Mar 24.05.2005

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A BEBO VALDES,
UN “CABALLON” QUE HACE MAGIA CON EL PIANO

“Puedo morir mañana, pero lo que hago va a quedar aquí”

El reconocimiento le llegó tarde, pero eso no es problema para el excepcional pianista cubano. “Yo no creo que tenga esperanzas de un futuro: el futuro mío es hoy, cada día que me queda de vida”, dice el músico, que prepara un nuevo repaso de la música de su país, solo al piano.

› Por Karina Micheletto

Vaya una historia de película: uno de los pianistas más importantes de Cuba se exilia un día de la isla y, luego de un breve paso por México, se enamora y se recluye en Suecia. El pianista se emplea allí como concertista de un hotel, toca en un ballet, forma una familia, sueña con comprar una casa. Pasa sus días inadvertido por el gran público, se imagina destinado a una vida hogareña y tranquila. Así va cumpliendo años. Hasta que un día alguien lo llama por teléfono y le dice que cómo puede ser, que vente a grabar conmigo. El pianista pasa tres días sin dormir para llegar a componer lo que le piden. Sale Bebo rides again (Bebo cabalga de nuevo), con Paquito D’Rivera, y el músico en cuestión no imagina hasta qué punto sería apropiado el nombre de su disco. Un productor fija su atención en él para la filmación de una película, Calle 54. Pronto, a los 85 años, el pianista negro protagoniza un fenómeno de ventas con un disco que mezcla música flamenca y música cubana. El hombre en cuestión es Bebo Valdés, Caballón, según su apodo, por su imponente figura. Desde aquel fenómeno que fue el bellísimo Lágrimas negras, junto al cantaor Diego el Cigala, a Bebo no paran de ofrecerle conciertos y nuevos discos. Pero él seguirá trabajando con quienes “lo lanzaron”, dice, Fernando Trueba y Nat Chediak. Así graba Beautiful music, junto al violinista uruguayo Federico Britos, y participa de la película El milagro de Candeal, junto a Carlinhos Brown y Marisa Monte, donde cumple un sueño, conocer Salvador de Bahía. Y también concreta un proyecto ambicioso, Bebo de Cuba, un enorme homenaje a ritmos cubanos del ’40 y ’50 como el son, el bolero, el mambo, la guaracha o el bembé, recientemente editado en la Argentina.
Por este disco (en rigor dos discos reunidos en uno más un DVD, ver aparte) Bebo Valdés ya recibió el premio al Mejor Album de Jazz que entrega la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música de España, además del premio al Mejor Productor Artístico, por el trabajo de Trueba. En diálogo telefónico con Página/12, el pianista y compositor se remonta a las épocas de Tropicana, aquel cabaret símbolo de Cuba donde Valdés empezó a hacer historia al frente de su orquesta, con vocalistas como Beny Moré.
–¿Qué cosas añora de Tropicana?
–Los jardines... Dicen que no es igual ahora, pero, ¿sabe lo que eran aquellos jardines? Tropicana fue la joya más linda entre todos los cabarets. Por allí pasaba lo mejor de la música, artistas de todos los lugares del mundo, y lo mejor de la técnica. Allí se pusieron las primeras luces en contra, es decir, dando desde abajo hacia arriba del escenario. También aparecieron las primeras vedettes, muchas cosas nuevas que no había en Cuba. Por aquellas épocas, entre el ’30 y el ’40, conocí a músicos maravillosos de todo el mundo. Entre ellos a un argentino recordado: Armando Discépolo. Creo que fue en 1944 que él fue a dar una audición en Radio Mil Diez de La Habana, cuando yo trabajaba en esa emisora. Qué genial ese hombre, cómo plantó aquella frase: “El mundo fue, es y será....”
–... una porquería.
–Eso lo dice usted. Yo no lo quiero decir. ¡Va en contra de mi pensamiento! (Suelta una risotada.)
–¿Cómo es eso?
–Que yo no lo digo. Que para mí el mundo no es una porquería. Conmigo ha sido de lo más amable. Yo sigo disfrutándolo, y sobre todo aprendiendo. Nunca se es tarde para aprender, se necesita la vida entera, y viviendo dos o tres o cuatro vidas, igual se seguiría aprendiendo. Qué bueno es eso, ¿verdad?
–Antes de Lágrimas Negras usted estaba como apartado en Suecia. Ahora todo el mundo lo reconoce y lo busca para grabar y dar conciertos. ¿No lo siente un poco injusto?
–Esto se lo debo a mis amigos Fernando Trueba y Nat, ellos fueron los que me lanzaron, y con ellos sigo trabajando. Pero, sabe una cosa, tengo un sistema en mi vida: no odio a nadie. No soy político, y las decisiones que tomo son mías y de nadie más. No me gustan los dictadores de izquierdas ni de derechas, no son buenos para ningún pueblo. Y amo a dos hombres del siglo veinte que han ofrecido su vida por sus pueblos. Estos dos hombres han ganado guerras contra el imperio sin tirar un solo tiro: Mahatma Gandhi y Nelson Mandela. Ellos mostraron que, aunque tuvieran que morir o pasar años presos, estuvieron capacitados para dar su vida por su pueblo.
–¿Ellos son sus referentes políticos?
–No, porque no son políticos. Yo no creo en los políticos. Gandhi y Mandela son hombres que tienen ideales y ofrecen su vida por ellos. No quieren venganza, aman a la humanidad, entregan su propia vida por hacer más libre la de los otros. Eso no es un político.
–Su hijo Chucho decidió quedarse en Cuba y durante mucho tiempo no pudieron verse. Ahora, cuando se juntan, ¿hablan de la posibilidad de volver a vivir en el mismo lugar?
–Bueno, la vida nos ha llevado adonde estamos. Cuando yo me fui de Cuba, Chucho tenía más de diecinueve años, era mayor de edad, y él decidió sobre su vida. Como todos mis hijos, él decide y hace lo que se le da la gana: yo soy su padre, pero somos personas distintas. Así funcionamos y no nos metemos en las decisiones del otro, pero si él necesita algo o me pide un consejo, siempre voy a estar ciento por ciento con él. Eso sí: no hablamos de política, jamás. Con ninguno de mis hijos.
–¿Qué cosas aprendió del flamenco y de la experiencia de meterse en el mundo gitano?
–Del flamenco ya sabía algunas cosas porque tiene puntos en común con la música cubana, y yo he tocado con compañías españolas, las he acompañado, y también con algunos gitanos, hasta he estado en tablaos flamencos. No sabía todo –porque además, hay cosas que no están escritas, que se transmiten por tradición oral y se van pasando de generación en generación–, pero sabía algunas cositas. Yo le dije al Cigala: “Yo no voy a ser un gitano, tú no vas a ser un cubano. Tú vas a ser quien tú eres y yo seré quien soy. No cambies de estilo ni imites a nadie, eso será lo valioso.” Así se hizo, y así salió el disco.
–¿Imaginó un éxito como el que tuvo Lágrimas negras?
–¡Nunca! Pensé que iba a ser bien recibido, claro, porque es una cosa muy bonita, pero nunca pensé en un éxito a nivel internacional como éste. Cuando empezamos a hacer este trabajo no pensábamos ganar un centavo. No lo hicimos por la paga, lo hicimos por amor a la música.
–¿Qué proyectos tiene pendientes, qué cosas le quedan por hacer en la vida?
–Yo no creo que tenga esperanzas de un futuro: el futuro mío es hoy, cada día que me queda de vida. Esto, en líneas generales, vale para todos, pero para mí más, porque tengo 87 años, puedo morir mañana, pasado, cuando quiera Dios. Eso no es lo que importa, he vivido bastante. Lo único que pido para mí es eutanasia: una muerte suave y sin dolores, no morir enfermo, no tener sufriendo a la mujer, los hijos, los nietos, los amigos... Si me muero, ¡pum!, sentado, listo, se murió. ¡Eso sí que sería bueno!
–Su abuela murió a los 109. ¿No cree en la herencia longeva?
–Ella nació en una otra época. No había bacterias en los lagos, aviones metiendo ruido, chimeneas soplando, no había bomba atómica. Ella nació en el 1800 y pico, era de otro siglo, de otro mundo.
–Igual, no le creo que no tenga planeado nada, que no piense seguir haciendo música.
–¡Cómo dice eso! Ya tengo mi próximo disco: un piano solo tocando toda la gama de música desde que Cuba es Cuba. Empiezo con la música clásica cubana, de criollos y españoles, con la habanera, y sigo con todo lo que sonó desde ahí para acá. Eso es lo que hice y pienso hacer hasta que muera, ¡ahí tiene! Están todos los autores, todavía más viejos que yo, y lo dejo hecho para que otros lo continúen. Me puedo morir mañana, OK, pero eso va a quedar aquí. Para eso lo hice.

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