ESPECTáCULOS
› BOTAFOGO, HOY EN EL ND ATENEO
“El único modo de cambiar es saber vivir con gloria”
El guitarrista está presentando Don Vilanova, un disco que homenajea a su padre: “Hizo lo posible para que sea quien soy”.
› Por Cristian Vitale
Don Vilanova, el título del octavo disco de Miguel Botafogo, no es autorreferencial. Vale decir: no es él, pero sí su principio. “Don Vilanova es mi padre: un peón de campo, un boxeador criollo devenido peluquero, que hizo lo posible para que yo sea quien soy: un guitarrista de blues que llegó a tocar en el pueblo de BB King, y en casi todo el mundo. El, que ni siquiera sabía escribir bien, me aclaró el camino. ¿Cómo no hacerle un homenaje?”, se emociona Bota. Botafogo padre murió cuando Miguel estaba en España codeándose con Joaquín Sabina y Kevin Ayers, veinte años atrás. Mucho antes, habilitaba el sótano de su peluquería de Cabildo y Juramento para que su hijo de sangre blusera ensayara con Pappo, Vitico, Black Amaya o David Lebon, cuando conseguir una sala de ensayo no era un trámite fácil. “A pesar de que caía la policía seguido y nos llevaba presos, él nos daba la llave de nuevo”, recuerda. Don Vilanova, entonces, es el guía espiritual en los 16 temas del disco. Es el cimiento de una familia blusera y cooperativa, que produjo un disco independiente con calidad, sacrificio y buen gusto. Una hija de Miguel, Laila, toca el piano; la otra, Julia, se encargó de las fotos; Dafne, su mujer, de la difusión, y Andrés, su hijo –baterista de Carajo–, de la producción y la batería. “El trabajo fue familiar y cómodo, como somos en la vida cotidiana. Por las vicisitudes del país fui centralizando el trabajo así, mi mujer es mi representante y no hay posibilidad de que nadie me cague”, sostiene el barbudo bluesman, que presenta el disco hoy en el ND Ateneo.
–¿Hubo cruce de egos entre padre e hijo mientras producían el disco?
–Y... yo soy más clásico en mi concepción musical, y por ahí donde él metía una batería agresiva yo hubiese metido escobillas. Pero al final ganaba él. Le hice caso a un montón de sugerencias suyas, y por eso el disco suena como suena. Andrés manejó toda la cuestión del audio y la decisión acerca de cómo debían ser los arreglos. El debut le salió bien.
–¿Su hija Laila va tocar el piano en vivo?
–No. Ella es maestra de música y está buscando su camino, pero le da vergüenza tocar. Para participar en el disco le expliqué con paciencia que era un homenaje al abuelo que no conoció. Y quedamos en que su piano iba a acompañar con acordes lindos, pero sin virtuosismos. Fue su rol.
–Su otra hija, Julia, es artífice de la tapa, que es muy impactante. ¿Qué significado tiene que aparezca su rostro cubierto con barro reseco?
–Un día soñé que salía de una jungla, todo embarrado. Se lo conté a Julia y decidimos hacer algo relacionado con mi sueño. Compré barro en el barrio chino y armamos una sesión de fotos en el patio de casa.
–Le otorga una impronta mística extra al trabajo, ¿no cree?
–Fue un sueño, por lo tanto algo místico o simbólico tiene que haber. Debería consultarlo con algún psicólogo jungeano... tiene una cosa medio chamánica, o hindú. En la foto de adentro hay un mandala que atraviesa mi cabeza desde la mollera hasta la pera, y un fondo selvático que no son más que las plantas del patio.
–En lo musical resaltan las formas armónicas heterodoxas de Miles Davis.
–Bueno, es un soul con una onda muy espiritual. Busqué el clima para narrar la historia de un tipo que está harto del palabrerío que existe en la cultura, y que usa a la meditación como una especie de antídoto contra los problemas que originan las palabras, como un limpiador.
–En Tengo un sentimiento aparece la influencia de Manal. ¿Fue premeditado?
–Sí. Es un tema que empecé en 1994 y nunca le encontraba la forma. Hasta que un día me empezó a salir medio funkeado. Si se suma que para cantarlo me hacía el Javier Martínez, efectivamente es así. Cuando lo estábamos grabando, había unas tomas que quedaban bien con ese engolado que es tan natural en su voz. Cuando la voz me empezó a salir ajavierada, medio lo rechacé, pero después... ¡si yo tenía 14 años e iba a ver a Manal! Para mí eran más que Jimi Hendrix. Yo escuché a Manal antes de tener el DNI: ¿cómo no voy a hacer uso de mis influencias y mis amores?
–Blues para Argentina implica una vuelta significante en la idea de patria. ¿Cómo surge ese “Juremos con gloria vivir”?
–A mis hijos, cuando eran chicos, les decía que en los actos de la escuela le cambiaran la letra al himno, que canten “Juremos con gloria vivir”, porque lo de morir por la patria ya lo conocíamos: los pibes de Malvinas, los 30 mil desaparecidos. Vivir con gloria implica muchas cosas: progresar, ser solidario, dignos y amorosos. Es el único remedio. Si en algo tuvieron éxito estos años de democracia es que nos convencieron de que no se puede cambiar. Yo, entonces, tiro la idea de que se puede cambiar y que hay que estar acá para hacerlo, viviendo con gloria.
–¿Por qué optó por musicalizar “Los Nadies”, el texto de Eduardo Galeano de El libro de los abrazos?
–Me di cuenta de que tenía una musicalidad, un ritmo que podía ser un tema. Un día agarré la viola y salió. El fue muy generoso conmigo: cuando lo llamé a Uruguay por intermedio de Diego Bonadeo, me autorizó a usar el texto sin ningún cuestionamiento por los derechos. El texto es una reflexión sobre cómo a los pobres se los engaña con eso de que “alguna vez un golpe de suerte te sacará de las malas” y supersticiones por el estilo.
–Usted quedó muy dolido por la muerte de su gran amigo Pappo y no quiso hablar en público sobre el tema. ¿Sigue en silencio?
–Sólo digo que no va a estar en el Ateneo porque tiene una zapada inminente con Steve Ray Vaughan, Albert King, Jesús y Buda.