ESPECTáCULOS
› EN EL 2004, LA PRODUCCION
NACIONAL VIVIO UNA TEMPORADA PLENA DE PARADOJAS
El debe y el haber, todo al mismo tiempo
Se estrenó la cifra record de 70 películas, hubo medidas de protección y muchos premios, pero no todas fueron rosas. Este año, el cine argentino no supo bien si brindar o llorar.
› Por Horacio Bernades
En su número de fin de año, Film Comment (la publicación especializada más prestigiosa de su país) invitó a cerca de un centenar de críticos a elegir “las 10 mejores películas del 2004 que no se estrenaron en Estados Unidos”. En ese top ten aparecen nada menos que dos películas argentinas: La niña santa, de Lucrecia Martel, y Los muertos, de Lisandro Alonso, ambas parte de la última edición de Cannes. El director artístico de ese festival, Thierry Frémaux, estuvo en la Argentina a comienzos de este mes. En una práctica que habla por sí sola de la importancia asignada a la cuestión, Frémaux bajó in person hasta Buenos Aires para ponerse al tanto del estado de la producción argentina, en busca de nuevos títulos para la edición 2005 de Cannes.
Ambos hechos traslucen la relevancia que el cine argentino ha ido adquiriendo de unos años a esta parte en el ámbito internacional. Relevancia que en el año que termina parece haber alcanzado su punto culminante. Los dos Osos que El abrazo partido ganó en febrero pasado en el Festival de Berlín, el estreno posterior de esa película en cerca de treinta países, las cifras de público alcanzadas en Francia por Los muertos y La niña santa, la preeminencia del cine argentino en los tres festivales internacionales más importantes (Berlín, Cannes y Venecia) y las declaraciones del propio Frémaux durante su estancia porteña –ratificando que en estos momentos la producción argentina es la más valorada en el mundo cinematográfico– son otros signos que revelan el lugar alcanzado por los cineastas locales.
Es así que cuando Diego Dubcovksy, coproductor de El abrazo partido (ver aparte) afirma que “el 2004 fue un año extraordinario”, no exagera ni un ápice. Para reforzar la visión hiperoptimista concurren otros hechos salientes: 2004 fue el año en que, tras recuperar la autarquía, el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales comenzó a ponerse al día con el muy atrasado pago de créditos y subsidios. Lo cual constituye algo así como el motor que hace funcionar a la industria del cine, en un país en el que –por distintas razones– ésta sólo puede mantenerse en pie gracias a esa clase de apoyos oficiales. Este fue también el año en el que la administración oficial convirtió en reglamentación la defensa del cine nativo, prisionero de la tiranía de mercado. Lo hizo instrumentando la manera de asegurar que no haya película argentina que no llegue a las salas de estreno y que no tenga oportunidad de mantenerse en cartel.
La doble llave de la cuota de pantalla y medias de continuidad permitió que las 63 películas argentinas estrenadas a lo largo de la temporada (el número se eleva si se incluyen las estrenadas “fuera de circuito”) hayan marcado un record histórico, superando incluso la marca lograda en 1950, pináculo productivo de la “edad de oro”. Pero otros datos –igualmente incontrastables– obligan a leer con mayor mesura la actualidad del cine nacional. La cifra de 6 millones de espectadores alcanzada por los 60 estrenos “oficiales” (sin contabilizar el Malba, el Centro Rojas y la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín) iguala a la del 2000, último año bueno antes de la crisis del 2001. Pero sucede que ese año las películas estrenadas habían sido poco más de la mitad, con un total de espectadores mucho menor al de ahora.
Se estima que a lo largo del 2004 habrían concurrido al cine cerca de 44 millones de espectadores, mientras que cuatro temporadas atrás la concurrencia fue de 24 millones. Con lo cual, el porcentaje de público que fue a ver películas argentinas se reduce llamativamente de un año a otro: del 25 por ciento del 2000 se pasa al 15 por ciento del 2004. De allí que cuando –en los antípodas de Dubcovsky– Adolfo Aristarain afirma que “el 2004 fue un año bastante desastroso” (ver aparte), su afirmación resulta tan fundada como la del productor de El abrazo partido. Quienes observan con preocupación el presente del cine nacional lo hacen con cifras en lamano. De los 6 millones de espectadores que fueron a ver cine argentino, 4 millones fueron a ver nada más que tres películas: Patoruzito, Luna de Avellaneda y Peligrosa obsesión (ver “Las diez más vistas”). Tanto ellas como la que aparece cuarta en la tabla (Erreway, cuatro caminos) contaron con el apoyo indispensable de alguno de los multimedios, capaces de garantizar campañas promocionales a todo trapo y en todos los medios.
Las películas que no gozaron de ese privilegio (El perro, El abrazo partido, Roma, La niña santa, Familia rodante de Pablo Trapero) debieron conformarse con navegar la franja del “sub-200”, que es la que ocupan las que no pueden superar el techo de los 200 mil espectadores. La súbita aparición de No sos vos, soy yo dentro de ese lote debe ser festejada por sus responsables con el descorche de mil botellas de champán, ya que se ganó ese lugar solita, a puro boca en boca. A partir del puesto 11 (donde aparece La puta y la ballena, uno de los grandes fracasos del año) los números se derrumban, con demasiadas películas alcanzando cifras más propias de porotos que de espectadores. Es en este punto donde el cine argentino versión 2004 dibujó su mayor y más preocupante paradoja. Películas que triunfan en el extranjero, tanto en festivales como en el propio circuito comercial, terminan estrellándose contra la cartelera local.
Para citar sólo algunas, ése es el caso de La cruz del sur, Hoy y mañana (ambas estuvieron en Cannes 2003) y Una de dos, que venía llena de premios en festivales y terminó llevando apenas un puñadito de leales a las tres salas en las que se exhibió. Qué decir de Los muertos, que en Francia salió en 10 salas (y lleva 40 mil espectadores) y en la Argentina en apenas una (sobre la marcha se sumó otra), totalizando una cifra diez veces menor. Pero a cada cual lo suyo: los 4 mil espectadores que “metió” la película de Lisandro Alonso suenan a triunfo, si se tiene en cuenta que la película se exhibió en escasas funciones semanales. Y las llenó todas, como también viene sucediendo con El amor (primera parte), opera prima cuatripartita apadrinada por Mariano Llinás. Repitiendo el minisuceso de Balnearios (dirigida por el propio Llinás), el debut de Fadel/Mauregui/Mitre/Schnittman se mantiene a sala llena en el auditorio del Malba, habiendo reunido hasta ahora 4500 espectadores.
Por otra parte, conviene tener en cuenta que en la mismísima París (la capital más cinéfila del mundo, junto con Seúl) el promedio de asistencia para las películas consideradas “de arte y ensayo” es de unos 20 mil espectadores. Que es lo que aquí orillaron muy buenas películas, que venían de pasearse por festivales importantes: Los guantes mágicos de Martín Rejtman, El cielito de María Victoria Menis o La quimera de los héroes de Daniel Rosenfeld. ¿Entonces no estamos tan mal? Estaríamos mejor si Buenos Aires tuviera lo que otras grandes capitales (no sólo París, Madrid o Nueva York sino también Río de Janeiro y San Pablo): un circuito de salas ad hoc que permita que esa clase de películas jueguen de locales. Y que no les pase lo que a Una de dos, que se había consagrado en abril en el Bafici, pero a la hora del estreno debió pelear salas con Los increíbles y El expreso polar, con las consecuencias que eran de esperar.
Tampoco es que a la nueva camada de realizadores argentinos le vaya a resultar fácil llegar a las salas de aquí en más. Desde comienzos de año, nuevos requisitos ponen cuesta arriba el debut de los primerizos, exigiendo avales, productores y antecedentes con los que se les hace casi imposible cumplir. ¿Toma forma una industria para pocos? De ser así, siempre queda para los debutantes el festival porteño de cine independiente, rampa de lanzamiento del nuevo cine argentino, que en sus escasos años de vida supo construirse un prestigio inédito. Pero tampoco este terreno se presenta despejado, ya que las autoridades de la ciudad acaban de desplazar del cargo a su director artístico, Quintín, que es quien más hizo por edificar ese perfil y ese prestigio. No es que la nuevadirección artística del Bafici –liderada por el programador, crítico y preservador fílmico Fernando Martín Peña– no esté en condiciones de mantener al festival porteño como principal carta de presentación del nuevo cine argentino en el exterior. Pero lo cierto es que con medidas como ésa, lo único que se logra es cargar de nubes de tormenta un cielo que se presentaba bien claro, en momentos en que el cine argentino se debate en la rara paradoja de reinar en el exterior, al tiempo que mendiga en casa.
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