ESPECTáCULOS
› RETRATO DE FRANÇOIS OZON, UN CINEASTA
DISTINTO EN CADA PELICULA
El “enfant terrible” manierista
A los 38 años, ni uno solo de sus nueve films dejó de estrenarse en los festivales de Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián. En Vida en pareja, François Ozon desafía al tiempo y narra retrospectivamente una fracasada historia de amor a partir del momento en que se consuma el divorcio.
› Por Horacio Bernades
Septiembre del 2004: Vida en pareja es una de las cartas fuertes de la delegación francesa en la muestra competitiva del Festival de Venecia. Director: François Ozon. Mayo del 2005: Le temps qui reste logra muy buena repercusión tras su presentación en Un Certain Regard, la más importante muestra paralela del Festival de Cannes. Director: François Ozon. ¿Cuántos cineastas de primera línea pueden darse el lujo de estrenar dos películas sucesivas en sendos festivales internacionales clase A, con diferencia de meses? Algunos hay. Quizá media docena. Para François Ozon no es ninguna novedad: desde su debut en 1998 con Sitcom, raramente perdió la regularidad de una película (o dos) por año. Ni una sola de esas películas dejó de verse en Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián. Pero hay más: si algún colega logra empatarle la cifra de concurrencia a festivales, casi ninguno llega a tener la repercusión que este niño mimado consigue a la hora de estrenar sus películas en salas comerciales, se trate de París o de Nueva York, de Tokio o Buenos Aires. Prestigio crítico y popularidad, chapa de auteur sumada a importantes recaudaciones: a los 38 años, François Ozon parece haber dado con la fórmula del éxito.
¿Pero quién es este hombre que antes de los 40 parece haber alcanzado el cielo al que muchos aspiran? Nacido en París en 1967, Ozon cursó estudios de cine en la Femis, la famosa escuela estatal de cine, y muy tempranamente dio signos de la precocidad e hiperproductividad que lo caracterizarían de allí en más. Tras un primer cortometraje realizado a los 20 años, en una década produjo nada menos que una veintena de cortos y mediometrajes, pasando del súper 8 al video, del video a los 16 mm y llegando finalmente al formato profesional de 35 mm. Uno de esos trabajos le abrió una puerta que ya no volvería a cerrarse. Editado más tarde en DVD con otros de esos rodajes iniciales, el mediometraje Regarde la mer se paseó, a fines de 1997, por los festivales de Locarno, San Sebastián y Nueva York, ganando varios premios y convirtiéndolo en nombre a seguir. Ozon no desaprovechó la oportunidad: al año siguiente debutaba ya en el largometraje con Sitcom, programada en la Semana de la Crítica de Cannes y ganadora de premios en otros festivales.
Cartel internacional de primera línea, alto interés crítico y de público, capacidad de llamar la atención con sus películas: la machine Ozon se había puesto ya en pleno funcionamiento. A partir de ese momento, en lugar de detenerse, no haría más que intensificar su velocidad, levantando la apuesta de película en película. Véase si no la cronología: en 1998, Sitcom y Les amants criminels (únicos dos de sus largos que no se estrenaron en la Argentina); al año siguiente, Gotas que caen sobre piedras calientes; en el 2000, Bajo la arena; 2001: 8 mujeres; en el 2003, La piscina –dos años después: Ozon debe haber atravesado una inesperada crisis de velocidad– hasta llegar al 2004 con Vida en pareja y ahora Le temps qui reste, cuyo estreno en la Argentina se anuncia para 2006. ¿Pero qué apuesta es la que levanta Ozon? Varias. Por un lado, a medida que el éxito lo acompaña tiende a agrandar el tamaño de sus producciones. Sobre todo en términos de lo que en Hollywood se denomina star power, con especialización en el rubro Descubrimiento (o Redescubrimiento) de Grandes Estrellas Femeninas.
A la desconocida Marina de Van –que protagonizó sus primeras películas y ganó una friolera de premios por ellas– le sucede el lanzamiento de Ludivine Segnier en Gotas que caen..., y su correspondiente instauración como relevo de la Bardot para el siglo XXI, con papeles posteriores en 8 mujeres, La pequeña Lili (versión de La gaviota de Chejov, dirigida por Claude Miller) y sobre todo La piscina, donde se pasa casi toda la película a lomazo limpio. Súmese a ello la segunda carrera obtenida por Charlotte Rampling gracias a sus papeles en Bajo la arena y La piscina, el Olimpo completo del cine francés reunido en 8 mujeres (Deneuve + Ardant + Huppert + Béart) y la institucionalización de Valeria Bruni-Tedeschi como Gran Actriz de su Generación –lograda gracias a su protagónico de Vida en pareja– y se tendrá la prueba de que Ozon es, en el terreno de la dirección de actrices, el Almodóvar del cine francés. Pero sólo en ese terreno. A diferencia del rubicundo manchego, a Ozon no parece haberle interesado, por el momento, convertir su personalidad en marca o artículo de promoción.
¿Humildad, modestia, bajo perfil? Según ciertas malas lenguas, nada de todo eso caracteriza a este wonder boy. Tampoco el escaso olfato para el marketing. Se trataría de elegir, más bien, en qué canasta se ponen los huevos del mercadeo. La canasta que Ozon fabricó para lanzar su carrera fue la del provocateur. En Sitcom, a una familia de alta burguesía, los esqueletos en el ropero se le apilan como conejos en época de celo. No sólo el hijo descubre su homosexualidad y la hija desborda de tendencias suicidas y masoquistas, sino que además la nueva doméstica resulta lo más parecido a una versión femenina del Terence Stamp de Teorema. La siguiente, Les amants criminels, es algo así como una Hansel & Gretel ligeramente gore: tras un crimen, una pareja de adolescentes busca refugio en la cabaña de un leñador muy poco paternal. Recuérdese el triángulo heterogay de Gotas que caen... (basada en una obra de teatro de ese arquetipo del marginal que supo ser Rainer W. Fassbinder) y se tendrá el resumen de la estrategia de Ozon para su etapa de enfant terrible.
Pero lo más terrible de este enfant es que no se queda quieto en ninguna parte, lo cual lo vuelve difícilmente aprehensible y, por lo tanto, encasillable. A aquella primera etapa le sucede Bajo la arena, drama adusto y evanescente. A Bajo la arena, la lúdica y artificiosa 8 mujeres. A 8 mujeres, el ejercicio de estilo policial/psicológico de La piscina. A La piscina, la crisis matrimonial en reversa de Vida en pareja. A Vida en pareja, el ominoso drama fúnebre Le temps qui reste... ¿Quién o qué es entonces François Ozon? ¿Un realizador talentoso pero proteico? ¿El dilettante descomprometido que viaja de un tema a otro y de un estilo a otro, como si cada película fuera apenas el vehículo para probar un nuevo recurso? ¿El inventor del film de arte comercial? ¿El hábil, dotado manipulador de films-trucos?
En cualquier caso, si a algo parecería guardar fidelidad Ozon es a cierta idea del cine como máscara (véase sobre todo 8 mujeres), como espejismo (notoriamente, Bajo la arena), como ocultamiento y revelación (el final de La piscina), como materia maleable y en estado de mutación (Vida en pareja). Cualquiera de esas acepciones revela una profunda afinidad y empatía con lo femenino. Esa afinidad se manifiesta tanto en elecciones temáticas y de elenco como en su modo de dirigir actrices, como si supiera adivinar en ellas la figura de una esfinge que, al tiempo que enmascara, revela. La Valeria Bruni-Tedeschi de Vida en pareja representa, en este sentido, una de sus consumaciones.
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