ESPECTáCULOS
› CON LA MELANCOLIA A FLOR DE PIEL
“Entre copas”, una despedida de soltero en cámara lenta
Filmada en Chacabuco e inspirada en Haroldo Conti, la película no se queda en lo autorreferencial y construye mundos atractivos y creíbles. Entre copas permite más de una alegoría sobre el buen vino.
› Por Martín Pérez
A Miles Raymond le gusta el buen vino. Pero no precisamente el cabernet, y ni hablar de un merlot. Su preferido es el pinot noir, producto de una uva que –como él mismo se preocupa de explicar– tiene fina piel, es temperamental y no crece fácilmente, necesita un cuidado permanente por parte de un agricultor paciente para dar lo mejor. Miles es ciertamente un especialista en lo que se refiere a vinos y sigue todos los pasos de un buen catador antes de beber: mete bien la nariz en el vaso para olerlo, toma pequeños sorbos para poder descubrir todos los matices del gusto en su paladar. Pero, cada vez que recibe una mala noticia, tira toda esa meticulosidad por la borda. Sólo necesita un buen vaso para comenzar a olvidar. Aunque, a juzgar por su comportamiento durante todo el metraje de una comedia encantadoramente humana como Entre copas, más que un vaso necesita beberse prácticamente toda una botella de un trago.
Entusiasta catador de vinos, escritor vocacional y maestro de secundaria para ganarse la vida, Miles es un hombre a punto de asomarse al momento de considerar que la primera mitad de su vida ha sido una pérdida de tiempo. Miles es apenas uno más de la galería de sufridos perdedores cuya interpretación por Paul Giamatti (Esplendor Americano) es prácticamente una categoría en sí misma dentro del cine independiente estadounidense. Los problemas de Miles pueden ser vinculados a su ex esposa, con la que continúa sentimentalmente ligado. O al interminable manuscrito de su primer libro, que aún anda buscando un editor interesado en publicarlo. Pero, a pesar de no poder nunca dejar de ver la mitad vacía del vaso, Miles es el decidido anfitrión de un viaje que hará las veces de despedida de soltero de un amigo de toda la vida, con una personalidad que es decididamente opuesta a la suya.
A una semana de su casamiento, el feliz y satisfecho Jack, un actor de telenovelas a punto de dar un paso trascendental en su vida, sólo quiere divertirse e intentar sacar a su amigo Miles de una depresión que, en su opinión, le dura desde hace dos años, cuando se separó de su esposa. “Necesitás un buen polvo”, le recomienda sin rodeos, aunque en realidad es lo que necesita para sí mismo. Y así es como una supuestamente relajada semana californiana de vinos y golf devendrá en una extraña y original mezcla entre una comedia indie e inteligente y la clásica y burda comedieta adolescente norteamericana.
Con una melancolía a flor de piel, pero también un generoso sentido del ridículo, Entre copas es algo así como una despedida de soltero en cámara lenta, y al mismo tiempo un repaso –nunca sentencioso– de la crisis de madurez de sus protagonistas masculinos. Dueño de un particular talento para delinear personajes queribles a pesar de revelar siempre lo peor de ellos, el director Alexander Payne –autor de Election y Las elecciones del Sr. Schmidt– opone a la pareja de Miles y Jack otra pareja femenina, que no recibe el mismo meticuloso trato. Ellas son Maya y Stephanie, personajes importantes, sí, pero decididamente secundarios, que sóloservirán para revelar aún más cada pliegue de la personalidad, y las miserias y al mismo tiempo la humanidad, de la apolínea y dionisíaca pareja principal, las caricaturas masculinas más efectivas e hilarantes desde que Woody Allen dejó de ser sincero a la hora de reírse de sí mismo.
Decididamente masculina, Entre copas no es una comedia desatada ni una película de amor, aunque tenga todo lo necesario para serlo. Junto a Giamatti, y casi robándose la película, en el papel de Jack (que rechazó Brad Pitt, por el que rogó George Clooney y casi es de Matt Dillon) aparece un muy cómodo Thomas Hayden Church, que también se sentía muy a sus anchas protagonizando la serie Ned and Stacey. Y en el papel de Maya (re)aparece nada menos que Virginia Madsen, aquella despampanante rubia (Dune, The hot spot) que nunca terminó de ser algo más que una cara bonita (y un cuerpazo) durante la década del ochenta.
Tomándose todo el tiempo necesario para contar su historia, y para contarla de la manera en que prefiere hacerlo, cuando Payne se demora en dar comienzo al viaje en sí –dándole tiempo a Miles para despertarse tarde pero también para demorarse leyendo su periódico, y hasta para perder junto a su amigo una noche en la casa de su madre– lo hace porque quiere precisamente dejar en claro que ésta no es una comedia ni una película romántica. Es una película sobre Miles, ese personaje que es como una uva pinot noir, necesitado de cuidados especiales y precisamente por eso condenado al fracaso y a la decepción en un mundo creado para paladares vacíos y vidas que se solucionan con “un buen polvo”. A pesar de sus orgullosos rodeos, Entre copas sin embargo es una película que carga con su pequeño mensaje. Pero es en su melancolía y su fluidez narrativa donde mejor se disfruta de una historia que, a pesar de todos sus desvíos, no deja de ser eso que dice no ser.