ESPECTáCULOS
› TENDENCIAS LAS MOVIDAS CULTURALES EN LOS CLUBES DE BARRIO: BAILES, SHOWS, PUBLICIDAD Y OBRAS DE TEATRO
El club del rioba, última trinchera contra lo global
Shows musicales, avisos comerciales, programas de TV y fiestas refundaron los clubes barriales después del boom de Luna de Avellaneda. Esta semana el Gobierno de la Ciudad también anunció el ciclo Teatro en clubes 2005, del que participarán, entre otros, Lorenzo Quinteros y Henny Trailes. ¿La última trinchera contra la aldea global?
› Por Julián Gorodischer
El jugador de bochas todavía está asombrado: el club no es lo que era. Ahora, por el club de barrio, desfilan los modernos de las fiestas Ruda Macho o Lima Limón o llegan las estrellas a los ciclos de Teatro en clubes. Y hasta los publicistas de Coca-Cola filman avisos que se empapan de “esa mística”. La refundación del club exige algunos requisitos: reemplazar la matrícula de socios por un sistema abierto a todo el mundo, acatar la lógica del marketing de estrellas y movileros, precios módicos y el adiós a los prejuicios. Tal vez los pioneros en redescubrir el club barrial hayan sido los chicos modernos del colectivo Ruda Macho (2001), que se acercaron al Benito Nazar de Villa Crespo para recuperar el viejo espíritu del asalto (Coca, papas fritas y piquitos). Refundaron dos cosas a la vez: el club barrial y la disco gay, con recitales, performances y números vivos.
“Es menos solemne, más distendido, sin esa cosa desagradable de las discotecas, ese maltrato, esos precios altísimos. Queríamos que la gente se soltara, dejara de posar y hablara más..., que salieran a los barrios, que se movilizaran a los lugares y costumbres de otra generación”, dice Héctor Barreiro, uno de los organizadores, en espera de habilitaciones que blanqueen la situación de estas fiestas masivas. Los Ruda Macho (autodefinidos como paqui friendly) rotaron por clubes de La Paternal, Palermo y Villa Urquiza y anticiparon lo que nos rodea: viejitos curados de espanto (por la concurrencia extraña a las fiestas), socios devenidos en fans pidiendo autógrafos a Lorenzo Quinteros, Henny Trailes o Edda Díaz, entrenados para actuar en auditorios y canchitas.
Si la apuesta de los chicos Ruda Macho, los Lima Limón y otros colectivos de organizadores de fiestas es esporádica y autogestiva, otra es la historia en el panorama teatral en clubes de barrio: aquí la revalorización del club llega desde la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad. El ciclo Teatro en clubes 2005 propone desde el jueves 19 cuatro obras infantiles y seis para adultos en River, el Italiano, Argentinos Juniors y GEBA, entre otros. Habrá presencias infrecuentes en los barrios, como las de Lorenzo Quinteros (con El resucitado), Henny Trailes (con Me permite una sonrisa...) y Javier Lombardo (con Terapia), entre otras. “Tres de los clubes (Vélez, Hebraica y el Italiano) reabrieron sus salas teatrales –asegura Gustavo López, secretario de Cultura porteño–. El club toma otra dimensión después de la crisis de 2001, cuando muchos sintieron la necesidad de identificarse con algo más cercano, tangible.” Lorenzo Quinteros disfruta de su rol de iniciador. “El que viene es un público ávido, que no va al teatro como ceremonia religiosa y no sacraliza la cosa. Son más despojados, con menos prejuicios –dice a Página/12—. Y la obra da bien: es de barracón, con muñecos, fenómenos, trombones y un tambor.”
Para el actor desocupado, el club es la manera de garantizar una fuente de trabajo. “Sucede –cuenta
Edda Díaz– que en un país empobrecido una miniempresa (yo misma) no puede competir con empresas teatrales grandes. Recuerdo que era diciembre de 2004, salía para la Costa, no tenía trabajo. Y ofrecí al Club Estudiantes llevar mi espectáculo a la gorra, Eddase una vez..., porque hay que saber adecuarse a los tiempos que corren: un sábado, en Buenos Aires, hay 800 opciones. Pero eso no quiere decir que yo no pueda seguir trabajando, aunque sea en lo under de lo under.” Para Henny Trailes, en cambio, es una forma de alejarse de otros arquetipos visitados: ni público judío identificatorio con sus idishes mammes, ni señoras paquetas que la aclamaban en librerías de Recoleta, ni uruguayos y nuevos ricos de sus giras por Miami. “Son vecinos, familiares, fans de Floricienta; es un reto.”
El ex club venido a menos se convirtió, de pronto, en un emblema del marketing publicitario, tal vez ayudado por dos hitos: el aviso Yupanqui para Coca-Cola (de la agencia Agulla & Baccetti, 2002) y la película Luna de Avellaneda (2003). Fue la irrupción del factor emotivo, el manto de lo sensible sobre las ruinas, el minuto en que el club perdedor se igualó a otros mitos del nacionalismo (bandera, mate y barrio) y el publicista encontró tema para rato. Yupanqui consagró al creativo Maxi Anselmo, el hombre de la gran idea, gracias a una historia épica invertida que volvió héroe a uno de los últimos de la tabla y con menos hinchas. Todavía hoy Coca sigue explotando el fenómeno en su último aviso: el hincha versátil lleva escudos de todos los equipos y el del club con menos hinchas en el lugar más íntimo, el calzoncillo. Gracias al boom publicitario, el Yupanqui renovó baños, sala de teatro y sala de ajedrez; sus directivos siguen celebrando.
“Hay un antes y después del aviso de Coca-Cola –cuenta Gerardo Giovane, del Yupanqui–. Después del aviso y la película, no es casual que haya salido la condonación de deudas y exención de impuestos para clubes. Podría haberse tomado todo este asunto de la publicidad para la cargada y, sin embargo, se tomó para el afecto. Antes se quería al Sacachispas, hoy se lo lleva en el corazón a Yupanqui.” Dirá el creativo Maxi Anselmo que catalizó algo que estaba en el aire: “El guión es como si fuera un documental: una metáfora de la Argentina, con un equipo de fútbol que se esfuerza para crecer, pero siempre está en el mismo lugar”. ¿Es el club el espacio ideal para repensar una identidad porteña emergente? Antítesis del no lugar, opuesto a los emblemas espaciales de los ’90 (el shopping y el aeropuerto de la convertibilidad), el club restituye el vínculo como una reacción leve contra la aldea global. Así era el club Luna de Avellaneda de Juan José Campanella (ver recuadro) que generó el boom. Aunque también vuelven otros vicios narrativos: el cotilleo de socios contra el/la diferente, la sensiblería ante “la chica pobre que por fin puede estudiar danza” (según denunció del film el mítico Adolfo Aristarain) y el cliché del sueño argentino revisitado en su formato más eficaz desde los castings de Popstars.
Clubes redescubiertos por productores de TV se ponen al servicio de programas como Los Roldán e Historias de sexo de gente común para funcionar como comedores, alojar equipos y hasta filmar escenas ahora que las tramas se mudaron de Palermo a Chacarita y La Paternal. Y dueños y directivos celebran el fin de la agonía. “El socio histórico ya no existe más –asegura Antonio Macarini, directivo del Villa Malcolm–; cambió el habitué. El club no vive del socio, sino de los alquileres. Quedan dos fundadores históricos vivos: Julián Resano y otro socio del año ’34. Pero sólo vienen a los asados.” Por algún motivo, los nombres históricos de los clubes (Fénix, Progreso...) prefiguraban la función de los clubes en 2005. Pero, de todos, el Resurgimiento es de una literalidad aterradora. Ni la fábrica recuperada ni la salida del default condensaron este optimismo exacerbado, casi maníaco. “Lo creamos en las asambleas de 2001: tomábamos el edificio o íbamos por las buenas. Hoy tenemos 48 actividades deportivas culturales sin cuota –dice Lucas Cerantes, directivo del Resurgimiento–. La tendencia es a suprimir el concepto de socio.” Para Carlos Layse, del Club Arquitectura, “la clave es abrir el club a la comunidad, a los vecinos de Villa Pueyrredón. Les hemos prestado el club a centros de jubilados, asociaciones comerciales, grupos de teatro, estudiantes. El año pasado vinieron cinco Leonas a jugar contra el equipo de hockey y fue un partido-show con más de 500 personas”.
Más atractiva que la oferta para llorar y emocionarse es el nuevo rol de los clubes en reemplazo de la disco clásica. En su pequeño ensayo Disco vs. salón, el crítico Nicolás Artusi destacó el contraste siempre resumido en pares de opuestos: música/ruido, diálogo/pose, pecera/mar abierto. Leído en voz alta en algunas fiestas de los clubes, el texto-manifiesto resumió la batalla. “En general a los dueños les gustaba la Ruda Macho. Pero en el Fénix nos quisieron pegar: habíamos roto un inodoro.” Los Ruda Macho reflotaron el espíritu de fiestas de los ’80, con performances de Gabriela Bejerman, intervenciones en los baños y vendedores ambulantes sin ropa. En la era post Cromañón reclaman agilizar inspecciones y facilidades impositivas. “Y mientras tanto –sigue Barreiro–, la fiesta tendrá que esperar.”
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