ESPECTáCULOS
› TERMINO ANOCHE LA VII EDICION DEL FESTIVAL BUENOS AIRES TANGO
De ayer y de hoy, pensando en mañana
Fueron diez días de tango y de todas las músicas que le aportan vitalidad: candombe, murga, rock y electrónica. Los organizadores calculan en 170 mil los espectadores de este encuentro que clausuró Leopoldo Federico. El sábado hubo una multitudinaria milonga al aire libre.
› Por Karina Micheletto
La luna nueva parece colgada como una escenografía tras el Obelisco, que a su vez parece colgado como una escenografía tras una pareja que se entrega a la danza cerrando los ojos, como guiada por alguien o algo, más allá de ellos. Están bailando sobre el asfalto de Diagonal Norte y lo que suena es Negracha, de Osvaldo Pugliese, interpretado por una orquesta típica en vivo, la Color Tango. Fue una de las postales más bellas que dejó el VII Festival de Tango, que anoche, al cierre de esta edición, finalizaba con un multitudinario concierto de Leopoldo Federico en El Dorrego, tras diez días de tango y todo lo que puede rodearlo cuando está vivo: milonga, claro, pero también candombe, murga, rock, y hasta música electrónica. Durante estos diez días, Buenos Aires bailó al ritmo de una música que a veces aparece con nuevas ropas, pero que sigue siendo esa chica de barrio capaz de enamorar con una bajada de ojos.
El sábado por la noche, la Gran Milonga al Aire Libre –uno de los puntos tradicionales de este festival, que ya va por su séptima edición– sirvió de marco para dejar inaugurado lo que pasó a denominarse el “Año Pugliese”. El próximo 2 de diciembre, el maestro cumpliría cien años, y el primer homenaje por adelantado fue esta milonga a cielo abierto con un gran escenario ubicado en Diagonal Norte y Maipú. Estuvieron La Típica Imperial, La Quartada y dos orquestas lideradas por bandoneones que alguna vez integraron las filas de Pugliese: la Color Tango, dirigida por Roberto Alvarez, y la Orquesta Típica de Rodolfo Mederos. Dedicada desde su creación a difundir y desarrollar el estilo del maestro que tiene el don de invocar la buena suerte, la Color Tango hizo clásicos como Recuerdo, Malandraca, Desde el alma y, por supuesto, La yumba, otros menos top, como Yunta de oro, pero también una milonga y un tango inéditos que les cedió la viuda de Pugliese, Lidia (De mi corral y Como flor de yuyo). Sentada a un costado del escenario, Lidia Pugliese seguía atentamente el concierto y sonreía cada vez que su ex esposo era mencionado y aplaudido largamente por el público.
Rodolfo Mederos y su orquesta, integrada por músicos muy jóvenes y talentosos, arrancaron pasada la medianoche. Hicieron clásicos de clásicos (Mi Buenos Aires querido, El choclo, entre otros) y también esas obras de Mederos que a esta altura ya ganaron un lugar destacado en el cancionero que continúa a aquellos clásicos, como Abran cancha. Ya era la madrugada del domingo y en las distintas pistas improvisadas sobre el asfalto subía la temperatura. Con el pañuelo listo para secar la transpiración y oscuras camisas manga larga de milonguero de ley, en muchos bailarines mayores no parecía hacer mella el calor. Las chicas más jóvenes sacaban los zapatos de taco de las mochilas como en un ritual repetido. Otras adaptaban sus zapatillas, simplemente bailando en puntas de pie.
Como todo circuito, el de las milongas tiene sus habitués, lugares y códigos específicos, y la Gran Milonga también devino lugar de encuentro e intercambio: “¿Puede ser que te conozca de La Catedral?”, avanzaba un morocho con intenciones de encontrar pareja rápido. Fallaba, pero seguía poniendo voluntad: “¿Entonces tomás clases en lo de Mora?”. Tras las orquestas en vivo, los DJ milongueros Horacio Godoy y Osvaldo Natucci estirarían los últimos compases para los bailarines de más aguante, en estas mismas calles que Carlos Gardel añoraba cuando cantaba Anclao en París, donde “un juego de calles se da en diagonal”.
¿Qué dejó tras de sí el festival? En principio, la certeza de que no es necesario que en materia cultural las políticas públicas apunten solamente a programar megaconciertos de megaestrellas para que resulten rendidoras. Al Festival de Tango respondió una cantidad importante de público (170 mil personas, según las estimaciones oficiales), entre los que había, claro, muchos extranjeros (el tango es en estos momentos el principal consumo cultural for export de Buenos Aires, y el festival busca su inclusión enlas agendas turísticas de buena parte del mundo), pero también criollos que conocen de tango y de milonga, o que se acercan para descubrir qué hay de novedoso en el tango que se hace aquí y ahora. Llamó la atención la gran cantidad de público joven que asistió a todos los conciertos, no sólo a los pensados para el target específico, como los de tango electrónico, sino a los de tangueros de la vieja guardia, como Mariano Mores.
Una segunda certeza es que cuando esas programaciones son pensadas y balanceadas en función del resultado artístico, y no sólo de la inclusión obligada de artistas amigos, la potencia de la propuesta se multiplica. Detrás de la programación de este año hubo cabezas pensando en ese sentido y se notó, por ejemplo, en algunas noches memorables de El Dorrego, como la que reunió a Palo Pandolfo y Buenos Aires Negro. O a Omar Giammarco, La Chilinga, Osvaldo Fattoruso y Kevin Johansen, con un final murguero a cargo de Los Reyes del Movimiento de Saavedra, guiados por un estandarte desde donde sonreía el Polaco. O a la Porteña Jazz Band con los chicos de raros peinados de la Orquesta Típica Fernández Fierro, que montaron una parodia teatral apuntando a Aníbal Ibarra y la palabra que de un tiempo a esta parte lo tiene a mal traer: ignífugo.
Alcanzó con asistir a alguna de esas noches para acercar una respuesta a tanto debate fútil alrededor del nuevo tango. Como la que dio Peche Estévez, cantante de Buenos Aires Negro y autor de algunas de las mejores letras de tango actuales, acerca del “contenido social” de su obra: “Loco, si cuento que me enamoro de una mina mientras viajo en un tren hasta las tetas, no es porque quiera hacer tango social. ¡Es porque viajo todos los días en un tren así, campeón!”. O la acotación de Omar Giammarco después de pasar por el candombe, la murga, la poesía de las letras de Alberto Muñoz y el repertorio de Kevin Johansen: “¿Qué tiene que ver esto con el tango? ¡Todo!”.
El festival fue abierto y cerrado por dos leyendas vivas del tango: los maestros Mariano Mores y Leopoldo Federico. Ambos, con diferencias de estilo y personalidad, son responsables de obras fundamentales del repertorio tanguero (Mores compuso cosas como Cuartito azul, Uno, Cafetín de Buenos Aires, Taquito militar, Adiós Pampa mía, entre tantos otros; Federico es el responsable de joyas tangueras como Sentimental y canyengue o Cabulero, transformado en Neotango por Piazzolla), pero además continuaron, cada uno en su estilo, bien diferenciado, arreglos y estilos orquestales que siguen desarrollando hasta el día de hoy. José Libertella, fallecido el año pasado y uno de los que siempre brillaba en este festival al frente del legendario Sexteto Mayor, fue recordado por varios de los artistas que pasaron por el festival. Seguramente su espíritu está acompañando a los músicos que por estos días están manejando los hilos del tango, hilos que a veces se extienden hasta territorios insospechados. ¿Qué nuevos tangos podrán tejer esos hilos? Paciencia. Será cuestión de seguir escuchando.
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