ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON ADOLFO ARISTARAIN EN EL RODAJE DE “LUGARES COMUNES”
“Nunca me propuse salir del policial”
Después de cinco años sin filmar, el director de “Martín (Hache)” está otra vez detrás de las cámaras. Su nueva película se titula “Lugares comunes”, es una historia de amor y está protagonizada por su actor de siempre, Federico Luppi, acompañado por la española Mercedes Sampietro.
› Por Oscar Ranzani
Después de cinco años de ausencia de los sets, Adolfo Aristarian volvió a decir “luz, cámara, acción”. Está en Buenos Aires rodando Lugares comunes, su décimo largometraje, que piensa estrenar en octubre, después de su lanzamiento internacional en el Festival de San Sebastián. Al igual que en otras producciones anteriores, el director de Tiempo de revancha es el autor del guión, junto a su mujer Kathy Saavedra. Lugares comunes es una coproducción argentino-española y surgió de la adaptación de la novela El renacimiento, cuyo autor es Lorenzo Aristarain, primo del director. Federico Luppi es nuevamente el protagonista (ver aparte), al frente de un elenco encabezado por la actriz española Mercedes Sampietro e integrado, entre otros, por Arturo Puig, Carlos Santamaría, Valentina Bassi, María Fiorentino, Osvaldo Santoro y Pepe Soriano.
Aristarain cree que Lugares comunes es, ante todo, “una historia de amor”. Un amor de personas ya entradas en años, que sufren los avatares de la crisis argentina. Fernando Robles (Luppi) es un porteño de sesenta años que vive del profesorado de literatura. Está casado con la española Liliana Rovira (Sampietro), unos años menor que él. Tienen un hijo, Pedro (Santamaría), que vive en España. Pedro ha renunciado a la literatura, su verdadera vocación, para dedicarse de lleno a la computación que le reditúa mucho más. Esta decisión provocará un conflicto con su padre. Pero el mundo de Fernando se desploma cuando el Estado lo obliga a jubilarse y tiempo después su mujer pierde el empleo de asistente social en barrios carenciados. La crisis económica los golpea con dureza y, como no consiguen trabajo, se ven obligados a vender su departamento. Reciben en parte de pago una chacra en Merlo, San Luis, adonde se van a vivir con la idea de explotar una plantación de lavanda.
“En esto del cine es muy difícil que filmes cuando querés”, reconoce el director en diálogo con Página/12 refiriéndose a su largo alejamiento de las cámaras. “Realmente filmás cuando podés. Y siempre hay proyectos que se te meten en el medio, cosas en las que te enganchás y vas perdiendo tiempo. Cada proyecto en el que arrancás, preparás, arreglás guiones, hacés la preproducción, luego te encontrás con que te llevó más de medio año. Después se pinchan y te quedaste sin nada. Además no te ofrecen cosas porque en el momento que se sabe que vos estás preparando un proyecto ya saliste de circulación y dicen ‘Adolfo está con un año y medio o dos con un proyecto’. Y eso se va haciendo una cadena. Así que fue un poco por eso”, explica. Aristarain reconoce que también estuvo con un proyecto para la televisión española “que no salió y en el que estuve trabajando más de medio año y después se pinchó. Y además estuve con un proyecto mío que lo paré porque no me salía el guión. Hasta que a mediados de julio del año pasado arranqué con esto”.
–¿Qué mantuvo y qué modificó de la novela original?
–Muchas cosas. Como siempre cuando adaptás una novela buscás que el guión tenga una dinámica distinta a la de la historia escrita. Sería muy largo de explicar qué se mantiene y qué no. Pero cuando te basás en una novela te preocupás, por lo menos, por mantener su espíritu. La leí y encontré puntas que funcionaban bien para armar una historia.
–¿Cómo se hace para contar una historia de amor sin caer en el melodrama?
–No lo sé, tratando de evitar todo lo que sea melodramático. Está concebido pero el mecanismo no sé cómo explicarlo. A mí no me gusta nada lo que sea subrayado, lo que sea melodrama, lo que sean trampas para el espectador. Quiero conseguir emoción en base a que los espectadores se vayan metiendo con los personajes y con las situaciones que viven sin que haya golpes bajos ni cosas de efecto que uno sabe que funcionan pero que yo me resisto a usarlas.
–En su cine usted siempre habló de la realidad argentina. En Lugares comunes seguramente eso podrá verse, por ejemplo, en el tema del desempleoy en la visión de un Estado que no funciona. ¿Qué lectura política puede hacer de la película?
–En realidad, no es una película social. Indudablemente, si contás historias con personajes que viven en el Buenos Aires o en la Argentina de hoy, indirectamente tenés que mostrar el medio en el que viven y cómo viven. No es más que eso lo que refleja Lugares comunes: cosas que sabemos. Es decir que la jubilación es una estafa; o sea que el tipo que aporta, se jubila y no le alcanza el mango para vivir. O los recortes que hace el Estado. Es decir, cosas que son muy conocidas por todos.
–Una de las características sobresalientes de muchas de sus películas es la marginalidad. ¿Está presente en Lugares comunes?
–Yo nunca traté, en realidad, el tema de la marginalidad como se lo entiende comúnmente, sino que hablé de personajes que están al margen de un sistema. En este caso, cuando al tipo lo jubilan de prepo es como que lo dejan al margen. Lo excluyen del sistema. Por ese lado, sí.
–Usted tiene una relación de enemistad con la música en el cine. ¿Cómo será en este caso?
–Igual. Va a haber muy poquita música. La poca que va a haber será la que escuchen los personajes. A mí no me gusta el comentario del autor. Creo que es un subrayado y es redundante. Trato en lo posible de no usarla. La relación es muy conflictiva. A veces ves realmente que la música funciona. Pero siempre es un subrayado. Es como meter de cabeza a la gente en una emoción determinada que se quiere provocar. A mí me da la sensación de que cuando no se consigue provocarla con el hecho dramático que se está viendo se necesita de la música para meter al espectador. Entonces, si lo hiciera, sentiría que estoy trampeando.
–¿Se podría decir que, a lo largo de su trayectoria, tuvo una etapa de policiales y hay una nueva donde están presentes los conflictos familiares y los afectivos?
–No, eso lo pueden decir los críticos. Yo nunca lo siento como etapas. Siempre fui haciendo las historias que se me iban ocurriendo sin pensar si pertenecían a un género o a otro. No puedo hablar de una etapa del cine policial porque no lo descarto. Por ahí, mañana se me cruza una buena historia policial y la hago encantado. No voy eligiendo ni géneros ni nada por el estilo. Gracias que se me ocurren historias potables. Y si están dentro de un género, bienvenidas. Nunca me propuse salir del policial o volver a entrar. Simplemente, si se me ocurre una historia le meto para adelante.
–¿Qué función social puede cumplir el cine en momentos de crisis como los que vive actualmente la Argentina?
–Varias funciones. En primer lugar, entretener, que es la primordial. La gente va al cine a entretenerse y a pasar un buen rato. Y luego, puede mover a la reflexión. Permite identificarse y saber que uno no está solo, que hay gente que piensa o que siente y que le pasan las mismas cosas que a uno. Fundamentalmente, eso. Hay gente que vive tus mismos problemas o que entiende tus problemas.
–El cine argentino está atravesando un momento particular. Al surgimiento de nuevos directores, como Lucrecia Martel o Lisandro Alonso, se le suman películas que tienen proyección internacional como Nueve Reinas o El hijo de la novia, por ejemplo. ¿Usted ve una evolución?
–El cine no se puede englobar. No se puede hablar del cine en conjunto, sino que hay momentos en que aparecen buenas películas. Hay buenas películas que trascienden y que se pueden vender afuera y otras que solo tienen trascendencia aquí dentro del país. Hay películas buenas y malas. Pero esto ha sido, más o menos siempre igual. Siempre han habido muchos directores jóvenes. Históricamente este país ha tenido una proporción muy grande, la más grande de directores debutantes. O sea que esto tampoco es nuevo. Pero creo que se da siempre. Hay películas de nivel profesional, de nivel industrial y películas que son amateurs. No veo que haya nada distinto a lo que ha sucedido siempre. Obviamente, con losvaivenes característicos de esta industria: con más o menos medios. Hay épocas en que hay apoyo del Instituto de Cine y otras veces ese apoyo es escaso. Más o menos, esto siempre se ha ido repitiendo.
–Usted dijo una vez que los actores no componen los personajes sino que hacen de ellos mismos. ¿Cómo es eso?
–La idea es que el actor no tenga que inventar un personaje. O si inventa un personaje, que sea él mismo metido en la piel de ese personaje. Lo más sencillo y, a la vez, lo más difícil es que los actores no actúen. O sea, que sean ellos mismos.
–¿Como en el naturalismo?
–Tampoco es naturalismo, porque el cine no es naturalista. El cine es un mecanismo que no tiene nada que ver con el naturalismo ni con el realismo. Es una mecánica muy particular y muy engañosa donde en los diálogos parece que los actores hablaran como hablamos nosotros todos los días. Y no, en realidad, hablan mucho más sintéticamente pero auditivamente tienen que dar la sensación de que están hablando como hablamos nosotros ahora. Y uno utiliza muchísimas más palabras de las que se usan en cine. Pero tenés que encontrarle esa vuelta para que parezcan naturales sin serlo. Y en la actuación es igual. Tiene que parecer natural pero no lo es, porque hay mucha mecánica metida en eso.
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