ESPECTáCULOS
› SEMINARIO DEL COMPOSITOR LLORENÇ BARBER
“En materia de genealogía soy hijo de las ballenas”
Llorenç Barber se define como “músico de calle”. En 1998, más de 100.000 personas asistieron en la Plaza de Mayo a uno de sus “conciertos de campanas”. Ahora vuelve para hablar de lo que para él es el arte: “Un encuentro imprevisible entre personas”.
› Por Diego Fischerman
Una noche de 1998, los murciélagos volaron de los campanarios porteños. Más de 100.000 personas se juntaron alrededor de la Plaza de Mayo para poseer un espacio y para ser poseídos por una experiencia hasta el momento inédita: un concierto en que los instrumentos fueron las campanas de las iglesias y edificios públicos de la zona y el propio público que, con sus desplazamientos, eligiendo el ritmo de sus caminatas y, también, de sus detenimientos, componía aquello que escuchaba. El autor de la idea –un autor que, obviamente, reniega de la idea tradicional acerca de lo que es un autor– es un catalán llamado Llorenç Barber. Y ahora está nuevamente en esta ciudad para dictar un seminario bautizado Músicas de cielo y suelo.
Organizado por el Centro Cultural de España, el seminario se desarrollará a partir de mañana y hasta el miércoles 23, de 15 a 19, en la sede del centro cultural, Florida 943. “Si bien tenía previsto hacer una pequeña introducción histórica, una vez aquí decidí saltarme ese escalón”, explica Barber. “En el curso vamos, simplemente, a oír. El arte para mí no es la representación, no es la hipóstasis de la creatividad o de la importancia del ego pensante, ni ninguna de esas concepciones según las cuales se toma en cuenta sólo una parte que lanza signos. Para mí el arte es un encuentro imprevisible, donde todos tienen que poner. Y donde tanto pones, tanto sacas; tanto te tropiezas, tanto te llevas. Y tanto rehuyes o tanta mala pata puedes tener, que no te enteras de nada, y tanto te pierdes. Y esto que llamamos arte es, en el fondo, el roce de lo desconocido entre varias personas.” Músico de formación académica, atraído en sus comienzos por las mecas de la vanguardia posterior a la década de 1950, principalmente los cursos de verano de Darmstadt, y luego por el pensamiento de John Cage, en 1978 fundó un taller de música mundana y a partir de 1981 comenzó a realizar conciertos con un “campanario portativo”. Ahora se define a sí mismo como un “músico de calle”.
Si los conciertos de campanas ponen en tela de juicio la idea del compositor demiurgo, la del que todo lo tenía en su cabeza y lo vuelca en la partitura para que sea traducido por el intérprete, también dinamitan la idea de obra. “Todo es contemporáneo”, dice Barber a Página/12. “La idea de obra no se acabó ni se acabará. Pero ya no es más el camino obligatorio. Es sólo una más entre las mil posibilidades a las que uno puede amarrarse. En la música, por otra parte, es mucho más tangible que en otras artes la vuelta atrás. Todas las propuestas de disolución del autor, de la obra, del espectador, del espacio, de los sesenta y setenta, de repente han desaparecido. Mis antiguos amigos del conservatorio me preguntan si es que no me he enterado que ya todo eso pasó, que hay que volver a los rediles de los auditorios y del mercado burgués de lo que ellos llaman ‘toda la vida’, que son apenas dos siglos. Los conciertos tradicionales siguen existiendo, es claro, pero también están todas las maneras de relacionarse con los demás y con el exterior que han tomado cuerpo, versatilidad y riqueza y a partir de las cuales no tenemos ninguna gana de volvernos a casa. No necesito ir a un auditorio. Con salir a la calle tengo suficiente estímulo para recibir y bastante lugar de encuentro y bastante espacio fértil para inventar. A una sala de conciertos voy como si fuera de excursión.”
Barber reconoce entre sus antecedentes a Cage y al minimalismo. También a Erik Satie. Sobre ellos y sobre el argentino Mauricio Kagel ha escrito ensayos teóricos. Pero en el momento de trazar su propia historia dice: “En materia de genealogía, soy hijo de las ballenas”. Y explica: “La música tiene paradigmas animales, a los que sigue y recrea. Primero vino el paradigma de los cuadrúpedos, del caballo y del león; luego el del pájaro y ahora el de las ballenas, del que yo me siento parte. Del primero salen todas las isorritmias, y las danzas, y las batallas, y toda la música de la cuadratura, aún exasperada y llevada a lo frenético en Stravinsky; el segundo es más sutil, más gracioso, es el del timbre. La música de las ballenas es la de la lejanía, la del gran continuo sonoro, de las vibraciones inmensas, del berrido, de las enormes distancias”.