ESPECTáCULOS
› DINO SALUZZI TOCA HOY Y MAÑANA
JUNTO A SU GRUPO ESTABLE E INVITADOS
Tocar y vivir en los caminos de la libertad
El bandoneonista salteño es una estrella de la escena europea. Tocó con los mejores músicos de jazz pero no es un músico de jazz. Reivindica el riesgo y la improvisación y jamás repite en un disco la fórmula de otro. Su música es siempre un viaje imprevisible.
› Por Diego Fischerman
Su último disco, grabado por el sello alemán ECM, es un dúo de bandoneón y batería. El baterista es Jon Christensen –el mismo que tocó junto a Keith Jarrett y Jan Garbarek entre muchos otros–. El bandoneonista, salteño nacido en Campo Santo, se llama Dino Saluzzi. “Christensen y yo venimos de diferentes culturas”, explica a Página/12. “Yo no quise convenir nada, como prueba de que ese encuentro entre naturalezas distintas, hasta en las antípodas, puede funcionar bien si hay comunicación. Es un disco riesgoso pero ésa es la sal: el riesgo. Eso es lo que a uno lo mantiene vivo.”
Sus primeras armas internacionales las hizo con la orquesta de George Gruntz. Alguna vez contó que, sin saber una gota de alemán y muy poco de inglés, era común en esos años que le sucedieran cosas como dejar de tocar al ver la palabra tacet en la partitura, por no entender que ésa era la parte, precisamente, del solo de bandoneón. Manfred Eicher, el mítico fundador de ECM –donde por ese entonces grababan Keith Jarrett, Pat Metheny y Charlie Haden, entre muchos otros–, inventó entonces algo totalmente nuevo: un disco de Saluzzi totalmente a solas. Las fotos de las sesiones de grabación muestran un estudio inmenso y un hombre en una silla, con un bandoneón y un bombo a su lado. El disco, Kultrun, es ni más ni menos que el primero de la historia en el que un bandoneonista, ocasionalmente tocando una percusión despojada o acompañando una melodía desolada con su voz, improvisa durante casi una hora.
Para ese sello grabó con notables del jazz como los contrabajistas Haden y Marc Johnson, el pianista Tomasz Stanko o el trompetista Enrico Rava. Tocó, también, sus obras para bandoneón y cuarteto de cuerdas junto al cuarteto Rosamunde. Allí llama tanto la atención la propia música como el hecho de que Saluzzi casi nunca repite un mismo esquema, una misma conformación instrumental o un mismo planteo de obra dos veces seguidas. Y como pie en tierra –o por lo menos en tierra local–, el bandoneonista mantiene un grupo en el que toca con sus familiares más cercanos: su hermano Cuchara en clarinete y saxo, su hijo José María en guitarra, su sobrino Matías en bajo eléctrico y contrabajo y, junto a ellos, Jorge Savelón en batería y percusión. Con ese grupo, y luego de dos años de no hacerlo en Buenos Aires, Dino Saluzzi tocó la semana pasada y volverá a presentarse hoy y mañana, a las 21.30 hs, en el ND Ateneo. El nombre de este pequeño ciclo con el que retorna no podría ser más claro: Convocatoria.
Su música, a veces, evoca gestos del folklore rural argentino y, muchas otras, los del tango. Saluzzi, que cuando llegó de Salta a Buenos Aires fue músico de la orquesta de Gobbi, dice que “no se trata de una toma de posición, de algo consciente, de una elección, sino de algo que sale por naturaleza porque durante mucho tiempo estuve viviendo muy cerca del tango y participando de ese mundo. Lo más importante, de todas maneras, es que no toco con esquemas de jazz. Mi música es, me parece, una muestra de todo lo que he escuchado”. Pero el elemento común en esa especie de viajes de rumbo incierto en que el músico se va internando, explorando regiones tímbricas y armónicas en que permite que un motivo rítmico o melódico prolifere en infinidad de nuevos territorios, es la improvisación: “Es uno de los caminos de la libertad”, define. “Aunque sobre la partitura, sobre la idea escrita, también se pueden liberar cosas de manera que se rompa con los convencionalismos de todo tipo.”
–¿Es necesario construir primero esas cárceles para que pueda haber ruptura?
–En cierta manera sí, porque si no se genera una expectativa en un sentido, tampoco se siente la ruptura en el otro. Para que haya efecto hay que hacer como que se va para un lado y después ir para otro. Tiene que haber tensión. Y eso lleva tiempo. Y ahí se confirma la idea de Mahler, de que se puede escribir todo menos las cosas importantes. Pero esa relación es necesaria. Para que estén esas cosas importantes tiene que estar lo escrito; no son lo escrito, pero no aparecen sin escritura. La música tiene que salir del papel, y no puede ser, una vez que ha salido, una mera representación del papel. Es al revés: el papel tiene que ser el reflejo, pálido, imperfecto, de una realidad musical que sólo podrá existir fuera de él.
–¿Qué significado tiene un título como “Convocatoria” para un ciclo de conciertos como el que está realizando?
–Hay deseos escondidos e ilusiones y fantasías detrás de ese título. Crear situaciones vitales, la necesidad de encontrar, en materia musical, un objetivo común en Buenos Aires y en el país, como por ejemplo apelar a ciertos modos de ser que protejan la música. Que la hagan un instrumento de educación, que la hagan más próxima a la gente que está acostumbrada a otro tipo de música o que está muy apegada a las formas tradicionales. Para eso he llamado a músicos notorios; he tocado con Jaime Torres y con la guitarrista Julia Malischnig, y hoy y mañana estarán Néstor Marconi y Lito Epumer. Ese es el anhelo. Porque hay momentos en que el músico, para decirlo groseramente, se disfraza de académico y pierde contacto con la realidad. Y nosotros, al reencontrarnos con esta convocatoria, nos reencontramos también con nuestra esencia. La segunda parte de estos conciertos, por ejemplo, está dedicada al folklore. Y es como una reminiscencia de la peña. Ese es un punto de partida, como para arrancar. Porque la música folklórica no se puede quedar en lo que era hace cuarenta años. Tiene que haber una evolución, no tiene que ser sólo una fiesta sino un posible instrumento de educación y superación.
–Cuando en octubre de 2003 participó junto a varios músicos tradicionalistas de Salta en un encuentro en la Abadía de Royaumont, en Francia, era notoria la fascinación del público europeo frente a una copla o una chacarera. ¿Qué sucede cuando toca esa música en la Argentina?
–Hay subestimación. Pero yo debo confesar que también la sentí durante mucho tiempo. Lo que pasa es que también, si no se produce una evolución, el vecino, el que está al lado, va a encontrar allí poco más que la simple costumbre. Un europeo no está acostumbrado, se sorprende. Pero para los que pueden escucharlo todos los días es necesario. muchas veces, algo más. Y sin embargo esas formas sencillas tienen una fuerza y una comunicación que son poderosas en sí mismas. Yo creo que la creación siempre está presente. Qué se yo, una fuga de Bach también es maravillosa pero no puede ser lo único que uno escuche, todos los días. En relación con músicas que yo he tocado, la autocrítica que puedo hacer es que necesitan un soporte mucho más pretencioso; que no queden como el recuerdo o la copia fiel de lo que se hacía en el ’60. Porque ahí habría una especie de especulación, y eso me aterra.
–Bandoneón y cello, bandoneón y cuarteto de cuerdas, grabaciones junto a un intérprete de oud (laúd árabe) como Anouer Brahem, tríos con guitarra y contrabajo, ahora un dúo con batería. ¿La búsqueda no se detiene?
–La búsqueda es precisamente lo que le da sentido no sólo a la música sino a la vida. Uno no piensa dos veces lo mismo ni ve dos veces lo mismo de la misma manera. Hasta cuando uno escucha una música que ya escuchó la escucha siempre distinta. Tampoco es posible tocar siempre de la misma manera ni, mucho menos, conformarse con un sonido o con una fórmula que uno ya probó y que le dio resultados satisfactorios. Se trata de mantener al máximo la exigencia de crear nuevos personajes visibles en la narrativa musical, de manera diferente. De repetir, siempre, el intento más profundo de acercarse a lo esencial. Mi próximo disco querría, por ejemplo, que no tuviera bandoneón, que fuera un disco con obras mías pero donde yo no tocara. Estoy pensando, también, en uno con obras de carácter folklórico para piano. Y, despacito, estamos preparando con Cuchara uno con obras para clarinete y bandoneón.
Subnotas