Mar 19.07.2005

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA CON CARLOS GIANNI

“Representamos la vida cotidiana, pero cantada”

El músico dirige No sé qué decir, un espectáculo en el que los artistas improvisan e interactúan con el público.

› Por Cecilia Hopkins

Un pianista y cinco cantantes-actores-bailarines juegan con el público a improvisar letra y música de los temas que interpretan. Como sucede en el match de improvisación, allí también se le otorga al espectador un rol decisivo: puede sugerir temáticas, echar a la suerte géneros musicales y determinar el rumbo de cada historia. El pianista –también creador y director del espectáculo– es Carlos Gianni; sus intérpretes, Virginia Kafman, Mariela Kantor, Darío Levenson, Fabián Suigo y Javier Zain. Todos los domingos a las 20, No sé qué decir se presenta en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062).
A cada función, los artistas llegan con algunas cuestiones sabidas, apenas las canciones de presentación y cierre, y aquellas que explican la mecánica del espectáculo. Lo que sucederá en el medio es una incógnita para todos. Con el fin de mantenerse ágiles en las artes de la improvisación, el elenco entrena varias horas por semana sobre los potenciales cruces que origina la presencia del público en la sala. Así recrean una docena de cuentos infantiles, teatralizándolos a partir de variados registros musicales (durante las funciones, la elección del cuento y el género quedan en manos del público y del azar). También entrenan extrayendo alguna noticia del diario del día para crear en tiempo record una historia cantada y teatralizada con un mínimo de objetos a su disposición. Durante la función, cualquier espectador será el encargado de elegir el titular que orientará la improvisación cantada frente a los micrófonos, como si se tratara de un radioteatro. También será el mismo público el que aporte cualquier escrito que tenga a mano –sirven para el caso una receta, un carnet y hasta una factura de teléfono– para que los intérpretes transformen el texto en un aria de ópera o un blues descarnado. Incluso, la misma indumentaria del espectador podrá servir de inspiración para una balada de amor.
Licenciado en Educación Musical, con 20 años de docencia y otros tantos de labor compartida con Hugo Midón en la musicalización de espectáculos infantiles, Carlos Gianni cuenta en la entrevista con Página/12 que siempre utilizó la improvisación como técnica de aprendizaje en las clases de música y movimiento, una forma de trabajo que ya implementaba desde su labor junto a la bailarina y docente Patricia Stokoe: “La improvisación empezó siendo un recurso de entrenamiento y luego entendí sus posibilidades como lenguaje en sí mismo”. Esta es la primera vez que el director trabaja para espectadores jóvenes y adultos, exclusivamente: “Para este espectáculo no pensamos en un público infantil... Es que, a veces, la resolución de los temas sale decididamente hot”, comenta el director. “Me atrae el desafío de generar creativamente en tiempo real. Como hacían los músicos de otras épocas –los juglares, por ejemplo–, que improvisaban enteramente sus obras. Más tarde apareció la figura del intérprete que ejecuta lo escrito por otros. Esta tradición de la improvisación la retoma el jazz en el siglo XX”, sintetiza Gianni, quien entiende que la amplitud de criterios es fundamental para llevar a cabo esta propuesta: “Utilizamos cualquier ritmo actual –pop, balada, folklore, rock, cuarteto–, pero también aquellos pertenecientes a los períodos históricos más diversos, como la música del Renacimiento o la Edad Media. Esta forma de hacer música requiere una apertura mental muy grande. Es como decir: ¿qué voy a ponerme hoy?”. Cuando se le pregunta acerca de la posibilidad de que aparezcan errores insalvables durante las funciones, responde: “Hay mucha adrenalina en juego en cada función porque siempre existe la posibilidad del error. Y a veces acertamos más que otras, en las propuestas. Pero intentamos aprovechar el error, integrándolo. Ese detalle que no nos gustó como salió lo tomamos y revalidamos con todo lo que vamos creando después. Porque cuando cantamos es imposible volver atrás y borrar lo que ya fue dicho”. Si los actores suelen sufrir la pesadilla de tener conciencia de que pueden olvidar por completo la letra, a estos intérpretes les sucede otra cosa: “El no saber qué vamos a decir o hacer nos provoca una angustia parecida a la del jugador que es, en realidad, un placer encubierto. La improvisación a veces encuentra su forma final enseguida y otras veces va y viene hasta que encuentra su ruta. Asociamos libremente los datos de la realidad, de manera que todo el espectáculo pasa a ser una representación de la vida cotidiana... pero cantada”, concluye.

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