ESPECTáCULOS
“La sociedad argentina, nosotros, tenemos la culpa de lo que pasa”
Héctor Tizón acaba de publicar la novela “El viejo soldado”, escrita en 1979 y mantenida inédita hasta el presente. De paso por Buenos Aires -vive en un pequeño pueblo jujeño–, el escritor y juez asegura que, frente a la crisis, los intelectuales “no deberían callarse”.
› Por Verónica Abdala
Héctor Tizón (1929) creció viendo a su padre jugar interminables partidas de ajedrez con un inglés paralítico, que en sus restantes ratos libres pescaba desde una ventana. Es que en su pueblo (Yala, ubicado a 15 kilómetros del centro de la ciudad de Jujuy) el tiempo “pareciera que no corre”, y sus 300 habitantes aceptan ese hecho con la misma naturalidad con que consienten convivir con el polvo en los caminos, las mariposas amarillas, y el silencio. Acaso es por eso, porque en el lugar en que nació el tiempo no es caro como en las grandes ciudades (“y tiempo y tranquilidad es todo lo que además de lápiz y papel necesita un escritor”, dice) que Tizón permanece allí, después de haber caminado el mundo a su antojo. Como turista, primero y diplomático después (en México e Italia), y también durante su exilio en España, en los años de la última dictadura militar. “Yo no quería irme, ni cuando me las vi negras, y seguía presentando hábeas corpus por mis amigos perseguidos”, recuerda el escritor. “Pero mi mujer (y madre de sus tres hijos, Flora Guzmán) me dijo que estaba loco si pensaba discutir con Hitler, y su argumento me convenció. Nos fuimos a Madrid.” Regresó del viejo continente –a Yala, justamente– recién después de la guerra de Malvinas.
A la experiencia del exilio, una de las más dolorosas entre las que le tocó vivir, el escritor debe buena parte de la historia que cuenta en El viejo soldado (Ed. Alfaguara), una novela conmovedora que escribió en 1979 y que desde entonces se mantuvo inédita, y bajo llave. Como si el hecho de que permaneciera oculta a los ojos de los demás y a los suyos propios pudiera menguar la intensidad del recuerdo de esos días negros. “He consentido en que se publique –aclara en el prólogo del libro que nació de un solo impulso– porque creo que no debo escamotear este fruto amargo y balbuciente de una época en que todos fuimos víctimas, a manos de los verdugos de siempre, de la crueldad, de la estupidez, de la falta de grandeza.” En la entrevista con Página/12, el escritor, que integra la Suprema Corte de su provincia, explica que si se decidió a publicarlo es “porque ya se oreó lo suficiente”. “A pesar de que en esas páginas sigo viendo al hombre en carne viva que fui, también di lugar a una prudente distancia”, reflexionó mientras degustaba sin prisa un té de coca.
–También explica en el prólogo que éste es el menos querido de sus libros...
–Es el que al momento de la escritura fue el que más me hizo sufrir. Expuse mi dolor sin miramientos, la desolación de quienes sufrimos el destierro.
Como el protagonista de su libro –Raúl, que para sobrevivir en un país ajeno se emplea como escritor a sueldo de un viejo fascista decidido a publicar sus memorias–, Tizón se las ingenió en España para hacerse del dinero para subsistir con su familia, sin dejar de escribir. “Fui un negro de la literatura. Obligado, presté mi pluma a otros que ni siquiera pensaban como yo, y eso es tremendamente humillante”, admite. El también, como Raúl, soportó en tierras lejanas el tedio, el miedo y la tristeza. Por estos días, dice Tizón, la Argentina “le duele”, aunque asegura que lo indignan los cacerolazos.
–¿Por qué?
–Porque los que salen a la calle a cacerolear son en buena parte los mismos que admitieron las aberraciones de la dictadura y que votaron a estos gobiernos ignominiosos y corruptos que tuvimos, y a sabiendas. Es la clase media complaciente que sale en defensa de su bolsillo, únicamente. Yo recuerdo cuando parte de esa gente me decía en España, en el exilio, lo bien que nos iba. No me olvido de eso. La sociedad argentina, nosotros, tenemos mucha culpa por lo que pasa.
–¿Qué responsabilidad le cabe a la clase política en el marco de esta crisis?
–Gran parte de la responsabilidad, por supuesto. Y los intelectuales también: en la medida en que no hablan le dejan espacio a tipos comoMarcelo Tinelli: un tarado que le habla a una masa de tarados. Un hombre de discurso idiota hace del sufrimiento de un pueblo parte del show, para tener rating. Sin saberlo, él es funcional a aquellos que nos quieren tontos.
–¿Y quiénes son ellos?
–El poder que está incluso por detrás de los políticos, los poderes económicos. Mientras no nos demos cuenta de eso estaremos chapoteando en el barro y peleándonos entre nosotros.
–¿Cree que adelantar las elecciones presidenciales ayudaría en algo?
–Lo que me parece es que habría que preguntarle a la gente por medio de un plebiscito, que aunque no es vinculante, podría serlo si el 98% de los argentinos piensa que es el momento de volver a votar, como creo yo. Sería bueno que a nuestros gobernantes se les ocurriera, alguna vez, escuchar al pueblo, que tiene derecho a decidir, a opinar. Además no creo que ni siquiera Duhalde sueñe con terminar el mandato, me parece que está intentando calmar un poco las aguas antes de dar un paso al costado. Y debería hacerlo antes de que esto reviente, se deteriore más.
–La democracia, afortunadamente, no está en peligro...
–No, no. Aunque yo le temo a la impaciencia reinante. La democracia es por definición la voluntad de tolerar que le llegue el turno al siguiente, ¿no? Eso se logra permitiéndole al pueblo participar.
–¿Cuál es, en este marco y puntualmente, la actitud que deberían asumir los intelectuales?
–Deberían hablar, pensar, aportar a la reflexión general, no callarse. Porque se convierten entonces en cómplices de este estado de cosas. El gran problema de este país es haber creído que la vida está en otra parte. Somos nietos de hombres y mujeres que añoraban lo perdido, que nos hablaban de los melones de Andalucía, y que a la vez no veían lo ganado. Somos hijos de la nostalgia, acaso por eso estamos esperando siempre que nos salven de afuera, los jóvenes emigran, creemos que somos europeos exiliados, como se creía Jorge Luis Borges. Y aquí en Buenos Aires eso se siente más que en el interior: la gente está nerviosa, frustrada, enojada, y esos sentimientos son peligrosamente contagiosas. Por eso yo, aunque vengo todos los meses, mantengo la criteriosa decisión de volver a Jujuy.
El abuelo paterno del escritor (“español cubano casado con cristiana vieja”, precisa) llegó a Yala por error, buscando Africa, “el calor, y las palmeras”. Le dijeron que algo de eso había en el norte y hacia allí partió. Tanto que los habitantes del pueblo lo recuerdan como el primer plantador de bananas de la zona.
–Yo también creo, como él, que cada uno debe intentar procurarse lo que necesita. Por eso me cuesta entender a los jóvenes que se van de a montones a vivir al extranjero, aunque no me atrevería a decirles que no lo hagan. Yo he visto hace unas pocas semanas a chicos argentinos de veinte años pidiendo limosna en el subte de París. Los franceses, como los españoles, no comprenden por qué estamos tan avergonzados de lo que somos. Creo que en el fondo nosotros tampoco sabemos la respuesta. Pero somos esto, nos guste o no. Somos esto que nos pasa.
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