ESPECTáCULOS
› DOS BAILARINES DEL BALLET ARGENTINO PASAN A OCUPAR EL CENTRO DE TODAS LAS MIRADAS
“Nos gustaría ser como Julio y Eleonora”
Hernán Piquín y Cecilia Figaredo, primeros bailarines del Ballet Argentino que dirige Julio Bocca, se presentan como cabeza de compañía, en un espectáculo en el que el director y bailarín estrella les cede el protagonismo. “Ojalá que esto sea el comienzo de algo más, que alguna vez llenemos el Luna Park”, sueñan a dúo.
› Por Analía Melgar
Parece un espectáculo más, pero no lo es. Una calma eléctrica desmiente que la próxima sea una más en la lista de presentaciones del Ballet Argentino. La compañía creada, dirigida y encabezada por Julio Bocca ofrece nuevas coreografías en el mes de febrero pero esta vez... sin su cara más visible, sin su estrella. Quince años de trabajo, desde su debut en 1990, dan sus frutos. Hoy el Ballet Argentino tiene la solidez necesaria como para mostrarse ante el exigente público de Buenos Aires sin la presencia de Julio Bocca. Mientras el celebérrimo bailarín actúa en la ciudad de San Petersburgo, delega en los quince integrantes de su compañía la responsabilidad de un nuevo show. Dos son los primeros bailarines que cargan con el orgullo y el riesgo de asumir el desafío: Hernán Piquín y Cecilia Figaredo. Saben que es un momento especial, que puede consagrarlos definitivamente. Y se les abre un abanico de sueños: “ojalá que esto sea el comienzo de algo más, que el año que viene podamos repetir una temporada mientras Julio esté en Estados Unidos”, suspira Figaredo. Piquín redobla la apuesta: “Que hagamos quince funciones en el Opera, que llenemos el Luna Park, que Hernán Piquín y Cecilia Figaredo sean como Julio Bocca y Eleonora Cassano”.
La nueva producción del Ballet Argentino se puede ver de viernes a domingo en el Centro Cultural Borges (Viamonte esquina San Martín). El programa anuncia tres partes: Tangó, creado por Ana María Stekelman, sobre música de Piazzolla, especialmente para Piquín, Figaredo y el Ballet Argentino; Aquelarre, coreografía de Oscar Aráiz para cinco bailarinas convertidas en brujas; y Ketiak, de Susana Tambutti, para siete hombres. Serán cuatro semanas para demostrar la solvencia de este grupo de bailarines que ya lleva recorridos los cinco continentes, y se enorgullece de hacer 120 funciones al año, “cuando no son 150, porque nos alargan una temporada aquí o allá”, puntualiza Figaredo.
Si bien el Ballet Argentino hizo algunas pruebas piloto sin la presencia de Bocca en el escenario, se debió a lesiones de la estrella o en funciones para pocos espectadores. Ahora se concreta un nuevo debut. Los quince bailarines liderados por Piquín y Figaredo lo saben: “Agradecemos a Lino y a Julio por depositar esta confianza en nosotros; esperamos no defraudarlos a ellos ni a nosotros mismos”. El productor Lino Patalano y Bocca advirtieron la repercusión de los trabajos de la dupla protagónica en las temporadas realizadas en el Teatro Opera durante 2003 y 2004. Recientemente, Figaredo brilló en la quinta luna del festival de Cosquín, al imponer su calidad como intérprete por encima de su comentado desnudo.
Cecilia Figaredo se destaca por su energía, precisión y sensibilidad; Piquín se recorta en el espacio con su andar acolchonado, su porte señorial y sus saltos espumosos. Juntos son dinamita. En la pausa de uno de sus ensayos, cuentan los secretos de la vida cotidiana en el Ballet Argentino y dejan ver algo de la ansiedad de estos días tan especiales.
–Conociéndolo desde su interior, ¿cómo caracterizarían al Ballet Argentino?
H. P.: –Es multiuso porque servimos para todo. Bailamos las coreografías más diferentes en los contextos más diversos. En un mismo programa podemos bailar un Corsario y a continuación una pieza de José Limón. Pasás de los 32 fouettés dobles a bailar descalzo.
C. F.: –Es multifácetico. Bailamos de todo: Twyla Tharp, Chet Walker, Alvin Ailey, clásicos, Balanchine, Martha Graham. Como bailarina, me esfuerzo por abarcar los diferentes géneros de la danza. Eso me mantiene viva, despierta, con ganas de más. Siempre estamos desesperados preguntándole a Julio: “¿Y ahora qué coreógrafo nos viene a visitar?”
H. P.: –Pero también es verdad que no somos tan buenos como los que originalmente crearon cada uno de esos estilos. Tenemos una base clásica. Luego, vienen coreógrafos diferentes y en tres semanas montan un ballet entero. En ese tiempo es normal que no logremos el estilo exacto que ellos consiguen a lo largo de años de aprendizaje especializado.
–¿Cómo es Julio Bocca en calidad de director?
H. P.: –Yo no lo veo como director. Como baila con nosotros, como hay amistad, lo vemos como a otro bailarín; eso sí, primer bailarín, extraordinario, pero un amigo, un igual.
C. F.: –Además, él es muy sencillo, no marca la distancia, no aparece con traje y corbata y látigo en mano sino en bermudas, con la riñonera y la gorrita. Se sienta, mira el ensayo y dice: “Che, mirá Hernán, acá, tal cosa”. No es un viejo carcamán, sólo corrige lo necesario.
–¿Cómo vive el resto de la compañía este momento tan especial de ustedes dos?
H. P.: –Creo que nos ven como nosotros a Julio; son nuestros compañeros. No es que me lanzo la chalina hacia atrás y salgo a caminar con la cabeza en alto. No existe el estrellato.
C. F.: –Estamos todos contentos porque la gente va a comprar la entrada no sólo por Cecilia y Hernán sino por el Ballet Argentino. Todos tenemos ganas de que esto salga adelante.
–¿Cómo es la vida del Ballet Argentino de gira?
C. F.: –Estamos acostumbrados a salir de gira desde muy chicos y por más que extrañamos a la familia –en mi caso, a mi marido– tenemos la dicha de vivir de lo que nos gusta, viajar bailando por los teatros del mundo. Fuimos criados de esa manera y así pudimos conocer los lugares más exóticos: China, Japón, India, Egipto, Singapur, Rusia, Alaska. Este año, vamos a Cisjordania y a Turquía.
H. P.: –Las giras son muy exigentes. Vamos a Nueva York, tenemos tres semanas de funciones, después nos movemos para bailar en Alaska, adaptándonos a cambios de horarios, saliendo del teatro directo al avión, esperando horas en el aeropuerto. Viajamos todos juntos en turista (salvo Julio, que viaja en primera, regio, estirado, así que lo odiamos mucho). En los aeropuertos, hacemos una carpa india, nos tiramos arriba de las maletas, no nos importa nada. Es como una gran familia, una gran mudanza: vestuario, zapatos, escaleras.
C. F.: –Sí, somos como boy scouts, siempre listos, llevando valijas, bajando sillas y bancos.
–En esa vorágine, ¿cómo les responde el cuerpo?
H. P.: –Así salimos un poco locos. Hemos llegado a bailar lastimados. Cecilia bailó con cuarenta grados de fiebre. Yo, en la temporada del Opera del 2003, tenía una fractura en el dedo gordo del pie y bailé igual, durante todo el mes. Pero si yo no bailaba, se tenía que cambiar la programación, redistribuir los roles, enseñar combinaciones. Por responsabilidad o locura, no podía perjudicar al resto. Así que, cuando yo salía de esas funciones, me iba derecho a mi casa a poner el pie en hielo.
–Entonces, ¿cuántas horas al día le dedican a su trabajo?
C. F.: –Empezamos a las once de la mañana y terminamos a las seis de la tarde, de lunes a viernes. Cuando tenemos función, sólo hacemos una clase a la mañana y un ensayo que dura hasta las dos de la tarde. Hasta las siete, tenemos tiempo libre.
H. P.: –En ese tiempo, nosotros, los más viejos (se ríe), vamos a dormir la siesta. Pero cuando llegamos a países donde nunca estuvimos, la sacrificamos para ir a pasear. Por suerte, con esta compañía, siempre volvemos a todos los lugares. Si estoy en Grecia por segunda vez, a la tarde, duermo. En cambio, en los primeros años en la compañía, llegaba al hotel, me alquilaba un auto y salía, no paraba. Ahora, con 31 años, no lo hago más.
–Bocca Tango, El hombre de la corbata roja, Orfeo, ahora Tangó, ¿por qué el desnudo –o semidesnudo– está tan presente en las coreografías del Ballet Argentino?
C. F.: –Con los desnudos en los que estoy participando últimamente, ando resfriadísima (se ríe). Mi papá, cuando vio por primera vez Bocca Tango, me cargaba: “Ceci, ¡cómo ahorraron en vestuario con vos!”. En realidad, me cuesta ser objetiva, porque se me mezcla lo que yo siento al hacer esos desnudos. Me vuelvo vulnerable, con una sensibilidad muy especial y se crea un momento muy íntimo con el bailarín. Por esa necesidad femenina de protección masculina, en el escenario busco cubrirme con mi compañero.
H. P.: –No es un desnudo, es arte. Es una totalidad expresiva donde también juegan el tema, las luces y la música. El conjunto deriva en un desnudo que se ve como una escultura. En Cosquín, la reacción fue maravillosa. No hubo ni un silbido, ni una grosería. Pero cuando llegamos a Buenos Aires, la cobertura de los medios presentó el Bocca Tango de Julio y Cecilia como un escándalo. La gente de allá, gente de folklore, produjo un silencio impecable y aplaudieron en medio de la coreografía. No te estaban aplaudiendo las tetas sino la capacidad de proyectar emoción.
C. F.: –Es verdad que yo estaba con mucha precaución y temor. Hasta último momento, cuando nos estábamos cambiando, le pregunté a Julio: “¿Me dejo el corpiño?”. Y me dijo: “No, tenéme fe”. Tuvo razón.
–¿Esto es el comienzo de una nueva pareja artística como la de Bocca-Cassano?
H. P.: –Es lo que más quiero, me encantaría: Piquín–Figaredo. Sería una forma de reconocimiento, porque nos venimos matando desde los diez años. Es muy lindo cuando alguien te para en la calle, sabe quién sos y te felicita.
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