ESPECTáCULOS
› CACEROLAZOS, CORRALITO Y CHICOS DE LA CALLE EN EL RETORNO DE “EL SHOW DE VIDEOMATCH”
Un programa a tono con un país embroncado
La nobleza del deportista como contracara del político y el palo a la clase dirigente fueron los ejes del regreso. De show de estrellas a envío de humor político, el programa parece una crónica del cambio en la Argentina.
› Por Julián Gorodischer
Las mediciones fueron elocuentes: 38 puntos de rating, con picos de 41.2. Marcelo Tinelli arrasó, en su programa de retorno, y dejó plantada bandera para el resto de la temporada. Lo hizo jugando a ser el espejo del país, una especie de pantalla por donde desfilaran las taras y bondades de la Argentina de hoy. “100% Argentino” decía la inscripción en las camisetas de su selección de colaboradores que, en breve, viajarán al Japón para seguir al equipo nacional en el Campeonato Mundial. El deportista exitoso apareció frecuentemente como la voz más autorizada en este programa de la Argentina en bancarrota. Y entonces Juan Pablo Sorín reclamó cantando, junto a “Los Reclutas”, el fin del corralito, y la Brujita Verón apoyó, junto a los “Taksee Boys”, los cacerolazos. Como contraposición a los políticos de cualquier extracción, en los deportistas (también pasaron por el programa el plantel de San Lorenzo y el nadador José Meolans) la gente puede confiar.
En su pasado, “El show de Videomatch” –es decir, el país de Tinelli– se entendió a sí mismo como un balneario. Territorio de disfrute o de pasatismo, construyó una raza (los gomazos) y una acción excluyente (el gaste). Invitó cantantes, adhirió al carisma del ex presidente Carlos Menem, desplegó recursos en viajes, superproducciones, programas dentro del programa. El más menemista de todos los ciclos de los ‘90 fue burlón, desenfadado, impune, exhibicionista, y se ganó rechazos de todo tipo, pero también el rating. El retorno en el 2002, en otro contexto, y luego del papelón de la Alianza, es otra cosa. La ideología del programa ha dado un giro: lo que cuenta es estar del lado del ahorrista y patear el tablero, impactar con un palo a la clase política y habilitar, como hace el conductor sobre el final, la salida Ezeiza. Este, queda claro, ya no es el balneario sino una zona de emergencia.
En el presente del país de Tinelli, los famosos ya no van al estudio, ni hacen su gag como invitados; quedan reservados al territorio de los sueños. Comienza El sueño de Marcelo, narración que seguirá durante todo el programa, y el conductor deambula y se topa con estrellas, demostración de que no todo está acabado: el galán joven (Pablo Echarri), las figuras del teatro de revistas, el deportista, el grupo teen pop de éxito repentino son, aquí, un star system devaluado, pero seguro, el último hálito aun en la desesperación: hacedores del humor y el fanatismo. La fórmula de El sueño... es sencilla, y se repite: el conductor se encuentra con un famoso y, poco después, pasa un papelón que consiste en bailar, correr o nadar, pero hacerlo todo mal. Hace sólo una cosa bien: jugar al fútbol con el plantel de San Lorenzo, meter un gol de penal que significa el título –brillante trabajo técnico para mezclar imágenes reales de un partido contra Independiente con imágenes trucadas– y reafirmar esa premisa que sobrevuela. La esperanza deportiva redime.
En el país de Tinelli, el régimen es parlamentario. “Los Gauchos”, cantando sobre una melodía de Roger Waters para The Wall, enumeran la miseria nacional y denuncian “los negocios de la alta suciedad” frente al Congreso. Un grupo de chicos de la calle hace coros, mientras por la pantalla van desfilando las tristes imágenes de la sociedad argentina del último semestre. A tono con el nuevo perfil divertido, pero concientizado, el informe recuerda que la Argentina tiene los mayores índices de pobreza de su historia, y “Los Gauchos” reclaman a diputados y senadores, como antes hicieron los “Taksee Boys” con los bancos o el grupo de bailanta con la Corte Suprema, en el sketch de “La cumbia suprema”.
Este país es acéfalo, y mira el pasado para buscar un alto mando. Entonces aparece el doble de Fernando, como en los mejores tiempos del Gran Cuñado, y el palo se lanza vigoroso contra el bufón que siempre confunde las puertas de salida. Freddy Villarreal confirma la buena dote de su imitación, alelado y confuso, pero hasta un poco simpático. YTinelli, flamante editorialista en su país, difiere su reclamo para todos lados: contra el ScotiaBank y las dos Cámaras del Parlamento, contra la Corte y los corruptos. El clip del tema de Alfredo Casero “Shimauta” y el de la “Cumbia Suprema” son recorridos eficaces y graciosos por todo el espectro de culpables, desde De la Rúa hasta la cúpula judicial, a tono con el presidencialismo en extinción: donde se suceden de a cinco en poco más de un mes, no merecerían ni siquiera la cargada.
El país de Tinelli concibe un único nicho de progreso rápido e ilimitado, como en los mejores tiempos: las Bandana. Las fans devenidas en ídolos participan de El sueño de Marcelo, y después cantan en el estudio y consagran a la tele como único jurado y tribunal creíble. Ya no los cantantes de otros tiempos, ya no las caras conocidas. El saludo, el halago y el beso del conductor se dirigen a las famosas repentinas, sin manchas y con todo “el futuro por delante”. La tele proclama ganadores y habilita la única prosperidad en su país. Las Bandana adhieren al 100% Argentino con las consignas de sus canciones: fuerza, garra, todavía es posible.
En el nuevo “El show de Videomatch” no existen los chivos y todo se maneja por canje, entendido como variante televisada del trueque, como anticipó Tinelli en la entrevista que publicó Página/12 el jueves pasado. Las risas de “La Enana” (Marcela Feudale) se disipan en un segundo plano, y la barra de amigotes, en la mala, apoya, pero no abruma con las carcajadas de antaño. Apenas un momento, la cámara oculta intenta reivindicar el pasado con la broma pesada a la vedette (Mónica Ayos), pero en el país de hoy de Tinelli queda poco lugar para cargadas de las de antes, y entonces la de José María sale un poco inconsistente, a las apuradas y muy poco verosímil. Ayos agradece en el estudio, desmotivada, y ya no tiene derecho al premio compensación, electrodoméstico que antes coronaba el gaste, como si todo el programa se basara en sostener hasta el extremo una premisa: “Líbranos de cualquier ostentación”. Sale el pum para arriba y entra la cacerola, aunque en tres semanas empieza el Mundial y, en el país de Tinelli, nunca se sabe.