Dom 08.05.2005

ESPECTáCULOS  › DE FERIA EL ESCRITOR FRANCES DANIEL PENNAC HABLA SOBRE LA LECTURA

“Leer es un acto nutritivo”

El autor de Como una novela no les teme a El Código Da Vinci ni a la TV y dice, a contrapelo de todos, que “el verbo leer no admite el imperativo”.

› Por Silvina Friera

La biblioteca de Daniel Pennac es como una dentadura a la que faltan varias piezas: los libros que presta a sus alumnos. “Si la lectura es un acto de nutrición, es natural que no se devuelva el alimento que se come”, dice en la entrevista con Página/12. El escritor y profesor francés llegó a Buenos Aires el lunes a la mañana, participó de un diálogo abierto en la Feria del Libro a la tarde, y a la noche regresó a París. Estuvo menos de doce horas, pero le alcanzaron para hablar de su pasión por la lectura, uno de los temas por lo que se hizo conocido en el mundo desde que se publicó Como una novela (Norma). En este libro, a contrapelo de los discursos en boga, el escritor sostiene que el verbo leer no tolera el imperativo, que no hay que incriminar a la televisión, ni a la modernidad, ni a la escuela, pero critica que el placer por la lectura no figure en los programas escolares, o que la enseñanza de la literatura mantenga una distancia respetuosa con los libros. “En mi trabajo como profesor yo me ocupo de chicos a los que se los convenció de que no comprenden porque son idiotas –señala Pennac–. Mi tarea es reconciliarlos con la naturaleza de ese primer placer original: el pasaje del signo al sentido.”
–En Como una novela usted critica la pedagogía cuando dice “¡qué pedagogos éramos cuando no nos preocupábamos por la pedagogía!”
–Me puedo permitir criticarla porque soy profesor, y si la cuestiono es por los estropicios que ha dejado. Cuando hay un niño que no entiende, yo le explico una vez, una segunda y una tercera. No se lo voy a explicar una cuarta porque el problema está en mi explicación y no en él; tengo que encontrar otra forma de hacerle entender. La pedagogía no es una ciencia exacta, consiste en pasar el tiempo que sea necesario hasta encontrar la solución idónea para que ese niño en particular me entienda.
–¿Por qué no hay que incriminar a la televisión o a Internet como enemigas de la lectura?
–La mayoría de los que plantean este temor son personas que tienen una biblioteca en sus casas, que convive perfectamente con la televisión o la computadora. La televisión es una verdadera catástrofe si solamente hay eso en la vida de una persona. El gran problema contemporáneo es si la sociedad quiere ciudadanos consumidores o pensantes. El gran miedo es que estamos creando niños clientes y no cultos. Los chicos son blanco del consumo en todos los campos: la vestimenta, la alimentación, el ocio, la cultura. Y éste es un verdadero vuelco de la civilización porque para un profesor como yo, ocupado en instruir a los niños, en enseñarles a desarrollar un espíritu crítico, mi rival es el consumo, que no se dirige a satisfacer sus necesidades sino sus deseos; mientras tanto, yo, que estoy apelando a sus necesidades fundamentales, requiero la extraordinaria lentitud del aprendizaje de la lectura.
–¿Qué se puede hacer para revertir esta tendencia del niño-cliente?
–Los chicos no están solos en la vida, tienen padres que son ejemplos para ellos. Lo que a mí me divierte es cuando padres hiperconsumidores, que cambian de auto todos los años, se quejan porque sus hijos no leen. Yo les pregunto: ¿vos leés? “¡Ah, no tengo tiempo!”, me dicen.
–¿Por qué los padres ponen tantas expectativas en la escuela?
–Confían a la escuela cosas que ellos no son capaces o no tienen ganas de hacer. Un padre me contó que a su hijo de trece años le faltaba madurez. Entonces yo le contesté que la solución era simplemente esperar. Se fue contento con mi respuesta, y por la ventana lo veo que se va en una... ¡patineta! (risas). Los estragos de la sociedad mercantil todavía no son suficientemente grandes, pero ya van a llegar. Una sociedad que quiere transformar a los niños en clientes, que se basa solamente en sus ganas de consumo, forzosamente es criminal. Para compensar esta pulsión de consumo, hay que volver hacia el saber.
–¿A qué atribuye que se diga que cada vez se lee menos?
–En estos últimos cincuenta años hubo una real democratización de la escuela y en consecuencia cada vez más lectores. Esta idea de que se lee menos es la expresión de un miedo; tenemos miedo de que la sociedad que nosotros estamos construyendo haga de nuestros hijos consumidores y no seres reflexivos.
–¿Qué ocurre con los libros? ¿También están pensados para satisfacer los deseos de los clientes-consumidores?
–El Código Da Vinci es un tipo de literatura pensada para gente que no lee. Si como profesor encuentro a un chico que lo está leyendo, estoy contento de que lo haga. Cuando considero que eso es lectura, me remito a ese placer inicial del pasaje del signo al sentido. A partir de esa lectura, lo puedo llevar hacia la verdadera literatura.
–Pero muchos opinan, contrariamente, que empezando con un libro como El Código Da Vinci resultará difícil que se lo pueda llevar a la literatura.
–Eso no es cierto, es sólo un prejuicio. Es demasiado fácil pensar que todos los que leen El Código Da Vinci son cretinos. Yo no desprecio a ningún lector. La única actitud que puede llegar a bloquear definitivamente la lectura es el desprecio intelectual: ¿cómo están leyendo ese libro? Eso es mierda en la cabeza de los guardianes del templo del saber, que consideran que “su” cultura es un capital precioso y no lo quieren compartir. Uno de los mayores crímenes del espíritu es la retención del saber; el conocimiento está para ir hacia el otro, nunca puede ser una caja cerrada. Todos los que dicen que los lectores de la mala literatura están perdidos para la buena literatura son cajas fuertes cerradas.
–Supongo que los guardianes del templo del saber en Francia no lo deben mirar con buenos ojos.
–No quiero ser amados por ellos (risas).

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