ESPECTáCULOS
› EXTRAÑO, DE SANTIAGO LOZA
Un hombre en fuga hacia ninguna parte
Más que desarrollar temas en el sentido clásico, Loza trabaja de modo impresionista.
› Por Horacio Bernades
“Vos no sos de hablar mucho, ¿no?”, le dice Erika (Valeria Bertucelli) a Axel (Julio Chávez). En oposición al verborrágico cine de los ’70 y ’80, el Nuevo Cine Argentino viene perfeccionando las formas de no hablar. Están los que no hablan porque no es lo de ellos (los protagonistas de La libertad y Los muertos) y los que no lo hacen de puro tímidos (el chico de Parapalos) o de duros que son (Julio Chávez en Un oso rojo). A ese catálogo de la parquedad se le suma ahora el Axel de Extraño, que no habla porque parece haber perdido la fe en las palabras. O tal vez, porque hablar es recordar. Y daría la sensación de que el más mínimo recuerdo puede llegar a sumir instantáneamente a Axel en la angustia. Una angustia demasiado grande, demasiado poderosa para hacerle frente.
Allí, al borde mismo de la angustia (o tal vez sea en su desembocadura; nunca llega a saberse del todo) transcurre Extraño, la ópera prima del cordobés Santiago Loza, que proviene del cortometraje y, a la vez, del teatro. Desde su debut internacional –en el Festival de Rotterdam, en febrero del año pasado–, Extraño viene sumando premios en el mundo entero. Entre otros, el de Mejor Película (allí, en Rotterdam) y el de la sección “Lo nuevo de lo nuevo” del Bafici. Producida con la ayuda de capitales franceses pero realizada básicamente entre amigos, Loza contó, para su debut, con el aporte de Willi Benisch (en la fotografía) y Ana Poliak (en montaje), con quienes constituye una suerte de colectivo informal de trabajo. Film sumamente económico, Extraño se filmó íntegramente en video digital de alta definición. Y debe decirse que la imagen es de tal calidad (y tan extraordinaria la fotografía de Behnisch) que hasta a los ojos más curtidos les costará distinguirla del 35 mm.
Como si la película entera viajara de la abstracción a la narración, las primeras imágenes de Extraño se escalonan sin ilación aparente. Tras una escena de sueño, el enorme plano detalle de un ojo abierto y un paisaje que desfila frente a la ventanilla de un tren, la película de Loza despliega un doble movimiento paradójico. Por un lado, casi no se despegará de la figura de su protagonista; por otro, en lugar de comprenderlo o explicarlo hará todo lo posible por respetar su silencio y su misterio, como el interlocutor que no fuerza al amigo a decir lo que no quiere. Y el silencio parece para Alex la última barrera frente a un dolor cuya forma y origen se desconocen. “Soy cirujano. O fui, más bien.” Esa es una de las máximas definiciones que se permite Alex, de quien jamás se sabrá si acaba de dejar la profesión por alguna falla garrafal en el quirófano o por cualquier otra razón.
Película de presencias y de fantasmas, el de la muerte es uno de los que más ronda por Extraño. Muerte de la infancia, evocada por Alex –y espoleada por el reencuentro con su hermana–, y obsesión por la muerte en Erika, la chica de la que el protagonista se hace amigo y cuyo avanzado embarazo parece despertarle esa clase de temores. El embarazo y la muerte cercana de una amiga y socia de trabajo, cuya madre (Chunchuna Villafañe, en su reaparición después de Vidas privadas) la recordará a su vez entre lágrimas, frente a un desconocido. A su vez, la hermana de Alex se preocupa por cierta dureza en un pecho. Lo cual permite establecer, almismo tiempo, una vinculación con el tema del amamantamiento, que es inminente en Erika.
Más que desarrollar temas o personajes en el sentido clásico, Loza (autor también del guión) los trabaja de manera impresionista, como el pintor que tira manchones o colores sobre la tela. Sin embargo, sería un error suponer que esas manchas son casuales, aleatorias. Basta poner un poco de atención para percibir de qué modo se relacionan unas con otras, formando un sistema en el que todo se vuelve eco o espejo. Los recuerdos de infancia que parecen cercar a Alex podrían explicar su atracción (que, por cierto, no tiene nada de sexual) por la chica embarazada. Los jueguitos con fósforos con los que suele matar el tiempo hablan de su personalidad solitaria, del mismo modo en que lo hacen sus frecuentes viajes en tren, generalmente fugas hacia ninguna parte.
En el sentido musical de la palabra, la fuga es la forma misma de Extraño. Una fuga grave y tristona. “Están contentos”, comenta Alex mirando a unos desconocidos que –en los videos familiares que filma Erika– festejan un bautismo, un cumpleaños o algo así. “Sí, cuando la cámara está encendida”, aclara la chica. Lo contrario sucede en Extraño. Cuando la cámara se enciende, sus personajes parecen sumirse en una pérdida, un dolor, una melancolía, que la música de Charles Valentin Arkan se ocupa de fijar para siempre.