Jue 17.03.2005

ESPECTáCULOS  › “CONSTANTINE”, CON KEANU
REEVES, BASADO EN EL COMIC “HELLBLAZE”

Un exorcista con el aura de “Matrix”

› Por Martín Pérez

“Soy Constantine, John Constantine.” Así es como se presenta el héroe ante los demonios que debe enfrentar. Como un exorcista muy poco litúrgico, disfrazado de detective privado de serie negra, pero con tarjeta de visita que recuerda la del agente secreto más cinematográfico de todos, Constantine –por si hace falta sumar otro ítem al cóctel de referencias– está encarnado por Keanu Reeves, aún impregnado de toda su aura Matrix, cuyo neomisticismo adquiere aquí rasgos cínicos, pero muy clásicos. Constantine es, básicamente, la historia de un exorcista cool, dark y decidido, que ha vivido enviando demonios de regreso al infierno hasta que se da cuenta de que ha llegado su hora. Y no por culpa de ningún hechizo, sino por los cigarrillos que tan cinematográficamente fuma a todo momento. Pero ése es sólo el escenario de una historia mayor, que involucra visitas al infierno, ángeles caídos, la aparición del hijo del demonio –y, eventualmente, el demonio mismo– y afirmaciones como que dios es como un niño jugando con sus hormigas en un terrario. O cosas así. Decididamente blasfema, al menos en un contexto (norteamericano) en el que su presidente ha declarado alguna vez recibir órdenes en contacto directo con el supremo, Constantine está basada en Hellblazer, una historieta publicada durante la década pasada por DC Comics –la editorial dueña de los derechos de Superman y Batman–, dentro de su subsello Vértigo, hogar de historias truculentas y presumiblemente algo más maduras que las de superhéroes en calzoncillos largos. Allí fue donde encontraron un hogar maestros modernos del género, como los guionistas Neil Gaiman (Sandman) y Grant Morrison (Invisibles), que también eran capaces de mandar a sus héroes tanto al cielo como al infierno. Ambientado originalmente en Gran Bretaña y con un protagonista cuyo modelo inicial supo ser Sting (!), este Constantine es una versión cinematográfica que ha enardecido a los fanáticos de la historieta original. Pero tal vez no sea para tanto.
Con un guión basado muy libremente en una saga de cinco revistas titulada Dangerous Habits (traducible como “hábitos peligrosos”), publicada durante la segunda mitad de 1991 y que sirvió para que el guionista Garth Ennis hiciera propio un personaje hasta entonces escrito por Jamie Delano (ambos mencionados en los créditos), la película del especialista en videos Francis Lawrence es visualmente impactante. Demasiado, tal vez. Pero su efectismo radica en la recreación estilística del personaje de Delano y Ennis, construyendo hábilmente un Marlowe que es Karrás pero se presenta como Bond y lucha por el futuro como Neo. Todo eso encarna el personaje de Keanu Reeves, que habla poco, fuma mucho y deja muchos silencios. Y, como se dice por ahí, si cuando Keanu habla mucho la película es mala, cuando habla poco suele ser buena.
Pero si la esencia de Constantine está bastante bien defendida y presentada, así como su estética, el problema es su contenido. Y, como suele suceder en el Hollywood más reciente, el asunto es que todas sus eficaces escenas son funcionales e intercambiables. Los personajes secundarios van y vienen, e incluso parece como si hubiese escenas que faltan, algo imperdonable en una película de aventuras que dura más de dos horas. Ambiciosa al punto de poner a su protagonista hablando con el arcángel Gabriel –una escena presente también en Hábitos peligrosos–, Constantine es una película atrevida según los cánones del Holly-wood contemporáneo. Pero también, según esos mismos patrones, una película reverente. Y funcional. Después de todo, y más allá de algunos sustos y dilemas mortales, siempre es cuestión de ver qué se hace con los demonios que cada uno se atreve a invocar. Y, a diferencia del trabajo protector de Del Toro con Hellboy, una historieta juguetona e infernal cuyo adaptador hizo propia, Constantine no deja de ser una película impersonal. Más allá del look, los dilemas e incluso el tono. Y de su particular lucha entre el cielo y el infierno (cinematográfico).

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