ESPECTáCULOS
› OPINION
Somos músicos, queremos tocar
› Por Eduardo Fabregat
La pregunta es siempre la misma, se trate del Oscar, el Grammy, los MTV Music Awards, los Brits, Goya, César o las distinciones anuales de la Asociación de Fomento de La Matanza: ¿para qué sirven los premios? Lo único que cambian son las respuestas, porque cada ceremonia tiene su propio trasfondo, historial y significación. Y el Gardel, de a poquito y con trabajo, empezó a salir de la zona payasesca de los comienzos, cuando a cada premio se le veían los hilitos de la industria, tejidos en el marketing, las cifras de venta y los contactos con peces gordos. El año pasado, los directivos de la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas tuvieron la sensata idea de excluir de la votación a aquellos que tiraban de tales hilos, con lo que los Gardel 2005 dejaron un par de agradables sorpresas: que en el rubro “Revelación” –y más allá de que la chica va por su tercer disco– Juana Molina se impusiera a un producto de escritorio como Airbag (quienes, con toda justicia, no ganaron nada, pero al menos se dieron el gusto de pasear en limusina), o que Hilda Lizarazu fuera elegida como “Artista femenina pop” en lugar de productos televisivos como Lourdes y Luli Pizarro. O que al cabo haya primado la cordura, y una banda mediocre como Callejeros no haya pasado de las nominaciones por repercusión mediática de un hecho que se llevó casi 200 vidas.
Eso no quiere decir que los Gardel ya tengan un improbable certificado de seriedad. Cabe preguntarse por sugerencia de quién Roberto Pettinato debió archivar su encantador personaje ácido de Indomables –tan adecuado para una premiación de música argentina–, mantener un opaco medio tono en los chistes (tampoco encontró mucho eco en la platea como para encenderse) y aparecer de impecable saco y corbata. Cabe preguntarse el sentido de ciertos cruces ideados como homenaje a los 40 años de la grabación de Los gatos salvajes: el aire FM de Diego Torres, por ejemplo, poco tiene que ver con la aspereza melancólica de Luca Prodan en Mañana en el Abasto, y ni hablar del Bahiano cantando el Desconfío de Pappo o Soledad/Chaqueño Palavecino con Canción para mi muerte.
Otras falencias del Gardel, en cambio, no pueden achacarse a la producción. En un año marcado por las muertes de República Cromañón, resulta altamente llamativo que recién al final, cuando la Bersuit subió a recibir el Oro, hubiera una referencia a un hecho que compromete seriamente la creación, producción y difusión de música. Afortunadamente, el Pelado Cordera dio en la tecla al hablar de “la propia ambición del rock” como una de las causas de la tragedia y recordar a los chicos y chicas que murieron en Once. Pero no hubiera estado mal que los músicos que pasaron por el escenario del Gran Rex concedieran unos minutos a fomentar el debate, seguir instalando el tema, recordar que algunos tienen el laburo asegurado, pero los que pelean en el under hoy tienen todas las puertas cerradas. Hace algún tiempo, en la puerta de los Martín Fierro abundaron ciertos cartelitos que provocaron un intenso debate en la industria. Si no se resuelve el estado de clausura que impera en Buenos Aires, no será de extrañar que en los Gardel 2006 aparezcan manifestantes con su propia relectura: Somos músicos, queremos tocar.