy muy agradecido. El otro día en el San Martín hicieron un reconocimiento a Jorge Navarro. Toqué al lado de Luis Salinas, y cuando terminamos él me dijo: “Maestro, tocar al lado suyo es una bendición”. Es un lindo reconocimiento.
W. M.: –A mí me da mucho placer ser reconocido como aquel profesor que tantos alumnos tuvo. Como casi todos son actuales músicos, el reconocimiento se va multiplicando en cada uno de ellos.
–¿Cuál fue el momento más lindo que vivieron gracias a la música?
N. M.: –Yo vivía en Suecia, estaba tocando con un grupo y Ben Webster pidió tocar con nosotros. Cuando Webster se puso la boquilla en la boca yo empecé a llorar y no paré hasta que terminó de tocar. Sentí toda la vida de una persona en un soplido.
W. M.: –Hay algo especial que se repite cada vez que me invita a tocar mi hijo Javier. Está el teatro lleno y todos se paran como automáticamente a aplaudir cuando subo. Que la gente me vea como el maestro de Javier... es fuerte. Es la mayor satisfacción de mi vida, porque él es como la síntesis de todos mis alumnos.
F. F.: –Para mí, haber tocado con Roy Eldridge en un templo del jazz como el Jimmi Raigans. O la noche en que estaba tocando en Oliverio y entró Winton Marsalis tocando su trompeta. O haber tocado con Baby (López Fürst), con Jorge (Navarro), con Norberto... Tantos momentos... No me pida que lo sintetice en uno. La música nos ha colmado de buenos momentos.

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