ESPECTáCULOS
› LA VELA PUERCA PRESENTA EL NOTABLE “A CONTRALUZ”
“El boca a boca fue increíble”
De a poco, los uruguayos se convirtieron en amigos de la casa: el año pasado arrancó con el Cosquín Rock y siguió en noviembre con un caliente show en Obras, donde ahora agotaron con facilidad tres funciones.
› Por Cristian Vitale
Llegó el tiempo en que La Vela Puerca tiene entre sus seguidores a pibes que chapean al grito de “Yo los iba a ver cuando éramos 30”. Se trata de pequeñas leyendas a menudo jactanciosas, pocas veces genuinas, que automáticamente se generan cuando un fenómeno crece enormemente. El “Yo estuve ahí”, sin embargo, opera como prueba de fuerte pertenencia, en este caso a una banda que pisa fuerte como una más entre las no muchas populares de la región. Y cuando algo así sucede, importa poco que sean uruguayos, peruanos o austríacos. “Por más que sean doscientos los que lo dicen, es cierto que empezamos de muy abajo. Hace siete años tocábamos para treinta locos en el Salón Pueyrredón y era todo un acontecimiento. Hoy disfrutamos haber hecho las cosas de esa manera”, responde el carismático cantante Sebastián Teysera, factótum del encantamiento que produce La Vela show a show. “Curtir el under a pasitos firmes era la única forma de que nos creyeran, y no caer como paracaidistas mediáticos sacando la bandera de que acá en Uruguay llevábamos mucha gente. El boca a boca fue algo increíble, porque hizo que crecieran la gente y la banda al mismo tiempo”, prosigue.
Entre aquellas incursiones casi anónimas y el presente, hoy median tres discos muy distintos entre sí y más de un lustro de crecimiento popular. A una semana de haber metido 14 mil personas en el Velódromo de Montevideo –“fue una demencia, hacía un frío polar terrible”, cuenta Teysera–, La Vela ancla en Obras para presentar por segunda vez (hoy, mañana y pasado) el estupendo A contraluz, editado en octubre de 2004 por Surco Records, el sello de Gustavo Santaolalla. “Hay un disco en la calle y es un gran pretexto para seguir tocando”, resume este cantador de historias, con talante de callejero mal entretenido.
–Pese a temas como Haciéndose pasar por luz, con A contraluz rompieron el estigma de banda-de-reggae-ska. Hay mucha canción, mucha metáfora, algo dramático y sutil también. ¿Existe una categoría musical que defina lo que intentan transmitir hoy?
–Creo que aprendimos a tocar un poquito mejor y cada uno abordó las canciones desde sus propias influencias. A contraluz es mucho más guitarrero que los anteriores: los vientos pasaron a segundo plano y las canciones nos exigieron otro tipo de música. Desde lo lírico, por ejemplo, las letras son más introspectivas y de pronto no tan alegres. Las canciones nos pedían que hiciéramos un disco un poco más denso, más oscuro. De hecho, fue un gran desafío no repetir la fórmula de De bichos y flores que, si bien sabíamos que funcionaba, era como ofrecer lo mismo y, por lo tanto, aburrir. Podríamos haber roto más los esquemas, onda “la gran fabulosos calavera” pero no nos pareció justo. Hicimos un mix entre lo que la gente esperaba de nosotros y lo que nosotros queríamos dar.
–¿Por qué este vuelco sombrío en algunas canciones, como Claroscuro o Sin palabras?
–No es que yo esté más triste o algo así, pero me han pasado muchas cosas en la vida personal, y creo que llegué a tener la valentía de poder expresar y volcar en una canción esos sentimientos personales. Antes componía sobre situaciones que se daban de afuera para adentro, ahora es al revés.
–¿Cuán central es Gustavo Santaolalla para la banda? ¿Podrían independizarse de él?
–Las decisiones de la banda, el día por día, es muy nuestro. No se consulta demasiado. La historia, sí, es adentro del estudio, donde él es el capitán. Yo no me animaría a producir un disco de La Vela ni en pedo, es muy difícil mirarse por fuera o llevar a buen puerto una banda de ocho personas adentro de un estudio. Sería un caos meternos en un estudio si no estuviera él comandando el barco, manejando los tiempos y, psicológicamente, sacando lo mejor de uno.
–Llevan diez años y editaron tres discos, parecen poco prolíficos en este sentido. ¿Cuáles son las razones?
–Hay varias... una es que De bichos y flores terminó siendo editado en Alemania, Suiza, México y Austria y para nosotros es fundamental ir a tocar allí, más allá de que la gente pueda mirar un video por TV. Tuvimos que trabajar bastante para llegar a esos países y este proceso requirió un montón de tiempo.
–¿Pero no son un poco vagos para trabajar en estudio también?
–(Risas.) Sin duda nos sentimos como en casa cuando tocamos en vivo, y es cierto que en el estudio la cosa se nos hace más difícil, porque no estamos acostumbrados. El estudio es la antítesis del vivo, es súper frío, se te ven todos los granos y los puntos negros. Es bastante cruel escuchar los horrores que uno a veces comete.
–¿Cuán lejos y cuán cerca se sienten de la tradición sonora rioplatense? A veces parecen insertarse en un camino que otros vienen recorriendo hace años y, otras, tratando de generar algo distinto.
–Nos sentimos identificados con la tradición desde el momento en que abordamos canciones que son muy folklóricas o murgas. Pero es cierto que el eje se corre a veces hacia ritmos jamaiquinos un tanto distantes. Aunque las letras, la manera de escribir historias, son muy propias del Río de la Plata. Intentar lograr emocionar a la gente con la letra de una canción es una costumbre bien rioplatense. A lo mejor, la ruptura va por el lado del ska, porque nosotros fuimos casi los primeros en hacerlo en Uruguay. Igual, al considerarnos una banda de canciones más que de un estilo definido, nos hemos metido en bailes muy extraños.
–Mucha gente se maravilla ante su carisma. ¿Cómo toma esto el resto de la banda?
–Es que nosotros no somos compañeros de laburo, somos amigos. Acá no existe la cosa del ego, de la competencia. Diría que es al revés, porque todos buscamos incentivar la idiosincrasia del otro. Entonces, mi rol es como el de todos. Para adentro, soy un igual.