ESPECTáCULOS
› FERNANDO SAMALEA Y ALHAMBRA
Currículum rockero, alma de bandoneón
El músico grabó un disco que da rienda suelta a su pasión por el sur de España.
› Por Roque Casciero
Así como en una semana tomó la decisión de radicarse en España (en 1999, con la perspectiva de una gira junto a Joaquín Sabina), del mismo modo Fernando Samalea decidió volver a instalarse en Buenos Aires. Fue a fines del 2003: planeaba pasar aquí el Año Nuevo y regresar a París, donde vivía desde hacía cuatro meses. Hasta tenía pasaje de vuelta, que nunca usó. “Acá me reencontré con todos los amigos, empecé a tocar y me di cuenta de que había un ambiente propicio y animado para lo que yo quería hacer. Se conjugaron muchas cosas y me di cuenta de que el lugar es acá... Al menos por ahora”, reflexiona el músico, que actualmente también toca en el Sexteto Irreal y en Rosal.
Antes de la partida, Samalea había llenado un currículum notable, que incluía su trabajo como baterista de Charly García y los Illya Kuryaki and The Valderramas, pero también la edición de discos-libros firmados bajo su propio nombre en los que daba rienda suelta a su pasión por el bandoneón. Con dos de esos trabajos independientes bajo el brazo fue el regreso a Buenos Aires: primero apareció Fan y a fines del 2004 fue el turno de Alhambra. “El concepto de ese disco partió de mi fascinación por la mezcla entre la España castiza y lo musulmán que es Andalucía. Es muy fascinante el sur de España. Cuando llegué acá, fue como recuperar la España en la que yo había vivido y donde había descubierto todo ese mundo andaluz. Lo que hice fue recuperar esos sonidos, esas grabaciones, y concebirlas conceptualmente como disco. Fue como ver España desde la distancia. Es un disco que tiene que ver con cuerdas reales, con menos electrónica y sintetizadores. Y hay pocos músicos argentinos: están todos mis amigos de Madrid.”
–A diferencia de sus discos anteriores, Alhambra no trae un cuento. ¿Por qué?
–Tiene un relato, pero me di cuenta de que Alhambra era un disco largo y tendría que haber editado un libro por separado, cosa que iba a atrasar toda la edición. Entonces decidí separar un poco los tantos y tratar de editar este año un libro con todos los cuentos, sumados a una pequeña novela llamada Metejón, que también es el título de un disco anterior. Me gustaría poder corregir y editar todos los cuentos juntos, darles un toque más actual, buscarle la manera para que quien esté interesado pueda leer esas historias independientemente de la música. También me interesa mucho el mundo del cine. Quiero retomar algunos estudios de la adolescencia, de dirección y fotografía, como para volver a meterme en ese terreno. Me encantan los guiones, las historias, y me encantaría en algún momento filmar algo, con los medios de los que disponga. Por supuesto que mis pretensiones son las mínimas, pero quiero moverme en ese terreno porque me parece el arte supremo, el que aúna a todas las artes.
–¿De dónde vienen sus ganas de contar historias?
–De la niñez. Desde los seis años empecé a hacer historietas y a hacer peliculitas en formato de cinegraf, cortando cuadrito por cuadrito en papel de calcar, para proyectárselo a los amigos. También en esa época empecé a estar fascinado con la música. Así que es algo que me acompañó toda mi vida.
–Insertar el bandoneón en un contexto andaluz, ¿fue deliberado?
–Sí. Yo coqueteo con otros estilos, pero el bandoneón sigue siendo la pieza clave y protagónica. El concepto de mis discos está hilado por ese sonido y no quiero perderlo. Tal vez ese tipo de mezclas puedan resultar híbridas o cuestionables para mucha gente. Siempre lo tuve claro y tampoco es que esté levantando las banderas de las fusiones de estilo, pero es lo que más me representa: tuve la oportunidad de ver mundos muy diferentes, pero siempre me considero porteño. Siempre me llevo Buenos Aires encima, así esté en Tánger o en Italia. Tal vez pueda encontrarle una vuelta diferente al uso del bandoneón. Pero, hasta ahora, lo que quiero es que cada disco tenga un concepto diferente, aunque con un hilo conductor dado por el protagonismo del bandoneón.
–¿Por qué le interesó ese instrumento en particular?
–Porque lo relaciono con la niñez: la banda sonora de mi infancia fueron los discos de Piazzolla o De Caro que tenían mis viejos. Cuando tenía 12 años, vi un concierto del Octeto Electrónico de Piazzolla en Mar del Plata. Y eso fue clave para despertar mi amor por el bandoneón: ahí descubrí que era un instrumento incluso rockero. Las vueltas de la vida hicieron que Adalberto Cevasco, que era el bajista del Octeto, terminara tocando conmigo durante un par de años, en una formación que armé para presentarme en festivales españoles. El bandoneón viene por el lado fantástico literario: leí historias sobre los jóvenes porteños de los años ’20 y me di cuenta de que estaban muy cercanas a las del mundo del rock. Por simpatía con esos personajes, entendí que tenía que tocar el bandoneón si quería encontrar una voz para mis melodías. Obviamente que no iba a descartar la batería, la electrónica y demás, pero me gusta que mi música esté hecha con los pedacitos de todas las músicas que escuché en mi vida.