Dom 05.05.2002

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL ESCRITOR Y PERIODISTA TOMAS ELOY MARTINEZ

“No somos nada de lo que creímos ser”

El escritor argentino presenta hoy en la Feria su última novela, “El vuelo de la reina”, por la que ganó el prestigioso Premio Alfaguara.
En esta nota, explica qué lo llevó a escribir un libro en que ficción y realidad confluyen en “una metáfora del crimen que está cometiéndose con este país”.

› Por Verónica Abdala

Una novela es una abeja reina que vuela hacia las alturas, a ciegas, apoderándose de todo lo que encuentra en su ascenso, sin piedad ni remordimiento, porque ha venido a este mundo sólo para este vuelo. Eso piensa Tomás Eloy Martínez, aunque no lo dice. Prefiere ahorrarse esa clase definiciones: en este caso, el que habla por él es el todopoderoso y maligno Gregorio Magno Pontífice Camargo, director y propietario del (Diario de Buenos Aires). Es decir, el protagonista de la novela por la que el escritor y periodista argentino se alzó el último 4 de marzo con el Premio Alfaguara 2002.
El libro en cuestión, que hoy a las 20 presentará en la Feria del Libro junto a Magdalena Ruiz Guiñazú y un grupo de invitados cuya identidad prefiere mantener en el anonimato (aunque dos de ellos son Rodolfo Terragno y Chacho Alvarez), se llama El vuelo de la reina, y acaba de ser editado en los 18 países (algo así como cuatrocientos millones de lectores potenciales) en que opera la editorial. La historia que Eloy Martínez eligió contar es la de un periodista influyente y veterano, lanzado a descubrir la trama de venalidades y hechos oscuros que sostienen la vida política de un país. Un hombre vanidoso y lúcido, en aparente control de sus actos, que sin embargo verá cómo la realidad comienza a escapársele de las manos a partir del momento en que se enamora de una mujer treinta años menor, también periodista. Desde esa plataforma argumental, la acción se dispara hacia direcciones inesperadas. Martínez parece invitar al lector a sumergirse en las profundidades de una obsesión erótica y sentimental, un espiral descendente que arrastra a los personajes hasta instalarlos en el centro mismo del dolor y del delirio. Aunque eso no es todo.
Porque El vuelo de la reina es además una metáfora de un país en que la corrupción es una respiración de fondo, sobre la que se dibujan presidentes impunes y políticos corruptos. Una reflexión sobre la identidad, el poder, el abandono y el deseo, en el plano de los afectos y en otro bastante más extendido, que se relaciona con la vida nacional. “El deseo es el eje determinante de todas las otras pasiones del hombre, porque sin deseo no hay poder, no hay creación: está en el origen de todas las cosas”, explica Eloy Martínez en una entrevista con Página/12. “En el origen de este libro late una antigua obsesión mía: el deseo como afán de posesión del deseo del otro, del cuerpo ajeno, que se convierte así en un objeto. Por eso el libro comienza con un episodio en que Camargo se deleita como voyeur observando a través de un sofisticado telescopio cómo una chica se desnuda muy sensualmente en el departamento de enfrente”, señala el autor de La novela de Perón.
El abandono es aquel que sufrirá en determinado momento Camargo (que lo impulsa a una carrera ciega contra eso que tanto lo lastima), pero también ese otro que remite a esta Argentina olvidada. En palabras del autor, el abandono “que estamos padeciendo después de habernos creído parte del primer mundo, cuando descubrimos que en realidad hace tiempo que estamos en las ruinas, que no somos ni por asomo nada de lo que creíamos ser. Que nuestro país no es el que nos vendieron los últimos presidentes, sino otro. Esta novela pretende ser, en definitiva, una metáfora del crimen que se está cometiendo con este país, una escenificación de la victimización de la Argentina”.
–Uno de los personajes desliza la sospecha de que los seres humanos somos capaces de soportar cualquier cosa, incluso la traición, pero no el abandono...
–Es así, no estamos hechos para tolerar que nos dejen a un lado. Y los argentinos, que hemos conocido todo tipo de maltratos, estamos conociendo eso que es todavía más cruel, más insoportable: no nos escuchan, no nos toman en cuenta ni la clase política ni los países y organismos que se empeñan en digitar nuestro destino. Esa fatalidad que nos atraviesa ahora.
El proceso de escritura de este libro, cuya prehistoria se remonta a noviembre de 1999, se extendió por tres años. En ese lapso, Eloy Martínezprotagonizó una sucesión de hechos desafortunados: en el término de un año, sufrió un grave problema de riñón –la aparición de un tumor renal que finalmente resultó ser benigno– y la muerte en un accidente de su esposa, la investigadora Susana Rotker, que lo sumió durante seis meses en un abismo en el que no cabían las palabras. “Inicialmente iba a ser una historia por encargo, la primera. Iba a formar parte de una colección sobre los Pecados Capitales organizada por la editorial brasileña Objetiva. Después de sucesivas interrupciones y sucesivas versiones que salían muertas, y no me conformaban (tres o cuatro), a mediados de 2000 la novela comenzó a cobrar la que sería su forma definitiva. Y me dejé llevar, me vi arrastrado por las pasiones de estos personajes.
–La novela transita ese terreno difuso que separa la realidad de la ficción. ¿Los hechos reales que se cuelan en la historia son fruto de una intención deliberada o fueron integrándose a ésta como parte del marco en el que la acción se desarrolla?
–Desde el momento en que el protagonista es director de un diario, y su amante una periodista, la ficción quedó sujeta a ciertas pistas históricas que tienen que ver con la realidad nacional e internacional. La realidad se fue imponiendo, de la manera natural en que irrumpe en el periodismo. Aunque hay otros hechos que parecen reales pero no lo son: como el suicidio de un senador Valenti, tras haber sido descubierto uno de sus actos de corrupción. ¿O alguien piensa que un senador argentino realmente podría llegar a hacer eso porque lo descubrieran in fraganti? No me hagan reír: es absoluta inverosimilitud novelesca.
–Hay un hecho de la realidad que se produce mientras usted escribía la novela y que mantiene similitudes asombrosas con elementos de su ficción: la muerte de Sandra Gomide, de 32 años, amante del sexagenario director del diario brasileño O Estado de Sao Paulo, a manos de este señor. Ese dato es incluido en el libro, que funciona en este sentido como un juego de espejos paralelos, de duplicidades: en un cruce misterioso de hechos que se parecen, recuerdan unos a otros, se repiten...
–Bueno, es lo mismo que nos ocurre en la vida, ¿no? Creo que tanto en nuestras historias personales como en la historia de la humanidad surgen repeticiones y parecidos que nos remiten a distintos tiempos y lugares. El dato de Pimenta, en ese marco, fue incorporado al libro precisamente por ese hecho: el azar me imponía un escándalo real paralelo a lo que mi imaginación había estado construyendo. Yo conocía fugazmente a Pimenta, por lo que el crimen me impactó brutalmente. Ese hecho me ayudó a comprender que este libro podría ser también una historia de identidades paralelas, de historias cruzadas, que son otras pero son las mismas. Este, a diferencia de La novela de Perón o Santa Evita, fue un libro que se fue haciendo sobre la marcha, en el camino. Y también en ese proceso se fue alimentando la confluencia entre realidad y ficción.
–¿En cuál de esos dos mundos se siente más cómodo?
–Pertenezco a ambos. Lo que presiento es que uno y otro mundo se completan, que en las novelas los escritores se atreven a ser esos otros que por desgracia o por fortuna no son en la vida.
–La vida es ese otro vuelo...
–Otro vuelo que esconde su fuerza y su misterio en el hecho de que sus actores sean flechas lanzadas hacia ninguna parte.

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