ESPECTáCULOS
› TEATRO EL CLOWN ARGENTINO DEL CIRQUE DU SOLEIL
“Gracia y desgracia”
Guillermo Toto Castiñeiras integra el elenco del
espectáculo Quidam, en gira por el mundo, y está de paso en su Buenos Aires natal.
› Por Hilda Cabrera
Interactuar con el público, improvisar, armar sus rutinas. Esa es la tarea del argentino Guillermo Toto Castiñeiras en el famoso Cirque du Soleil, creado en 1984 en Montreal por un grupo de artistas de calle canadienses integrado por el pionero Guy Laliberté. Toto es el clown, la figura cómica dentro de Quidam, uno de los espectáculos que la célebre compañía mantiene en gira por el mundo. De paso por Buenos Aires, Castiñeiras alienta estrenar aquí nuevos y viejos unipersonales, como Catcha y Finimondo!, que pudo mostrar en pocas funciones, suficientes en todo caso para seducir a quienes finalmente, después de varios contactos iniciados en 1999, lo convocaron en febrero de 2004 para realizar un taller de selección en el Soleil.
Durante cuatro días compitió con un clown italiano, otro francés y un estadounidense en el taller del director David Shiner. Fue suficiente. Finalizada la prueba, ensayó durante un mes con ese maestro de clown en Montreal, armó sus rutinas y estrenó dos meses después en Vancouver, ya como parte del Circo. El trabajo que desempeña allí “completa muchísimo todo lo que yo había aprendido y creado en la Argentina”, sostiene hoy Castiñeiras, quien tuvo a nivel local buenos maestros, como Tony Lestingi y Cristina Moreira, con quien estudió “estilos puros” (melodrama, Commedia dell’ Arte, clown, bufo), y presentó, entre otros trabajos, el interesante Aria da Capo (1997), fantasía poética inspirada en un texto de Edna Saint Vincent Millay. Reconoce, sin embargo, que ha crecido en la pista: “Uno puede elaborar acá técnicas de clown, aprender su esencia y vibrar con ella, pero la escuela la estoy haciendo ahora, en una pista de circo y ante tres mil espectadores”, admite. Esta experiencia le permite evaluar en toda su dimensión lo importante que es saber colocar la voz, mostrar claridad en los gestos y desarrollar todo aquello que aprendió en teoría. “El clown se parece al actor cómico autodidacta; al que sale e improvisa”, observa. Señala, además, que “aun siendo una empresa de entretenimientos, el valor artístico de los shows del Soleil supera el merchandising”. Esa calidad –opina– se advierte en todas sus presentaciones, actualmente (y con diferentes elencos) en sus cinco espectáculos permanentes en Las Vegas, otro en Orlando y cinco más en gira por ciudades de Europa, Asia, América y Oceanía. El más reciente es Ká, una producción de 2004, cuyo significado prefiere no develar. Otro dato: el Soleil mantiene la tradición de la carpa, aun cuando los artistas no duerman en carromatos sino en “lujosos departamentos”.
–¿Cómo fue su debut?
–Cuando llegué a Vancouver y vi la carpa y su pista giratoria, supe que debía armarme de coraje. Igual, lloré un montón. Una de mis rutinas en Quidam es la de una primera cita de amor en un auto imaginario. Con mucho miedo, elegí una chica de la platea. Trabajamos bien. Chivé tanto que al llegar al camarín pude ver mi maquillaje totalmente corrido. Al día siguiente, por los diarios, supe que había invitado a la pista a la hija de Phil Collins.
–¿De qué manera busca la risa del público?
–En el circo hay que cuidar mucho eso de correrse para hallar la risa fácil. Quizá suene terrible lo que digo, pero en mí funciona mejor hacer reír desde una situación de desgracia. Aquello que convierte al humano en un ser patético provoca en el público una hilaridad que me apasiona. Eso es más fuerte que el mejor chiste o gag. El público se conecta de manera increíble con ese lugar de desgracia, y se “alegra”.
–¿El clown arma personajes?
–El clown no es un personaje. Si yo entro al escenario o a la pista con un personaje, la persona a la que llame para participar va a quedar paralizada. Si no llamo a nadie va a suceder lo mismo, pero con todo elpúblico. El clown necesita ser uno más en el circo, y todavía mejor si se advierte su desvalimiento, si aprendió a jugar como un niño y dar a entender que él, como los de la platea, están en la misma, jugando.
–¿Qué pasa cuando los espectadores poseen culturas e idiomas diferentes?
–En idiomas, tuve que aprender el inglés coloquial, el que habla la gente común, porque cuando invito a alguien a la escena es probable que esa persona se quiebre y debo tranquilizarla, animarla a seguir, convencerla de que todo va bien. Otro recurso mío para “entender” al público es comer lo que creo que es el almuerzo habitual de la gente de un país o una ciudad. Eso me da idea de su cuerpo, de sus reacciones... El público australiano, por ejemplo, es de los que desbordan: hiperactivo y dispuesto a gritar, enojarse o aplaudir exageradamente. En Nueva Zelanda, en cambio, donde predomina la cultura maorí, la gente es tremendamente dulce, delicada y muy amable.
–¿Se habitúa a tanto cambio?
–Soy un melancólico, y estando fuera del país, esforzándome en hablar otro idioma, siento tristeza. Puede que esto que digo sea un estereotipo, pero esa tristeza un poco chaplinesca me ayuda en las rutinas. En estos días abandono la melancolía; siento que estoy en casa, pero también que las cosas aquí van mal y veo gente muy enojada. Realmente, me gustaría armar algo para presentar en Buenos Aires, pero debo continuar la gira con Quidam. Viajo a Australia, Malasia, China y Estados Unidos.
–¿El Soleil vendrá a Buenos Aires?
–No lo sé. La entrada más económica es de 100 dólares. Dentro de América latina, viaja cada dos años a México. Ahora va a probar qué pasa en Río de Janeiro, pero con un espectáculo más modesto.
–¿Quidam cuenta una historia?
–Sí, la de un matrimonio y su niña. Es una familia de “incomunicados”. El título es de origen del latín y significa transeúnte. Es el ser anónimo y solitario que circula por la calle. El disparador fue la obra pictórica de Magritte. Se creó en 1996, y es más austero que los espectáculos anteriores: una especie de “cable a tierra” donde aparecen imágenes de miseria y de muerte y algunos quiebres de la personalidad.
–¿Trabajar para esta compañía le significó exigirse mucho más?
–La exigencia por hacer bien mi trabajo la llevé siempre conmigo. Está en mi cuerpo y en mi cabeza. Ser parte del Soleil es mantener y profundizar esa actitud. Uno se siente alentado, porque recibe muchas propuestas de trabajo, pero es cierto que, cuando vuelvo a la Argentina, aunque sea por unos días, siento que quiero quedarme.