ESPECTáCULOS › THE BLUES, A MUSICAL JOURNEY, EN EL MALBA
Un puente hacia el pasado musical de los Estados Unidos
Desde mañana empezará a verse la miniserie producida por Martin Scorsese, que rescata la notable historia del género.
Por Horacio Bernades
Una verdadera Enciclopedia ilustrada del blues, en versión audiovisual y escrita por las mejores firmas. Eso es The Blues, A Musical Journey. A partir de mañana y hasta fines de febrero, la miniserie producida por Martin Scorsese –que la televisión estadounidense emitió por primera vez en septiembre de 2003– podrá verse en el auditorio del Malba, en versión completa y con subtítulos. Las firmas son, entre otras, las del propio Scorsese, Wim Wenders y Clint Eastwood, quienes tuvieron a su cargo las tres primeras partes de esta miniserie, que consta de siete en total y cada uno de cuyos episodios ronda la clásica duración cinematográfica de una hora y media. Los tres primeros episodios de The Blues se verán en el auditorio de Figueroa Alcorta 3415 a lo largo de enero, mientras que los cuatro restantes completarán, durante el mes próximo, la primera emisión en Argentina de esta miniserie, parte de la cual había podido atisbarse en la última edición del Bafici porteño.
“Durante la última década, una búsqueda de raíces históricas fue abriéndose camino en mi cine”, señaló Scorsese en ocasión del lanzamiento de The Blues. “Hice dos documentales sobre la historia del cine y decidí encararlos desde lo personal, en lugar de buscar una perspectiva estrictamente histórica. Para la serie sobre el blues resolví hacer algo parecido.” Aunque a quienes lo relacionen sólo con Pandillas de Nueva York pueda parecerles raro ver el nombre del realizador de Taxi Driver al frente de un proyecto como éste, no se sorprenderán aquellos que estén al tanto del carácter de Sumo Preservacionista que el pequeño cineasta neoyorquino ha venido asumiendo desde hace un buen par de décadas. En el contexto del cine estadounidense, desde los ’80 para acá no ha habido nadie que sostuviera con tanta convicción como Scorsese la necesidad de tender puentes con el pasado reciente de la cultura de su país.
El hombre que ya en los comienzos de su carrera había filmado un documental sobre sus padres inmigrantes (Italianamerican, 1974), más tarde no dudó en levantar bien altas las banderas del conservacionismo cinematográfico. En años recientes, Scorsese batalló tanto a favor de la restauración de clásicos del cine (Lawrence de Arabia y Vértigo, entre otras) como en contra de la aberrante campaña de “colorización” emprendida por el business man Ted Turner en los ’90. De allí que sea tan poco extraño que haya emprendido ahora una suerte de tratado cinematográfico definitivo sobre el blues, como la propia reivindicación de Alan Lomax, que Scorsese emprende en Feel Like Going Home, episodio de apertura de The Blues. Lomax fue el musicólogo que, en los años ’30, emprendió un titánico trabajo de campo, recopilando, ordenando y catalogando para la posteridad la tradición entera del blues, desde sus comienzos hasta ese entonces. Quién podría negarle autoridad al hombre que fue asistente de montaje de Woodstock, registró el canto del cisne de The Band en The Last Waltz y, sobre todo, llenó de blues y rythm’n’blues la banda de sonido de El color del dinero. No le faltan laureles musicales a Wim Wenders y a Clint Eastwood, si vamos al caso. Como el propio realizador de Las alas del deseo recuerda en algún momento de The Soul of a Man –capítulo dos de The Blues–, su ópera prima, Summer in the City (1970), estaba enteramente construida no sólo a partir de la música de The Kinks, sino de la leyenda del blues J. B. Lenoir. No es raro que J. B. sea –junto con los precursores Blind Willie Johnson y Skip James– uno de los tres héroes que organizan el relato de The Soul of a Man, que cuenta con Laurence Fishburne como voz narradora y abunda en diálogos musicales entre los antiguos y los nuevos. Beck, Jon Spencer Blues Explosion, Nick Cave, la finísima Cassandra Wilson y hasta Lou Reed son algunos de los nombres que desfilan a través del capítulo-Wenders, en el que el realizador de Paris,Texas se dio otro gusto: el de filmar largos fragmentos como si se tratara de un film mudo, con entretítulos y todo.
Tampoco Clint Eastwood tiene por qué andar mostrando a esta altura el carnet de Cineasta-de-Alta-Alcurnia-Musical. No sólo toca el piano desde bastante antes de entrar en el cine, sino que es posiblemente el realizador cuya afinidad con el jazz ha quedado más fuertemente impresa en sus películas. No llama la atención que quien alguna vez interpretó a un decadente músico country (en Honky-Tonk Man, una de sus escasas películas inéditas en Argentina) haya tomado como eje de Piano Blues las vinculaciones entre blues y jazz, con el instrumento de sus amores por protagonista excluyente. Funcionando casi como anchor-man de su propia película, Eastwood invita a un estudio de grabación a varias glorias del género –desde Ray Charles hasta el nonagenario Jay McShann, incluyendo al enorme Dr. John y el jazzman blanco Dave Brubeck– para charlar distendidamente con ellos, junto a un piano de cola. Y, claro, si están juntos allí, cómo se iba a perder el realizador de Los imperdonables el regalo del cielo de tocar a cuatro manos con Mr. Charles o el fabuloso McShann, que regala uno de los solos más memorables que puedan oírse a lo largo de toda la serie. Y eso que, aparte de los nombrados, otros nombres involucrados a lo largo de las 10 horas y pico de The Blues no son otros que los de Robert Johnson, Muddy Waters, John Lee Hooker, Taj Mahal, B. B. King, John Mayall, Eric Clapton, Van Morrison, Jeff Beck ... Eso sí: es inútil buscar entre los invitados a Pappo, Botafogo o las Blacanblus. Posiblemente, porque esos coroneles (y coronelas) criollos del blues no tengan quién los filme.