Jue 10.01.2002

ESPECTáCULOS  › “KANDAHAR”, LA MIRADA DE MOSHEN MAKHMALBAF SOBRE AFGANISTAN

Cuando la esperanza es una quimera

El film iraní es de una ardiente actualidad, pero sus virtudes van más allá del trágico retrato de la situación de las mujeres bajo el poder talibán. “Los chicos de mi vida” elude varios convencionalismos, mientras que “American Pie 2” y “El amor perjudica seriamente la salud” son meras anécdotas.

› Por Martín Pérez

“Urgente” es el mejor calificativo para una película como ésta. Kandahar es cine urgente, rodado por un director iraní que puso su cámara al servicio de la historia de su protagonista, Niloufar Pazira. Pazira es una joven afgana exiliada en Canadá que un día recibió una carta en la que su mejor amiga, aún en Afganistán, le confesaba sus peores temores. Angustiada por su destino, Pazira decidió volver a buscarla. Y en medio de esa búsqueda se encontró con Moshen Makhmalbaf, al que le contó su historia, rogándole que la filmase. Fue en vano. Con el tiempo, las condiciones de vida de su amiga mejoraron, pero fue entonces cuando Makhmalbaf se volvió a contactar con ella para que protagonizase su nuevo film. En él, Pazira sería Nafas, una joven que busca llegar a Kandahar, la ciudad sagrada de los talibanes, antes del último eclipse del siglo XX.
Mezclando la ficción con la vida real, y utilizando actores no profesionales, Kandahar es una crónica de la situación de las mujeres bajo el yugo talibán. Y es también un pantallazo del país más pobre del mundo, justo antes de ser bombardeado por la mayor potencia mundial. Y, al mismo tiempo, es también una road movie en la que su protagonista busca llegar a un lugar al que no quisiera tener que llegar. Lo único que la empuja a ir cada vez más a fondo en su viaje es el sufrimiento de su hermana. Es a ella a la que le habla cada vez que usa el pequeño grabador que la acompaña en su viaje. “Una vez escapé de la cárcel que aprisiona a las mujeres afganas”, graba Nafas. “Pero hoy estoy cautiva junto a las mujeres que padecen. Sólo por ti, hermana.”
Entre el camino y el grabador, entre la acción y la voz en off. Así es como se desarrolla el devenir del film de Makhmalbaf, que también funciona como un interminable desfile de atrocidades. Dignas de una región del mundo en la que, tal como se dice en el film, “lo único moderno son las armas automáticas”. El regreso de Nafas comenzará en la frontera entre Irán y Afganistán, donde –previo pago– se unirá a una familia que intenta regresar al país. Pero ellos se darán cuenta demasiado pronto de lo imposible de su empresa, y decidirán volver. Como Nafas no puede regresar, seguirá sola. Primero acompañada por un niño que fue expulsado de la escuela por ser incapaz de recitar el Corán. Luego por un médico que debe curar a sus enfermos no de la enfermedad sino del hambre. Y luego por una suerte de buscavidas manco, que carga sobre sus hombros un par de piernas ortopédicas de metal.
Siempre oculta detrás de la burka, Nafas no encontrará ninguna razón para la esperanza en su camino hacia Kandahar. Pero ella no puede refugiarse en aquel literario “el horror, el horror” que un tal Kurtz utilizó como coartada antes de desmoronarse en otro apocalipsis. Ella debe seguir en medio de la urgencia del cine sin concesiones –siquiera cinéfilas– de Makhmalbaf, que no tiene ningún reparo en mostrar lo que tiene que mostrar. A pesar de que sus imágenes estén permanentemente ancladas por una voz en off que recuerda todo el tiempo por qué está allí. En medio de esa lucha, las imágenes del desierto y la nada terminaránganándole incluso al cine. No hay entretenimiento en Kandahar. Y tampoco hay esperanza. Es más, la única vez que se habla de ella, las palabras elegidas no sirven de nada. Y así queda dicho en un film austero, improvisado e incluso demasiado recitado. Pero ciertamente urgente.

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