ESPECTáCULOS
• SUBNOTA › FRACASO MATRIMONIAL AL VESRE
Cuando la palabra fin es el comienzo
› Por Luciano Monteagudo
En el principio, fue Harold Pinter. El dramaturgo británico fue el primero en explorar las posibilidades que ofrecía narrar una historia convencional –en su caso, un vulgar triángulo amoroso, con algo de autobiográfico– invirtiendo el orden cronológico: empezando por el final y terminando en el comienzo. Eso sucedió más de veinte años atrás, primero con su pieza teatral Betrayal (1979) y luego con la versión cinematográfica, que acá se llamó Traición (1983), protagonizada por Jeremy Irons, Ben Kingsley y Patricia Hodge. No tardaron en aparecer otras experiencias similares: primero el telefilm de Jane Campion Two Friends (1986), desconocido en Argentina; después el sobrevalorado misterio criminal Memento (2000), de Christopher Nolan; y finalmente el controvertido Irreversible (2002), de Gaspar Noé, con su ascenso invertido de los infiernos hacia la luz y la felicidad.
Fiel a su estilo siempre ecléctico, desconcertante, que cambia de film a film, y a su natural inclinación a vampirizar materiales ajenos hasta hacerlos propios, François Ozon hace de su octavo largometraje, Vida en pareja, un mix de algunos de estos antecedentes, más un par de ingredientes irreconciliables, que van de Escenas de la vida conyugal hasta Un hombre y una mujer, según confesión del propio Ozon (“Empezamos como Bergman y terminamos como Lelouch”, ver aparte). Esta operación aparentemente tan rebuscada Ozon la resuelve con una aritmética muy simple, a la que alude el título original: 5 x 2. Son cinco momentos en la vida de Marion (la extraordinaria Valeria Bruni-Tedeschi) y Gilles (Stéphane Freiss).
El primero –que dramáticamente también es el mejor– arranca sin aviso previo, en el momento en que ambos enfrentan el divorcio y el abogado les lee para su firma el documento en el que se acuerda la tenencia del hijo por parte de la madre y el régimen de visitas que le corresponderá al padre. Es una instancia dura, desagradable, a la que le sucede una situación aún peor: una desafortunada despedida en un hotel al paso –anónimo, frío, aséptico– en el que se supone harán el amor por última vez, para terminar, en cambio, más lejos y quebrados que nunca.
Le sigue, sin solución de continuidad, una cena aparentemente rutinaria en la casa del matrimonio, con el hermano gay de Gilles y su pareja, un muchacho mucho más joven que él. Entonado por el alcohol, Gilles les hará una confesión íntima y gratuita, como una forma de humillar a Marion. No es mejor para ella el tercer momento, el del nacimiento del hijo, que debe enfrentar sola, apenas con la presencia irritante de sus padres (Françoise Fabian y Michel Lonsdale, dos glorias del cine francés) y ni siquiera el cuarto memento, el de la inusual noche de bodas. Se diría que apenas el quinto y último encuentro es el único positivo, aquel en el que la pareja comienza a formarse y, aun así, ya entonces parece condenada al fracaso.
Más que una negrura hay una misantropía en el film de Ozon que el recurso del eterno flashback apenas si logra atemperar. En apariencia, el director se mantiene distante de su material y de sus personajes, como si quisiera observarlos clínicamente, sin comprometerse demasiado con ninguno de ellos. Pero se diría que en su evolución (o mejor, en su involución) Ozon va mirando a sus criaturas cada vez con menos compasión y más desprecio, como si las canciones románticas de Luigi Tenco y Bobby Solo que van pautando ese esfuerzo inútil de Marion y Gilles por tener algo parecido a una vida en común no fueran sino el más cruel de los comentarios.
7-VIDA EN PAREJA
(5 x 2) Francia, 2004.
Dirección: François Ozon.
Guión: François Ozon y Emmanuèle Bernheim.
Fotografía: Yorik Le Saux.
Intérpretes: Valeria Bruni-Tedeschi, Stéphane Freiss, Geraldine Pailhas, Françoise Fabian, Michel Lonsdale, Antonine Chappey.
Nota madre
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