La película Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella, generó un record de público que se trasladó a la refundación de los clubes barriales. Después de ver a Ricardo Darín y Mercedes Morán llorar por la conversión del Luna... en casino, muchos clubes aumentaron su matrícula. Pero también surgieron, este año, voces críticas, como la de Adolfo Aristarain, que nunca –según dijo– caería en el golpe bajo de mostrar a la niña pobre que no puede tomar una clase de danza. La de Campanella está plagada de momentos emotivos: el tirado que se pone las pilas, la nenita de enfrente que por fin es aceptada, la comunidad reunida que decide recomenzar de cero. Elogiada por su llegada a las masas, pero aun así vapuleada, Luna... prefiguró un fenómeno social: clubes llenos a la hora de la milonga o la fiesta pop, clubes rentables después de vender el producto o rentarse a la producción de TV. “La debatimos mucho, pero no llegamos a un acuerdo –dice uno de los dueños de clubes–. De última, el club original se convierte en un casino. Y eso no ayuda.”